Gayo & Wada

Sobre la nueva novela de Ariel Aguirre.

Gayo & Wada, la novela de Ariel Aguirre publicada por Editorial Conejos (Buenos Aires) es, ante todo, y duele decirlo, una novela muy colonista. Tan colonista que mientras escribo siento una verdadera guerra entre el deber de escribir “colonista” y el impulso de escribir lo otro. (¿Tan colonista va a ser?).

Escribir lo otro. Entra Guerra, Claudio Rubén: Capitán Bermúdez, provincia de Santa Fe, Argentina, 5 de septiembre de 1983, goleador y golpeador, lo tuvieron que operar de la mano por pegarle a la mujer. Se comentaba también que tenía un romance con la hermana de ésta, vale decir, su cuñada.

El fútbol y la mugre. Escribir lo otro es escribir lo que está abajo y al costado y a la vuelta; cuanto más cerca del palo vaya más difícil es, pero a veces bien vale la pena arriesgar. Escribir con el paisaje urbano y social de la zona más turbia de la terminal y varios nombres propios de Unión y Colón que persisten en nuestra memoria con un heroísmo casi siempre dudoso.

Doble G quiere jugar en Colón, tiene que bajar 30 o 40 kilos, tiene que enamorar a Maia y no defraudar a Gayo ni a su madre. El deber y el impulso, el deber y el deseo, trazan los caminos de estos personajes que parecen estar constantemente tirando o esquivando patadas con distinta suerte. Los insólitos e inútiles poderes que algunos poseen no suelen ayudarlos sino más bien lo contrario.

Entra el pibe Ojeda: era algo petizo para arquero pero parecía bueno, morocho y flaquito. En un momento todos eran viejos, mediocres o paupérrimos y estaba el pibe Ojeda, la promesa. Un dicho tribunero afirma que un arquero tiene que comerse goles pelotudos para crecer, sin duda suena tanguero y vomitivo, lo cierto es que el dicho se empezó a repetir frecuentemente a la vez que se terminaban la esperanza y la paciencia. Atajaba pelotas realmente difíciles pero los centros frontales parecían anularle el cerebro y así como lo notábamos en la tribuna también lo advertían los jugadores rivales, los técnicos y toda la gente que lo veía en televisión si era el caso de que tocara. Fue un alivio que se fuera rápido por dos mangos a cualquier lado, al tiempo salió campeón en Argentinos Juniors. Seguía siendo un arquero raro para mi gusto. (¡Pero el que se tiró antes en un penal en un clásico no fue él sino uno con apellido sinónimo de hueco, hoyo, fosa y atajaba para el otro equipo!)

El primer defensor de Colón que recuerdo es Pedro Fóppoli cuyas cualidades físicas y futbolísticas concuerdan rigurosamente con las de Doble G. Si a Fóppoli le sumamos (materialmente) a Tito Ramírez en su última etapa, creo que podemos visualizar adecuadamente a nuestro protagonista.

El número del celular y la dirección del Huevo Toreso estaban escritos en los paravalanchas y cada tanto se actualizaban. Antes, cuando todavía jugaba en Unión, un viejo solía gritarle “violador de Las Flores”. La bandera que decía “pagarán su culpa los traidores” no fue para él pero podría haber sido, lo que siempre me pregunté es qué hacían Pablo Milanés y Salvador Allende entre esa gente transpirada, deseosa de sangre y tan poco interesada por el socialismo. Lo que no se me ocurrió preguntarme es cómo escribir algo con eso, cómo escribir, por ejemplo, un policial negro, fantástico y grotesco, recortando y mezclando nuestras modestas leyendas del fútbol local. Ariel Aguirre sabe cómo.

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