El día gurrugüeinau

Facebook me recordó que el 15 de julio se cumplieron tres años de que vi en vivo, por primera y hasta ahora única vez, a Red Hot Chili Peppers. Quizás algún fan de la banda o friky de las fechas o recitales onda Martokia dirá que para esas épocas, los redjot no andaban por estas pampas. Eso es correcto: yo fui a verlos a un festival en Benicàssim, un pueblo mediterráneo de Valencia, España. Cómo llegué ahí es, justamente, lo que les quiero contar.

La previa

A fines de junio del 2017 viajé a España con la excusa de un simposio en Barcelona. Amén de haber participado de dicha instancia académica, el viaje también me sirvió para vacacionar en Europa un par de semanas. Pero por sobre todas las cosas, pasar unos días en Corralejo, el pueblo donde vive mi hermana en Fuerteventura, una de las Islas Canarias. Tenía ya organizado también visitar Sevilla y Madrid. Apenas llegado a Barcelona, caminando por Plaza Catalunya, vi un afiche que decía que el 15 de julio en Benicàssím tocaban los RHCP, en el marco de un festival de tres días que a mí me importaba poco y nada. Para esto faltaban más de dos semanas así que tenía tiempo de organizarme e ir. Sí, claro que desde el primer segundo lo tuve claro: ir a ver en Europa a los Red Hot, una de las bandas que escucho desde hace más de 25 años y, de yapa, conocer un lugar nuevo era no menos que un imperativo categórico kantiano. Voy y se terminó. Cómo es lo de menos. O eso pensé yo.

Pasaban los días y yo seguía sin comprar el ticket. Una sola persona me dijo que estaba loco, que era una locura, que cómo me iba a mandar a un lugar que no sabía dónde quedaba y qué sé yo. Mi hermana. Sí, la que largó todo y se fue a vivir a otro continente para anclar en el medio del Atlántico me decía que yo estaba loco. Un amigo de ella, también santafesino, me dijo “es ahora o nunca”; idénticas palabras que Marcelo Araujo le suplicó a Cani dos segundos antes del gol a los brasileños en el 90. Tenía que ser ahora. Unos días después, en el aeropuerto de Sevilla, saqué mi entrada. El día gurrugüeinau iba tomando forma. Ahora tenía que sentarme a planificar este desvío en mis vacaciones.

Como les dije, para el día del recital yo iba a estar en Madrid. Ya tenía una habitación reservada, lo que me garantizaba poder dejar mi valija allí. Una noche al menos en Benicàssim iba a tener que pasar si no conseguía colectivos para volver apenas terminado el show. Primera misión: conseguir transporte. Y acá la cosa se empezó a poner peluda.

Benicàssim vendría a ser algo así como Cayastá pero sin cadáveres aborígenes expuestos como atracción. Es un muy lindo pueblo que queda en la loma del orto y no tiene colectivos directos desde Madrid. Y claro, de Retiro a Cayastá tampoco debe haber directos. ¿Tren? Me dejaba en un pueblo a 30 km. Y desde ahí no había buses a Benicàssim para llegar a ver a los Red Hot. Para volver la misma historia. Ergo, ir implicaba una noche de hotel sí o sí porque no había manera de hacer el viaje en un día.

Mi hermana me dijo que contratara carpooling. Que seguro iba a haber mucha gente que fuera al festival y, por lo tanto, seguro conseguía auto compartido. Le hice caso y así resolví el problema del transporte. Me iba el sábado 15 a la mañana y me volvía el domingo 16 tipo 9 am, en coches diferentes. Retomaré el tema transporte cuando sea oportuno. Vayamos ahora al tema alojamiento.

A menos de una semana del recital, con entradas agotadas los tres días del festival en pleno verano europeo, era obvio que no iba a conseguir hospedaje en Benicàssim. Obvio, sí. Menos para mí. Todo colmado. Empecé a considerar dormir en una plaza o la playa hasta que sea la hora de volver. O no dormir, aunque me duermo hasta bailando así que eso iba a ser complicado y más aún con el cansancio del viaje y de los Red Hot. Para no hacerla más larga, encontré una habitación en un hotel cuatro estrellas en Alcossebre, un pueblito que se parecía más a un barrio privado con muelles que a un pueblo, a 30 km. de Benicàssim. El hotel salió más caro que la entrada al recital pero tres años después todavía me queda el cepillo de dientes y el peine que me traje como presente. La cosa es que ahora, además, tenía que planificar cómo llegar de un pueblo a otro antes y después del recital. Ah, y al otro día tenía que volver a Benicàssim porque el carpooling salía desde ahí. Supuse que el mismo día del recital lo iba a solucionar en un pim pum pam. 30 km. es como ir de Santa Fe a Paraná, una papita. Ah no, cierto que Fluviales. Al final, van a ver que estamos más cerca de Europa que de Venezuela. O quizás a España 70 años de peronismo lo llevó a ser Venezuela, no tener colectivos, y no lo sabíamos.

