Bibliotecas

La única casa propia que tengo es mi biblioteca. Hay muebles para los libros pero la gracia está en el traslado y la itinerancia: nos gusta leer a todos y la casa anda mutando.

La primera biblioteca que tuve fue mi mamá y mis abuelos cantando. Pude reeditar esos versos cuando hice lo mismo con mi hijo para dormirlo y calmarlo. Después mi mamá, cuando cobraba, me llevaba a elegir un libro a mi gusto, y era la libertad. Mi abuelo tenía en su mesa de luz muchos libros amarillos por el ácaro de los libros (que por otra parte es pariente de los arácnidos). Nombraba a sus autores como a sus amigos, les decía así: Federico y Alfonsina (con nombre de pila); Pedroni, Almafuerte, Martí, Baudelaire. Al francés le decía bau-delaire, yo le entendía baúl del aire. También tenía libros de Marx y Engels y de francés e italiano de su paso por la Universidad Obrera.

Otras bibliotecas fueron mis amigas, sus madres y sus tías. Entre tantos libros que intercambiamos, dos me dieron casa y decisión: la saga de Anne la de Tejados Verdes (L. M. Montgomery) y Las aventuras de Tom Sawyer (Mark Twain). Esos libros me hicieron cuestionar la realidad, no por rebeldía, sino para nombrarla diferente. Hasta después de Malvinas, el horror era imposible de esconder. Era un pegamento que aparecía en el olor de casi todos los adultos. Los libros eran la felicidad, y compartirlos con las amigas era refundar una tierra. Llámame Cordelia, pedía Anne de Green Gables, porque su nombre no alcanzaba.

Entregas especiales fueron los libros ilustrados que tía Stella me mandaba desde Devoto, con canciones de María Elena Walsh. La Estelita estudia en Córdoba para maestra, me decían. Yo sabía que no era cierto porque leía a escondidas las cartas que le enviaba a mi mamá desde el penal. Llámame Cordelia, me decía en voz baja tía Stella desde sus libros.

Comprar libros fue una actividad muy valorada en mi infancia. En los ’90 se transformó en algo subversivo para la economía familiar: trabajar para comer y pagar impuestos no se lleva bien con gastar toda la plata en libros y fotocopias. De todas maneras, mi abuelo me compró la biblioteca armario que todavía conservo. Tiene mucho espacio y pongo los libros en doble fila, algo que no me gusta, porque los libros deben verse, tener espacio para pescarlos o que te atrapen.

Cuando supe que estaba embarazada la primera compra fue un libro. No recuerdo cuál, compré varios, y compré durante todo el embarazo. Deseé un hijo y le desée libros. Siempre pienso si ese deseo que se traslada es herencia o mandato, o es lo mismo, o se confunde.

Los libros son la ballena blanca de Ahab, te muerde y fuiste, tu destino es ir por ellos. Llevan un arpón que vos también tiraste.

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