La revancha de los cuerpos gordos

Daiana Rosales y Camila Stéfano (al centro) flanqueadas por Javiera e Ivo Colonna de Bife, en la Marcha del Orgullo 2019 de Santa Fe.

Activismo gorde: la lucha por el amor propio y la autoaceptación que pone en jaque los discursos odiantes que promueven corporalidades irreales. Una mirada desde la salud.

Hojeás una revista: todas pibas flacas, de piernas interminables. Mirás la tele: los abdómenes chatos, los talles small. Abrís el Instragram: las cuentas consejeras para no salir rodando de la cuarentena. El mandato de la belleza parece haberse convertido en algún momento en el mandato del amor propio: ¿desde cuándo ese cobijo que nos dio el feminismo, es válvula de escape al bullying, esa escuela de aprender a mirarse en el propio espejo y quererse, ahora viene fraccionado en tips de entrenamiento fit o en potes de cremas reductoras?

Camila Stéfano es comunicadora social, activista gorda y feminista. Beren Leiva es su compañere, activista trans no binarie y gorde. Integran Gordxs Públicxs, una organización surgida en Santa Fe para politizar la existencia de las corporalidades gordas como una respuesta al odio a la grasa. “Es la lucha a favor del empoderamiento de los cuerpos que no entran en la hegemonía y en los estándares de belleza”, dice Camila. Para Beren, es “el espacio en común que tenemos les disidentes de la ‘buena presencia’”.

El movimiento gorde no es nuevo: su genealogía puede rastrearse de manera similar al buceo por las mareas feministas. Aparece en 1970 en Estados Unidos, como una respuesta a los mandatos corporales vigentes. Cincuenta años después, y varias latitudes al sur, el activismo de las gordas, gordos y gordes toma un rol protagónico en el contexto de la crítica a los mandatos sobre las carnes y las biografías. Algo del “mi cuerpo, mi decisión” resuena como música de fondo.

Del otro lado de la mecha, el gordeodio. “El gordeodio es la violencia sistemática que sufren los cuerpos gordos. Generalmente se habla de gordofobia, pero no es una fobia, no es una patología: es odio a la idea de engordar, de transitar la vida dentro de una corporalidad gorda, de que el gorde es gorde porque come y mira tele; es tenerle bronca a la comida y relacionarnos de una manera culposa con ella”, define Stéfano. Leiva agrega: “Es otro mal de la sociedad magra y patriarcal. Es un discurso apoyado por la medicina, los medios y la educación sobre nuestros cuerpos, que nos impide vivir libremente como cualquier persona con una corporalidad aceptada dentro de los cánones de belleza”.

Beren y Camila coinciden en que el gordeodio se expresa de muchas maneras. “Desde el ‘te lo digo por tu salud’, hasta llegar a la violencia física o al abuso sexual. De esto último no se habla mucho porque nadie quiere hacerse cargo y porque es muy difícil decir ‘me hicieron esto porque tengo un cuerpo gordo’”, afirman. “Los mandatos magros se ven reflejados en todos los cuerpos, en los gordos de forma más evidente, porque nos obligan a estar en la oscuridad, tapades, invisibles”, reflexionan.

Vivir el presente

¿Cuál es la diferencia entre ser y estar gorda? En esa distinción es donde la carne se hace reivindicación: “Las personas gordas generalmente vivimos en un futuro: ‘cuando sea flaco, cuando baje de peso, cuando me entre el jean’. Siempre estamos proyectando ese ‘cuando...’ y nunca viviendo el presente”, dice Camila Stéfano. “Cuando se vive ese presente se toma conciencia de todas las violencias, de que el cuerpo propio es territorio de uno mismo y que nadie tiene derecho a violentarlo”, explica la activista.

A partir de esa conciencia se deja de ‘estar’ y se empieza a ‘ser’: “Ser gorde se vuelve una identidad política. Es un jaque mate a la maldad: toda la vida me dijiste ‘gorda puta’ y ahora me pongo un pañuelo y voy a la Marcha del Orgullo, orgullosa de ser lo que soy. Ser gorde hoy en día es una decisión política”, enfatiza.

Su compañere Beren Leiva coincide: “Reconocerse como gorde es un acto político frente a una sociedad que quiere exterminar nuestra corporalidad, siempre y cuando ese reconocimiento venga de nosotres mismes y con una reafirmación empoderante y liberadora”.

Vivir el presente del propio cuerpo es la primera forma de resistencia: sigue contarle las costillas a una sociedad que tiene gordos los prejuicios. “El tema del acceso al trabajo, como mujer gorda, lo tengo altamente limitado. En muchas áreas está el tema de la ‘buena presencia’: el año pasado intenté que me tomaran en una panadería, mandé un currículum, les gustó. Me llaman para una entrevista y me dicen ‘gracias por venir, pero nosotros tenemos en cuenta el tema de la buena presencia’”, relata Camila.