El día G

El sábado 15 de julio de 2017 amanecí en Tirso de Molina, Madrid. Me tomé el subte no sé cuánto hasta la última parada. Tipo 9 AM, un español, una colombiana y yo nos íbamos a ver a los Red Hot a Benicàssim en el mismo auto. Había un ecuatoriano también pero se bajó antes.

Durante el viaje (que duró unas 5 horas), se dio una charla muy llamativa con el español sobre política argentina. Según él, el asesinato de “ese” fiscal había debilitado al gobierno anterior (el de Cristina). Yo le dije que no había certezas de que a Nisman lo hubiesen asesinado y que, de haber sido así, era probable que nunca se supiera. Y sin mediar argumento alguno, mi chofer respondió: “Esa es la mejor prueba de que lo mataron: que nunca se va a saber quién lo mató”. Ni el hijo de Leuco se animó a tanto. Como vemos, Clarín wins en España también.

Llegamos a Benicàssim y lo primero que hice fue ir a retirar mi ticket. Allí pregunté cómo podía llegar a Alcossebre. Quería dejar la mochila y el mate en el hotel y, además, aprovechar la pileta y cada centavo de euro que me costó esa habitación a la que nunca más iba a volver en mi vida. ¿Y a que no saben qué? No hay ni trenes, ni colectivos, ni barquitos que vayan de un lado a otro en horarios que me permitiesen llegar al recital. Claro, si de Gálvez a Arocena tampoco tenés transporte fluido, ¿por qué habría de haberlo en el primer mundo? En conclusión, o me iba en taxi y pagaba el doble de la entrada para ir y volver al hotel, amén del que tenía que pagar para ir después del recital o me quedaba deambulando por la playa con 35° hasta la hora del recital, con una mochila y una matera a cuestas. Claramente, hice eso. Recuerdo haber posteado una storie en Instagram en la que se me ve notablemente deshidratado.

Opción C: llamar a los pibes con los que me volvía al otro día y preguntarles si ellos no tenían un lugar en donde se hospedaran. Total, si tenían lugar, les ofrecía pagar ya que esa plata la iba a tener que pagar en taxi igual para no perder la reserva del hotel. Whatsapp mediante les consulto y me contestan al toque: “Nosotros estamos alojados en la casa de un amigo y ya no hay lugar.” Y antes que les diga “Ah, ok” leí lo que, de no ser porque en pocas horas más iba a ver a los Red Hot, era lo mejor que me iba a pasar en el día, el mes, el viaje y, probablemente, el año: “Estamos en Alcossebre”. ¿Vieron cuando Marty está a punto de desaparecer mientras toca la guitarra en el baile del “Encanto bajo el océano” y George la besa a Lorraine y de golpe Marty revive de un saque y todo lo que sigue es Gurrugüeinau? Bueno, fueron eso para mí “Estamos en Alcossebre” en ese momento.

Les pregunté si me podía volver a Alcossebre con ellos después del recital y me respondieron que no venían esa noche al recital. Sí, eso: habían ido al festival pero no a ver a los Red Hot, la atracción principal. De vuelta al comienzo: a Marty no le arranca el Delorean y al Doc se le desenchufan los cables. Todo un desastre. Pero pero pero… al ratito me mandó un mensaje que decía: “No te prometo nada pero si podemos organizarnos quizás podamos ir a buscarte”. En mi cabeza empezó a sonar la música que siempre suena cuando algo me sale demasiado bien: la banda de sonido de Volver al futuro en el momento en el que Marty está por alcanzar el rayo. Era todo festejos. El pibe me mandó ese mensaje y yo ya arranqué 3 de la tarde con la birra. De todos modos, todavía no había nada confirmado. La confirmación llegó tipo 19: me iban a buscar cuando terminara el recital y me llevaban a Alcossebre. Porque sí y sin cobrarme nada. De onda. Porque estaban aburridos, qué sé yo.

