Quince días después del comienzo de la cuarentena, escribí: “Estos días me siento un poco en una nave espacial: miro por la ventana, como comida enlatada, casi no me cambio la ropa  y no abandono mis metros cuadrados”.

Hoy llevamos más de dos meses y la metáfora me volvió a la mente. Escribí: “Sesenta y seis días de cuarentena. ¿Cuántos días hay que estar en una nave espacial para llegar a Marte?”.

El profesor Daniel Penazzi me dio la respuesta: depende de en qué posición se encuentre Marte. Dado que ambos planetas siguen órbitas diferentes alrededor del Sol, no siempre están a la misma distancia. Si tomamos la menor distancia posible (57,6 millones de kilómetros) y la velocidad de la sonda New Horizon, uno de los objetos creados por el hombre más rápidos que haya despegado de la Tierra (58.500 km/h), el resultado es de cuarenta y un días.

Me sorprendió que ambos valores (el tiempo que llevamos de cuarentena y el tiempo que duraría un viaje a Marte) tengan el mismo orden de magnitud porque mi comparación fue instintiva. Lo siguiente que hice fue pensar en Asimov.

El anterior es el tipo de problema en el que le hubiera gustado sumergirse para escribir un artículo o un libro. Es famoso por sus novelas de ciencia ficción, pero gran parte de su obra se compone de libros de divulgación. Lo dice en el primer artículo de El monstruo subatómico: “...mi vocación es explicar”. Y a continuación nos lleva de la mano mientras introduce conceptos de física y hace cálculos en la página para ejemplificarlos. En la entrada 136 de sus memorias, leemos algo parecido. Cuenta cómo se gestó La medición del Universo, un libro en el que explora unidades de medida en distintas escalas, todas con ejemplos cotidianos para que el lector aprecie cuán pequeño es un valor o cuán inmenso es otro. Aclara que es “el tipo de libro que me encanta hacer, con pequeños cálculos en los que me agrada enfrascarme”.

Volviendo al caso del viaje a Marte, Asimov no se hubiera quedado con dividir distancia por velocidad. Se hubiera preguntado también por la distancia máxima que podría recorrer esa nave, cuánto tiempo antes tendría que salir para alcanzar el planeta rojo en su mínima distancia y si los tanques de combustible serían lo suficientemente grandes.

Yo me pregunto más bien por la tripulación. ¿Qué se sentirá estar encerrado por cuarenta días en cien metros cuadrados? ¿Cómo se maneja la angustia y la ansiedad en un viaje tan largo? ¿A qué podrían dedicar su tiempo si están confinados por casi dos meses?

Muchos astronautas aprovecharían el tiempo para estudiar. Algunos harían ejercicio los primeros días, pero si no tenían la disciplina en la Tierra, pronto abandonarían la rutina. Otros llorarían cada mañana.

Historias referidas a estos hombres y mujeres serían más apropiadas para la pluma poética y sensible de Ray Bradbury, tan alejada de los fríos cálculos de Isaac Asimov. Casualmente, este mes se cumplen setenta años de la publicación de Crónicas marcianas. Bradbury no tenía mucha relación con Asimov. De hecho, en las memorias de Asimov, Bradbury es mencionado solo tres veces.

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