Foto: Pehuen ko

La buena presencia es el cuerpo de la chica flaquísima, blanca, rubia y de ojos claros, que sale del papel ilustración de la revista y se sienta en una oficina o se para tras el mostrador de una panadería. La buena presencia es la ausencia de todos los otros cuerpos que no entran en ese molde y que cada noche se acuestan con las marcas de su propia ropa en la piel. “El tema de conseguir trabajo también influye en la salud mental y social: cómo voy a estar bien de salud si me prohíben todo por tener una corporalidad gorda”, se pregunta Camila.

La discriminación a los cuerpos gordos excede lo laboral y se reproduce en la escuela, en los medios, en el sistema de salud. En esos ámbitos también juegan el género, la orientación sexual y la clase.

Una vez más aparece la necesidad de políticas públicas que se hagan eco de estas situaciones. Comprar un talle 5 de ropa, si se consigue, puede costar el doble: la Ley Nacional de Talles, aprobada a fines de 2019, espera a ser aplicada.

¿Qué pasa cuando también disminuyen las posibilidades de elegir qué comer? “Al tener un poder adquisitivo casi nulo, se apela a consumir alimentos baratos y ‘rendidores’: es decir, harinas y procesados. Basta con ver cuáles son las ayudas alimentarias del Estado frente a las crisis: bolsones de comida compuestos, arroz, harina, azúcar, polenta y fideos...”, enumera Beren.

Las posibilidades reducidas de acceso a una alimentación variada es acompañada de otras violencias, cuando esa situación es en sí misma invisibilizada. “Una alimentación a base de estos ingredientes provoca que haya personas con corporalidades gordas y en estado desnutricional. Esto crea un estereotipo en torno a esos cuerpos: ‘es gorde, no tiene hambre, le sobra la comida’. Eso no significa que las personas gordas son no-sanas, solo denota que la sociedad magra invalida las luchas de las personas gordas”, reflexiona la activista.

“Es por tu salud”

El hit de los dedos acusadores de la gordura es: “te lo digo por tu salud”. En eso coinciden Stéfano y Leiva. Sin embargo, el acceso real a la salud de las personas con cuerpos gordos también se ve obstaculizado. “Durante mucho tiempo dejé de ir al médico porque iba por cualquier cosa y la respuesta era ‘es que sos gorda, tenés que bajar de peso’”, cuenta Camila. “Una vez me astillé un dedo porque me caí en la escuela, y el traumatólogo me dijo ‘tenés que bajar de peso’”, recuerda.

Beren rememora el relato de muchas otras gordas y gordes que asistieron al Taller de Activismo Gorde en el Encuentro Plurinacional de Mujeres y Disidencias Sexuales en Chaco. “Varias personas contaban cómo habían sido mal diagnosticadas debido a la actitud que tienen les profesionales de la salud frente a nuestros cuerpos. Cualquier dolencia es adjudicada a nuestra gordura, y para colmo, es nuestra ‘culpa’. Varios cánceres de útero o problemas hormonales fueron invisibles ante los ojos de profesionales que no podían ver más que kilos supuestamente de sobra”, relata. “Nuestro acceso a la salud se ve truncado por esta visión sobre nuestras anatomías, formada por años y años de determinada forma de enseñar y conceptualizar nuestras carnes”.

Jésica Lavia es nutricionista (Matrícula Nacional 4824) y promueve a través de su Instagram @JesiNutriOk una “educación alimentaria desde un enfoque de nutrición que incluye la diversidad corporal y la salud integral”. “La salud es un completo bienestar físico, psíquico y social. Para poder hablar de si una persona goza o no de buena salud se necesita analizar muchas cuestiones”, indica la profesional. “Por eso estoy en contra de utilizar solo la balanza o el índice de masa corporal para definir si una persona está saludable. Tenemos que ver qué pasa a nivel físico, laboratorio, estudios, sus antecedentes, su historia, qué pasa con su salud psíquica, con su salud social, cómo se relaciona con la comida y con su imagen corporal. Es un tema amplio como para encasillarlo en dos números”.

Con respecto a las dietas que aparecen en las redes sociales y en otros medios de comunicación, Lavia cuestiona: “Todas esas dietas de moda apuntan a bajar de peso, no a una idea de salud integral. Colaboran con la idea de que estar flacos es lo que está bien y que estar gordo es lo que está mal”.

La profesional explica que el sobrepeso y la obesidad están determinados por el índice de masa corporal y según los valores que arroja ese índice es que se clasifica el peso en sobrepeso u obesidad. “Sobrepeso y obesidad es todo tipo de gordura, solo que se la está clasificando. Cuando hablamos de gordura hablamos de grasa corporal, sin esa clasificación patologizando el cuerpo. Cuando uno dice ‘sobrepeso’, sobre qué peso, de qué peso estamos hablando. Estamos hablando de pesos ideales y normados, desde tablas estandarizadas y de estereotipar lo que es el peso”, argumenta.

Ante esos estándares que perpetúan la violencia, la respuesta es el ejercicio de lo identitario como acción política. Es la revancha de los cuerpos gordos en libertad, en pie de lucha por sus derechos y no como pacientes a la espera de un mañana. Es poner en jaque la aspiración estética del odio: la de los huesos sin carnes, sin rollitos y sin amor.

Dejar respuesta

Por favor, ¡ingresa tu comentario!
Por favor, ingresa tu nombre aquí