La fiesta clandestina en plena cuarentena deja a la vista la obsesión de los chetos por arruinar las cosas que nos emocionan. ¡Pensar todo lo que todavía les queda por romper!

La felicidad dura hasta que alguien con una campera Uniqlo te la caga. Esta es una opinión personalísima, y no pienso correrme de acá. Quizás la campera es buena, abriga posta, y es innegable que quedan facheras. Esa camperuli viene con una camioneta con tapizado de cuero, una crisis matrimonial y una membresía en algún club de tenis. Puedo pecar de clasista, sí. Puede que mi progresismo leonardofaviezco me impida ver más allá del fino material de la campera Uniqlo, que entra dobladita en una mochila. Y puede ser que tenga cierta tendencia a responder de forma amorosa, visceral y demagógica a todo lo que el campo nacional y popular produce. Acá no puedo distanciarme, ni voy a pecar de tibieza: no me banco más la manía de los chetos por arruinar todo.

¡El tupé! ¡La obsesión de esa gente por arruinar las cosas que funcionan, que emocionan! Y los nombro así, de brazos cruzados, con el ceño fruncido y la bronca de un plateísta que ve que su equipo nunca va a poder remontar el 3 a 0 abajo que sostiene desde los primeros minutos del partido. Acá usaría todas las expresiones que nos quedaron como legado de la derecha más rancia: “rompen todo, con mis hijos no se metan, en su casa que hagan lo que quieran pero no tengo por qué verlos haciendo crossfit en la calle”. Y así todo el día. Me transformo en el Eduardo Feinmann de este movimiento, de ser necesario.

No hace falta que diga que esta columna está movida por las escenas que circularon de gente que armó el Chaquitopalooza como si quizás no estuviéramos, no sé, ¿en medio de una pandemia mundial? Yo no computo. ¿Por qué no pueden disfrutar de las cosas sin hacer de eso un rito que incluya gazebos, cervezas caras y parlantes a todo pedo pasando Marama en la caja trasera de una 4x4? La moderación no es su fuerte. La sutileza se les escapa. La manera caprichosa en la que inequívocamente transforman todo acto de democratización del goce en una fiesta privada me pone de los pelos. Así es como transformaron a los patios cerveceros en esos antros de sillas y mesas altas que no invitan a quedarte a charlar. Así hicieron de los gimnasios una suerte de cofradías de la transpiración y las proteínas, y del salir a correr una secta casi mafiosa. Así hicieron de las fiambrerías un “Almacén de quesos”, de la poesía una simple tarea de poner enter en cualquier lado y de las camisas floreadas un símbolo del Tincho hegemónico. ¡Devuélvanle esa prenda del bien a las tías maravillosas y al colectivo de la diversidad! Esa suerte de rebranding transforma las cosas simples, hermosas, mundanas, en un producto VIP.  Comer orgánico es privativo, incluso si es la misma lechuga que con tanto ahínco les compañeres de La Verdecita vienen cosechando desde hace años. Una cuenta de Instagram y un flyer bien armado y con eso basta para apropiarse de todo lo que siempre existió, pero que ellos no habían notado.

Sus títulos en marketing al menos sirven para eso.

Donde nosotres vemos una playa enorme en la que la gente puede tomar unos mates un sábado a la tarde respetando la distancia social, ellos ven un terreno fértil sobre el que construir el próximo Parque Temático de la marihuana. Porque ahora también fuman faso, y te lo hacen saber. Todo el tiempo. A toda hora. Ya te vimos, Martín. Basta de esas stories en un grupo de mejores amigos en los que mostrás tu colección de picadores.

Las escenas del Chaquito me dieron pavor. Pensé en todas las cosas que todavía les quedan por arruinar. Y ni me voy a meter en la relación obvia, que es que cuando esa gente gobierna te emperna con un bono a cien años, una deuda impagable y un aparato de espionaje a políticos y periodistas.

Temo ahora por los lupines, la peli Space Jam, las pantuflas, la figura de esa kioskera buena onda que te fía, la provincia de Chaco, los yaguaretés, la torta alemana, el señor que vende flores en Bulevar y 25 de mayo, Gabi Sabatini, la pilcheria Gladys, el Pipi Rivero, Los Iracundos y la Bristol. Es decir, todas esas cosas que amo, y que aparentemente elles no han descubierto aún.

Si llego a ver un sólo “Almacén de choripanes” puedo llegar a transformarme en una kamikaze tirabombas. Yo avisé.

Que sirva como sugerencia, ahora que todavía me encuentran democrática: dejemos de termearla. Sobre todo si ese termo viene de Estados Unidos, sale un millón de pesos y no sirve para tomar mate.

14 Comentarios

    • Que barbaro. Sos igual o peor de nefasta que los que oganizaron esa joda.
      Quien mierda sabe que es un campera uniqlo!? Vos no mas...
      La verdad que da bronca lo q hicieron ese domingo, pero mas bronca me da este "artículo". Huelo mucho resentimiento.
      Asi está el Pais... , un Pais que seria hermoso pero que se convirtio en un Pais de mierda por gente como vos y tus "enemigos"del chaquito.
      Abrazo flaca.

  1. Amiga te van a salir canas verdes de vivir en tu propia burbuja de caca jaja. Aflojale a las redes sociales y a maquinearte la cabeza sola detrás de una pantalla que nadie te está cagando nada. Saludos y cuidate.

  2. Las imágenes que circularon son un poco tristes, así que concuerdo.
    Sólo que se aprecia bastante artículo en tu resentimiento.

  3. Excelente!!
    Ya comen empanadas en frascos, y llaman Delicatessen a los sanguchitos de miga... Nos avanzan a trompadas.
    La resistencia te acompaña Belén! jajaja

  4. Que tristeza ver tanto resentimiento. Como algo que te gusta puede ser arruinado porque, según vos, le empieza a gustar a otros?
    Como te puede importar la campera que usan o el termo donde guardan agua caliente? Es increíble lo intolerante que sos. No puedo creer que te pongas a pensar en eso y, peor aun, dedicarle una nota

  5. Realmente si para vos esa gente es cheat , debes ser una cabeza igual que ellos , porque si no sabes distinguir entre gente bien y negros con camioneta no saliste de tu barrio. Chau mersa

  6. La idea era causar risa, porque la verdad no me terminó de quedar claro. Osea, que se yo, capaz que al resentimiento social hecho carne que escribió esto le da gracia, y a todos sus compañeros del fit también y se ríen todos juntos en la fotocopiadora de la facu, a la que van hace 12 años, pero a mi me asesinó la risa para siempre

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