Foto: Mauricio Centurión

En la emergencia sanitaria, las escuelas santafesinas siguen dando clases. Pero además, distribuyen la asistencia alimentaria y brindan un importante apoyo emocional a las familias.

La escuela es mucho más que manuales, cuadernos y tiza. En los patios donde se aprende la amistad nunca falta la mirada cómplice de una maestra, el calor del mate cocido a la hora de la merienda. Siempre en los momentos difíciles, las escuelas abren sus puertas. Así fue en 2003, cuando la inundación del Salado recibió a miles de vecinos que llegaban con la ropa mojada y con la angustia desbordando en los ojos.

Sostenida por el trabajo de su personal, la escuela pública siempre resiste y acompaña. A los desfinanciamientos esporádicos, a la desacreditación, a la mala prensa. El espacio que la obligatoriedad convirtió en una forma bastante extendida de socialización para las infancias y para las y los adolescentes, una vez más estuvo a la altura de las circunstancias. Cuando la pandemia dificultó el acceso a la changa, 131 escuelas de gestión estatal del departamento La Capital (y 98 de gestión privada en la provincia), se organizaron para el reparto de los módulos alimentarios que provee el Estado.

En Barranquitas, la Escuela N° 18 Falucho sabe de acompañamiento. Madres y padres que fueron alumnas y alumnos hoy envían allí a sus hijas e hijos. En su patio centenario aún resuena la música de los festivales a beneficio; el recuerdo de la escuela-centro de evacuados también anda rondando por las aulas. En el tiempo del Covid 19, la escuela una vez más se hizo carne de lo que pasa al oeste de la avenida Perón.

Foto: Mauricio Centurión

“La Escuela Falucho abrió siempre, todos los días durante toda la pandemia, y va a seguir abriendo porque tiene gente comprometida”, afirma su director, Fabián Baigorria. Carla Acosta y Noelia Passini, las asistentes escolares, lo ponen en números: “Empezamos con 20 viandas y terminamos con 180. Jamás dejamos de asistir a los vecinos. Acá se les dio todo”.

Pero brindar la ayuda no fue sencillo. “Nos comunicamos con todos los mecanismos que podemos: desde señales de humo para arriba porque no tenemos conectividad, no hay familias que paguen Internet”, dice Baigorria. “A medida que la pandemia iba creciendo y la cuarentena se hacía más dura, los padres se iban quedando sin trabajo, entonces venían. Había padres que tenían vergüenza de venir a buscar una vianda, tuvimos que convencerlos y llamarlos nosotros porque no querían”.

Inés Acosta fue alumna de la escuela Falucho y hoy es la presidenta de la cooperadora. “En el barrio soy bastante conocida por las familias que vienen a la escuela: ya sea porque las mamás fueron compañeras mías, o porque tenemos contactos por mis hijos. Entonces era: ‘fijate, acercate a la escuela que hay tarea, o tal día van a entregar el bolsón, estate atenta’. Era el boca a boca, porque sí se complicaba, como decía Fabián, no sabíamos si llegaba la información o no”.

“Acá se formó una red interna que es: la información que me llegaba se las pasaba a las vices y a Inés, porque tiene la autoridad suficiente para ser una comunicadora y una referente nuestra en el barrio”, explica Fabián, sobre las formas artesanales que tuvieron que imaginar para hacer correr la voz allá donde no hay Wi Fi, ni datos móviles, ni computadoras.

Las viandas pronto se convirtieron en la entrega de módulos alimentarios (o bolsones). La escuela hoy brinda 466 módulos, pero además acompaña a las familias en las distintas dificultades que van teniendo. Para eso articulan con la iglesia San Francisco Solano, los centros de salud Barranquitas y Quilmes, el CAF 13 y la comisaría Sexta. “Si algún padre por algún motivo no pudo retirarlos, nosotros al otro día estamos”, avisa Fabián.

“Yo traigo a mi nena a la escuela, nos sentimos súper acompañados de saber que tanto el director como cada uno de los docentes están preguntando por los chicos, no solamente por cómo van con la tarea, sino por el grupo familiar: cómo la estamos pasando, cómo la llevamos. Que los chicos sientan a través de un mensaje la voz de la seño es muy importante”, dice Inés.

“La Escuela Falucho nunca nos soltó la mano. Me siento parte, al haber sido ex alumna y estar acompañando hoy. Es un momento grave para la ciudad y el mundo entero, hay chicos que tienen mucho miedo, pero este contacto permanente hace que se sientan muy próximos a que se van a volver a encontrar con su seño y con sus amiguitos”, considera.

Inés Acosta fue alumna de la escuela Falucho y hoy es la presidenta de la cooperadora. Su labor es fundamental para acercar la información al barrio. Foto: Mauricio Centurión.