El recital fue todo lo que esperaba de los Red Hot y más. Los vi muy de cerca y de no ser por unos yankees que casi me pegan cuando quise irme para adelante, hubiese llegado a la valla de contención. Solo me puedo quejar de que no estuviera Frusciante. El resto va a ser uno de los tesoros que habré cosechado en mi vida, sin dudas. Fueron un poco menos de dos horas al palo. Todas las canciones que tocaran iban a estar bien y lo estuvieron. Desde ya, la última fue Give it away, 26 años después de la primera vez. Ah, y de yapa canté Wonderwall con toda la banda inglesa que fue a hacerle el aguante a Liam Gallagher, en el mismo escenario en el que un ratito después tocaron los Red Hot. La contracara: perdí un termo. Bah, me hicieron dejarlo antes de entrar. Allá, en Europa, donde estas cosas no pasan.

El resto de mi vida

Completamente satisfecho, fui hasta la ubicación donde me buscaban. “Ahí te estamos viendo” me dice un whatsapp mientras se me estaciona al lado una camioneta negra de esas que secuestra gente en las películas de Hollywood. Después de toda la suerte que había tenido durante todo el día, lo que viniera iba a ser un bis del recital: incluso si al otro día amanecía con un riñón menos.

Presentaciones mediante, subo y no había modo de abarcar lo mucho que les estaba agradecido a esos pibes. Eran dos vascos muy amigos, de mi edad aproximadamente, que vivían en diferentes ciudades y que tomaron el festival como excusa para reencontrarse por al menos un fin de semana. Les ofrecí, nuevamente, pagarles el haberme buscado. Les ofrecí unas cervezas. Creo que les ofrecí la escritura de mi casa también. El conductor se reía. Y me dijo algo que, no por religioso precisamente, se me grabó en la memoria: “Yo no creo que haya algo más allá. Pero trato de hacer lo necesario aquí para conseguirme un ticket en primera clase por si llegara a estar equivocado.” Como dije, les pintó. O quizás les dio curiosidad. O les di pena. O, simplemente, me encontré con un tipo para el cual hacer eso es lo más normal del mundo. “¿Cómo vas a dejar tirado a un extranjero, de madrugada, en el medio de un pueblo desabastecido y lleno de gente, a la deriva de que un taxi no le cobre el triple por llevarlo a una ducha y una cama, si puedo evitarlo?”, supongo que también habrá pensado y se organizó y me salvó el día. Y sí, la pregunta suena lógica: si te considerás buena persona, cómo no vas a ir a buscarme, ¿no? Bueno, hay gente que es mucho más consecuente y coherente en sus hábitos con lo que piensa de sí misma que de lo que soy yo.

Llegué al hotel, quedamos a una hora para el otro día y subí a la habitación. Ya era la 1 am. Estaba fulminado pero no podía quedarme sin conocer Alcossebre. Me bañé y salí a caminar y buscar una birra. Había una calle sobre el muelle con algunos pubs abiertos llenos de teenagers. Comí unas papas, tomé unas cañas y ahora sí me fui a dormir. En Santa Fe, hizo el día más frío del año. Y era el Festival Invernal de la Cerveza en la Belgrano.

El domingo 16 lo amanecí cerca de las 7:30. Me buscaban a las 8, misma hora que comenzaba a estar disponible el desayuno. Me tomé un café con leche, comí algo robado y me afané otras cosas para el camino. Recuerdo haber dormido mucho en el viaje y que en un momento me preguntaron cómo llegué hasta allá y la conclusión era que yo estaba re loco y que me felicitaban por haberme animado a semejante locura y qué sé yo. Me sentí bien. Contento de hacer algo que si lo quisiera hacer otre, tal vez yo lo desalentara. Me bajé cerca de Tirso de Molina en Madrid. Pasé dos días más recorriendo la capital española. Confirmé lo que ya sabía y no por herencia: Barcelona le pasa el trapo. Ese martes pegué la vuelta a la Argentina.

Podría describir este viaje como un hito de descubrimiento personal; teñirlo de moralina o moralejas de autoconocimiento y hacer de esto un bello relato que cuajara perfecto con el “querer es poder”. Si yo no hubiese tenido el dinero, en primer lugar, no hubiese podido hacerlo y que yo sepa no iba por eso a quererlo menos. Pero no fue nada de eso. O sí y no me interesa. Solo sé que fue uno de los momentos más lindos y divertidos de mi vida y que sigo sin saber qué carajos dice la letra de Give it away. Pero cada vez que la escucho canto lo que se me raja y la vida suena a algo parecido a un gurrugüeinau que me pone siempre de muy buen humor.

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