Un reguero de protestas tienen en llamas a decenas de ciudades estadounidenses. El asesinato de George Floyd liberó la furia por el racismo estructural que recorre toda la historia norteamericana. La policía es una de las instituciones más cuestionadas, las demandas trascienden el reclamo puntual de juicio y castigo.

Por Nicolás Pastore, desde Filadelfia, Estados Unidos

Se viene una tormenta en la sede del capitalismo global. Después de tres meses de cuarentena, en la cual 40 millones de estadounidenses perdieron su trabajo y más de 100.000 fallecieron por el Covid 19, la gente salió a la calle en masa para protestar. No están protestando por la falta de ayuda económica, aunque tendrían todo el derecho de hacerlo. Están protestando, en más de cincuenta ciudades en cada region del país, por el asesinato de George Floyd a manos del policia Derek Chauvin en Minneápolis. Hoy es el séptimo día de protestas, que son cada vez más numerosas e intensas. 

La policía parece entender el significado de estas protestas. La furia y la angustia que se derraman por las calles no son una reacción a un solo asesinato. Esta es una reacción a los cientos de asesinatos que perpetró la policía en 2020, los 1099 asesinatos en 2019, los 1143 en 2018, los 1095 en 2017, y así podemos seguir. Es una reacción al hecho de que el 99% de esos policías asesinos no fueron condenados por ningún crimen. De las 1099 personas asesinadas en 2019, el 24% eran negros, que, sin embargo, constituyen sólo el 13% de la población total del país. Las protestas son una reacción a más de 400 años de esclavitud, segregación Jim Crow en el sur y segregación de vivienda en el norte. Las protestas son una reacción a 400 años de racismo, que se pone de manifiesto en la pobreza, en políticas de austeridad, en la discriminacion en la vivienda, en la atención de la salud y el trabajo, en la militarización de las fuerzas policiales y en los tres asesinatos diarios a manos de esa fuerza, tres cada día, cada día del año, lo cual reafirma que las vidas de los negros no valen nada. Una joven, enfrentando el viernes a un policía y el muro de policías armados con bastones, escudos y cascos, explicó su presencia, a los gritos, con estas palabras: “¿Por qué están en estas calles, cuando estamos acá en paz, cuando están matando a nuestras hermanas y hermanos? ¿Por qué están aquí? Si es por ustedes que estamos aquí protestando, ¿por qué carajo están aquí, señor? Estoy cansada de ser pacífica, perdí tres hermanos así, ¡esto no está bien! ¡Esto duele! ¿No ve que duele? ¡A mi gente le duele! No me voy a ningún lado. Si tengo que morir, voy a morir. Mis hijos van a caminar en esta calle en libertad, como todos los demás”.

Estas protestas son distintas a las que se desataron en 2014 tras el asesinato de Michael Brown, un joven afroamericano que tenia 18 años cuando lo mataron. En 2014 hablaban de reformas: de cámaras corporales para la policía y de investigaciones federales. Ahora, el asesino de George Floyd está acusado de asesinato en tercer grado y las protestas siguen. Las masas reconocen que casi no importa que acusen al policía; por un lado, es probable que no sea condenado y, por otro, Derek Chauvin es solo un asesino en una fuerza de cientos de miles que se esfuerzan cada día por proteger la propiedad de los ricos y oprimir a la población negra y a los pobres, y siempre a los negros pobres. Cada día del año, tres asesinatos por día. Y las protestas siguen, y crecen. Las masas rebeldes son multiétnicas, son negros y blancos y latinos, y casi siempre jóvenes. Muchos blancos protestan simplemente porque se niegan a apoyar el asesinato y empobrecimiento de los negros. Muchos también se están dando cuenta de que es este sistema de opresión racial el que sostiene la desigualdad económica que marca este país. 

Estas protestas amenazan con convertirse en una insurrección. Como resultado de las manifestaciones en Minneápolis quedó destruida una comisaría y equipo policial valuado en cientos de miles de dólares y hubo saqueos a los locales de Target y otras megatiendas. En Nueva York, Filadelfia y otras ciudades prendieron fuego a patrulleros.

En el Centro Correccional de Manhattan, los presos se pusieron a hacer destellos encendiendo y apagando luces y a hacer ruido golpeando los vidrios en agradecimiento de las protestas.

En Louisville, Kentucky, quemaron banderas de la Confederación.

En Brooklyn, la policía quiso usar un autobús público para transportar a los arrestados. El conductor se negó a conducir y al día siguiente el gremio anunció que trabajaban para el pueblo y no para la policía.

En Filadelfia, mientras escribo, intentan derribar la estatua de Frank Rizzo, el jefe policial y alcalde que autorizó el bombardeo de un barrio negro en 1985.

En Fayetteville, Carolina del Norte, están quemando la Casa de Venta, un sitio de venta de esclavos que actualmente es un monumento federal

La policía parece entender la gravedad de la situación. Saben que es imposible calmar las manifestaciones y mantener su poder. Saben que la única solución al problema de los asesinatos sería que la policía camine en la calle sin armas y sin impunidad. Pero saben que son parte de una institución que nació en este país con la única responsabilidad de capturar esclavos fugitivos. Saben que son una de las instituciones centrales en la opresión de los negros en este país. La policía sabe, entiende, reacciona. Disparan con balas de goma a los periodistas. Usan gas pimienta y gas lacrimógeno. Atropellan a los manifestantes. Golpean a los pocos políticos negros que se unieron a las protestas. Salen armados, con pistolas y bastones y blindaje, y salen a reprimir. 

La clase política y mediática recién ahora está prestando atención. El presidente Trump sugirió disparar a los manifestantes, la mayoría de los demócratas dicen “las vidas negras valen” pero no proponen soluciones. La senadora Amy Klobuchar, posible candidata a la vicepresidencia junto a Joe Biden, intenta salvar su futuro político después de que se conoció la noticia de que Derek Chauvin había matado a un hombre indígena cuando Klobuchar era la fiscal del condado de Hennepin. La senadora decidió no presentar cargos. Algunos políticos están reaccionando bien y ayudando en las manifestaciones; la mayoría ha condenado la violencia y los saqueos.

Estamos en el séptimo día de protestas por el asesinato de George Floyd. Los alcaldes de más de quince ciudades anunciaron toques de queda. Los gobernadores están movilizando la guardia nacional en doce estados. Ayer Trump declaró que va a catalogar a Antifa (una agrupación informal de militantes antifascistas) como una organización terrorista. Unas horas después el fiscal general William Barr anunció que las Fuerzas Especiales Conjuntas contra el Terrorismo del FBI investigarán a los “agitadores externos” y radicales de Antifa y “otros grupos parecidos”. Es posible que mañana la estatua de Frank Rizzo aparezca tirada en el piso. En tres semanas comienza el verano. Los estados están empezando a volver a “la normalidad” después de meses de cuarentena y la gente va a dejar de cobrar el seguro de desempleo y será desalojada de sus casas por falta de pago del alquiler o por las cuotas de las hipotecas. Es posible, muy posible, que el pueblo estadounidense finalmente haya perdido la paciencia. Anticipo un verano largo, caluroso y violento. Anticipo un verano de protesta, y quizás de insurrección. Un verano caliente.

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