Ventanas

Lo que acontece a través de unos cristales es más potente que una ventana abierta, según Baudelaire (“Las ventanas”, El spleen de París, 1862). Es un misterio que permite imaginar. Para mí, que soy escritora, imaginar es vivir.

En pandemia se ha vivido, virtualmente, a través de ventanas y balcones: fotos y videos de lo que uno hace, de lo capturado a otros. En mi práctica docente, después de diez horas diarias de ventanas virtuales, me pasa lo contrario a lo que postula Baudelaire: imposible imaginar. Además de categoría marxista, el verbo latino alieno significa ceder a otros los derechos de propiedad. Con la base gen, la pantalla me convierte en alienígena: diferente a mis congéneres. En mi casa, soy mi propia alienígena.

Ante la clausura de la alienación están los detalles mínimos: ver y escuchar. De noche hemos asistido a dos fenómenos: los sonidos en los cielos y los avistajes de naves extraterrestres. De ninguna de esas cosas me interesa su estatus de verdad científica sino su posibilidad de inversión de la mirada. Desde la ventana de enfrente, desde la calle, observando nuestras luces, desde otro mundo ¿quién ve? ¿Qué ve?

De la poesía de los noventa me gusta mucho “El cielo de Boedo”, de Daniel Durand. En ella aparecen más de cien estados del cielo y su contemplación. En esa obra hay un distanciamiento, una mediación (dada por la escritura poética) que se asemeja a la práctica de observación en pandemia: En la ventana del este, detrás de una amarillada luna expandida/ que sube con rapidez, espasmódicamente florece una tormenta;/ hacia los vuelques, entre brumas, palpitan invisibles los planetas.

Justo antes de la pandemia vimos con mi compañero “La llegada”, con guión basado en la novela Story of your life, de Ted Chiang, un escritor estadounidense al que jamás leí. En esa película se pone en juego la posibilidad de que un mundo esté construido por el uso del lenguaje y el uso de los significados que hace un hablante. La protagonista, una lingüista que el Estado llama para intentar entender quiénes son y qué quieren los aliens de nosotros, comprende el lenguaje extranjero. Cuando lo comprende, su percepción cambia. Los aliens le dan, junto con el lenguaje, un saber sobre el futuro.

¿Un mundo existe porque lo hablamos y lo pensamos de un modo, y no de otro? ¿Qué ventana estamos mirando? Escribir no es saber el futuro, pero yo vivo otras vidas mientras escribo. Cuando era adolescente escribir me separaba del resto de mis amigos. Muchas veces me separó de mi familia, que veía en esa actividad una cerrazón. Tengo esa dicha, ese desdoblamiento. El lenguaje es una ventana: otorga un poder.

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