Isaac Asimov fue uno de los escritores más prolíficos del mundo. Si bien es conocido por sus obras de ciencia ficción, también escribió novelas y relatos de otros géneros, como fantasía y misterio, y libros de no ficción muy variados (desde la historia de las matemáticas hasta un análisis del libro de Ruth de la Biblia).

Uno de esos libros es Memorias, una biografía organizada por temas, posterior y no cronológicamente relacionada con los dos volúmenes anteriores que ya había dedicado a su vida. En uno de los apartados finales de Memorias, el 162, “Las sombras lo cubren todo”, cuenta su afición por las necrológicas del New York Times y cómo esta fue creciendo con los años. En ese apartado, recuerda un verso del poeta Ogden Nash que dice: “Los viejos saben cuando muere un viejo”.

Claro, reflexiona en las páginas siguientes, una persona mayor que conocés hace mucho tiempo no es “una persona mayor” en tu cabeza. La recordás como una persona joven y vigorosa. Y cuando muere, lo que muere con ella es una parte de nuestra juventud.

Y completa la sección con un pensamiento digno del Borges que escribió el poema “Límites” (cualquiera de las dos versiones que conocemos): “Puede que haya cierta satisfacción morbosa en ser el último superviviente, pero ¿realmente es mucho mejor que la muerte ser la última hoja del árbol, encontrarte solo en un mundo extraño y hostil en el que nadie recuerda cómo eras de joven y donde nadie comparte con vos los recuerdos de un mundo desaparecido hace mucho tiempo que relucía a tu alrededor?”.

Más o menos dos años después de escribir estas palabras, el 6 de abril de 1992, a los setenta y dos años, murió Isaac Asimov. El niño que había venido de Rusia con sus padres (y leía folletines mientras atendía un kiosco de caramelos), el hombre que escribía sobre viajes interplanetarios y temía viajar en avión (y de hecho, no lo hacía), el visionario de los robots que solo tuvo una computadora en toda su vida (y porque se la regalaron).

Hoy releí, salteada, su biografía y no pude evitar llorar en el epílogo escrito por Janet Asimov, su esposa, en el que resume los dos años que quedaron fuera del libro. El apéndice con sus títulos publicados tiene más de treinta páginas.

Un solo comentario

  1. Qué bien escrito, y cuánta razón en proponer ese atinado 'cruce' con "Límites", de nuestro querido Borges (me queda la incógnita por aquellos pasajes finales de la biografía de Asimov que propiciaron las lágrimas del autor de la nota): Felicitaciones!

Dejar respuesta

Por favor, ¡ingresa tu comentario!
Por favor, ingresa tu nombre aquí