La Boca

Más allá del final de la calle Demetrio Gómez, La Boca se extiende sobre un camino de tierra apisonada, bordeada por el espejo de agua plateada donde se pasean las canoas de la costa santafesina. “Acá se notó mucho la pandemia porque la mayoría son pescadores, hay mamás que son amas de casa pero hay otras que cuidan a personas mayores o son empleadas domésticas. Entonces esto paralizó el 80% porque no todos tienen movilidad para salir a trabajar. Eso influyó en el recaudo de dinero para comprar mercadería”, dice Julia Gutiérrez, directora de la Escuela N° 1081 Almafuerte del barrio La Boca. “Encima la bajante del río también los condiciona”, agrega la docente.

Gutiérrez cuenta que el proceso de virtualización de la enseñanza prácticamente no ocurrió en esa escuela. “Nos manejamos con el formato en papel porque en esta zona no tenemos Internet, no hay señal y son muy pocas las familias que cuentan con un dispositivo muy muy bueno como para tener señal. Acá la virtualidad no existe”.

“Estamos entregando los cuadernillos de provincia y de nación, además los docentes trabajan en sus casas y preparan las actividades o hacen las adaptaciones curriculares necesarias. Me las envían por correo, las imprimo y las selecciono por grado o área y las entrego”, cuenta Julia. “El trabajo de los docentes es constante. Cada vez que vengo hago una recorrida por el barrio para ver a las familias: no es solamente lo pedagógico, en estos momentos es muy importante la contención humana”, enfatiza.

Julia Gutiérrez es directora de la Escuela 1081 Almafuerte de La Boca. Foto: Mauricio Centurión.

Si no estuviera la escuela, para la docente “la situación sería peor de lo que está”. “La escuela contiene mucho a las familias, no solamente a los chicos. “Como es una comunidad chica, nos conocemos todos. Juntamos ropa, calzado. El barrio es muy solidario”.

Claudia Ruiz y Darío Sánchez son ayudantes de cocina en la Escuela 1081. Con los barbijos puestos bajan mercadería de una camioneta. Llovizna duro y parejo, pero igualmente hacen chistes y se ríen. Son los alimentos que componen los 180 módulos alimentarios que se entregan en el barrio. “Estamos armando bolsones para entregarle a la gente de La Boca. La función esencial es hacer llegar los alimentos a los niños. Acá en el barrio hay muchas carencias. La entrega de alimentos es primordial, porque es el único recurso que tienen. Hubo algunas dificultades en la entrega de mercadería pero el personal directivo pudo subsanar para que no falte nada”, cuentan.

Foto: Mauricio Centurión

En la Grilli

En barrio Candioti Sur, la Escuela Secundaria N° 263 Alfonso Grilli contiene a 365 alumnos provenientes de Alto Verde, La Guardia, El Pozo, Colastiné, Arroyo Leyes, Guadalupe Norte, entre otros barrios populares de la ciudad. En tiempos de pandemia, el personal también se arremangó para prestar ayuda.

“Al principio teníamos 20 familias que retiraban viandas, porque las otras al estar tan lejos y no tener para movilizarse, nos manifestaron que no iban a buscarlas. Ahora preparamos 120 módulos alimentarios”, cuenta Julia Miassi, vicedirectora de la escuela. A todos los chicos se les entrega, además, una vianda de copa de leche.

“Estamos permanentemente atentas a la contención y a la consideración de las situaciones. Sabemos que nuestros alumnos no tienen computadora, ni tablet, ni acceso a Internet y nos fuimos amoldando. La idea es que el chico nunca pierda el vínculo con la escuela, ni en lo pedagógico ni en lo emocional. Estamos permanentemente en contacto con ellos, ya sea a través de un mensaje de ‘¿cómo andan hoy?’, o preguntando por la situación o con las actividades”, describe Miassi.

Foto: Mauricio Centurión

“La familia tiene un contacto muy estrecho con la escuela, no solo desde lo alimentario. Nos cuentan cómo están, los problemas de conectividad, económicos, familiares. Todo eso sostenemos todos los días. No es solamente que les mandamos los trabajos: hacemos un acompañamiento emocional permanente”, expresa la docente.

Para Miassi, la pandemia dejó en evidencia la importancia de la presencialidad y del vínculo afectivo cara a cara para los ámbitos educativos: “La escuela está pensada desde el contacto, el cariño, el afecto, la contención, sobre todo en escuelas como las nuestras. Al no tener todo eso, costó un montón. Los chicos lo manifiestan: extrañan la escuela, a los profes, a sus compañeros”.

Quizás la educación pospandemia esté signada por nuevos interrogantes. Pero si algo demostró esta emergencia sanitaria es la importancia del contacto y de los afectos  que se construyen todos los días en las aulas.

Una vez más, la escuela dio clases de solidaridad. Pase lo que pase, las y los trabajadores de la educación seguirán manteniendo las puertas abiertas cada vez que la comunidad lo necesite.

Un solo comentario

Dejar respuesta

Por favor, ¡ingresa tu comentario!
Por favor, ingresa tu nombre aquí