Ediciones libres contra el encierro

Diciembre de 2019: presentación de Contraversiones de la vida en la cárcel en la Biblioteca Lola Mora. Foto: Darío Rivadero

"Contraversiones de la vida en la cárcel" es el segundo libro colectivo del Taller Compartiendo en libertad del Penal de Las Flores. Una comunidad que crece contra las rejas, con la cultura y la educación como banderas para la libertad.

Esto es literatura urgente, conocimientos alumbrados en el corazón del encierro. Así se presenta Contraversiones de la vida en la cárcel (2019), el segundo libro del Taller Compartiendo en libertad que se desarrolla en el penal de Las Flores. Reúne “miradas y saberes contra la ignorancia, contra el abuso de poder, contra la hipocresía carcelaria”, definen sus autores. Son Chema Vasilack, Víctor Payes, Milton Huguenet, César Valberdi, Oscar Toledo, Pedro Gamboa, Tomás Alzugaray, Heldo Aníbal Cabrera, Fabián Arregue, Ezequiel Camargo, Rodrigo Chávez Lagraba, Agustín Arnau y Federico Ternavasio.

La edición colectiva publica poemas, ensayos, relatos, recuerdos, ilustraciones y un contramapa, un mapeo de la cárcel mirada desde adentro. Jugando con la palabra contravención y contra la yuta/ contra la corrupción/ contra lo fácil a través de lo difícil/ contra las rejas. Usa la primera persona o la segunda, con el brillo pulido de la intimidad. También abundan los signos de interrogación: Se entiende por progresista que tiene “ideas avanzadas”; la gran pregunta ¿dónde están?

Ingresar al penal todas las semanas para ir al taller es atravesar varias barreras y controles que incluyen una pulserita de papel y entregar el DNI, para que los de afuera no puedan camuflarse con los de adentro. “En una entramos a quejarnos del servicio penitenciario y César, uno de los compañeros, nos bajó un poco a tierra y empezó a compartir sus vivencias en la cárcel, hasta que pensamos en un proyecto que comunicara esas otras versiones que generalmente no circulan en los medios, en los discursos de funcionarios políticos y en alguna gente de la academia”, recuerda Federico, uno de los talleristas.

Ema, Milton y Víctor fueron de los primeros estudiantes en sumarse al Taller de Lectura y Escritura, que comenzó a mediados de 2016 en el aula del Programa de Educación Universitaria en Prisiones de la Universidad Nacional del Litoral (UNL). A la par de la oferta académica, los encuentros se fueron abriendo a una lógica más comunitaria con el acompañamiento desde la UNL de Carolina D’Amelio, quien hoy sigue oficiando de coordinadora. En 2019 el taller se integró al Programa Nueva Oportunidad del Ministerio de Desarrollo Social, lo que permitió contar con mayores recursos y sumar participantes. Entre ellos, Oscar que venía escribiendo hace mucho y Tomás, que ya orientaba lo suyo hacia la poesía y lo musical. Los roles para organizar tiempos y tareas fueron rotando y cuando tocaba que uno de los compañeros pudiera felizmente salir del penal, como César y luego Oscar, otro tomaba la posta.

Comunidad y copyleft

La forma de intervención del Taller es la mediación lectora: acercar algo que alguien conoce, disfrutarlo juntes y ver qué pasa. “Siempre leímos cosas diversas para ver qué intereses aparecían, porque si no hay un deseo puesto en juego, un deseo por hacer algo con la escritura o con la lectura, el espacio se termina transformando en una secuencia de ejercicios y se vacía de sentido”, afirma Federico. Me encontré con cuentos con finales felices y traumáticos, entré a la cultura que no conocía, viajé a lugares que nadie me pudo llevar  y conocí personajes que me identificaron en la vida real, resume Oscar. Los horizontes y criterios para escribir y leer se fueron construyendo sin bajar línea ni temas, incluido el de la cárcel misma.

El libro se materializó con fondos del Nueva Oportunidad y se imprimió en Juanito Laguna. Tiene licencia Creative Commons de cultura libre, es decir que cualquiera puede continuarlo, compartirlo, imprimirlo o venderlo, siempre que se respete la integridad de los textos y la autoría individual y compartida. Se presentó en diciembre del año pasado en la Biblioteca Lola Mora y se consigue a través de su Red de distribución autogestiva.

El Taller ya había publicado en 2018 el Antidiccionario de palabras en la cárcel. Gracias al copyleft y la viralización, repercutió en proyectos similares en Uruguay, Bolivia y Chile. Fue un éxito internacional, reseñó Milton. Está abierta la posibilidad de editar una segunda edición ampliada, que recopile las colaboraciones realizadas desde esos distintos proyectos vinculados a los contextos de encierro latinoamericanos.

Pero más que como taller, Compartiendo en libertad se identifica como parte de una comunidad, forma de nombrarse que toman de los activismos de software libre. Es una concepción común entre los demás espacios de formación artística y expresiva del penal, también articulados con Nueva Oportunidad: el de Música, el de Serigrafía Tinta Libre y el de Tecnologías. Sostienen la filosofía de la cultura libre y se dan el nombre de En las flores, colectivo interdisciplinar indisciplinado. Mantienen la web www.enlasflores.org, donde pueden encontrarse los links a Archive.org para leer online los libros o descargar una versión para imprimir y también las fuentes tipográficas e imágenes usadas.

Comparten el compromiso de discutir y comunicar otras lógicas posibles de resolución de conflictos, en contra del punitivismo. “La primera vez que tuve un acercamiento a un espacio carcelario me dijeron que yo no iba a ser la misma persona desde que pise la cárcel, y así fue. El encierro te atraviesa, es una experiencia que pasa por el cuerpo y adentro el no es la regla. Confirmás que la cárcel no sirve para nada y te volvés a tu casa pensando que lo que una hace no logra mucho”, expresa Yamila Toller, otra de las talleristas.

Entre tanta reja

Desde que comenzó la pandemia ninguno de los talleristas puede ingresar al penal, como tampoco pueden hacerlo las familias de los internos. Hubo un momento crítico por falta de luz y agua y el lunes 23 de marzo estalló una revuelta grande que tuvo muertes como primera consecuencia. Otra, comparativamente de menor importancia, es que se llevó puestas las aulas y herramientas que usaban los talleres.

La prioridad actual es mantener aunque sea un mínimo vínculo con les pibes. Ernesto Macedo, del Taller de Serigrafía, explica que “es muy complejo trabajar con los talleres a distancia, hay muchas trabas. En el mientras tanto, estamos craneando con el eje de la comunicación popular, viendo posibilidades de difundir las voces de les pibes de los talleres, de sus relatos y crónicas, y combinarlo también con nuestras voces”.

Entre los proyectos en gestación crece Barrett Comunidad Editorial, que busca seguir publicando libros propios desde la escritura hasta la confección material, con el horizonte de un ingreso monetario para quienes salen de la cárcel y no pueden encontrar trabajo. El grupo ya pudo conseguir una fotocopiadora y otro de los recursos claves para continuar con todos los proyectos son las computadoras que se perdieron en la revuelta. Se están recibiendo equipos y desde el Taller de Tecnologías se pueden reparar y acondicionar los que así lo necesiten.

Incluso los informes oficiales admiten el uso de procedimientos disciplinarios como celdas de castigo, la ausencia de destinos laborales, los malos tratos a los internos y a los familiares, la falta de acceso a la educación y a la asistencia médica. Dentro de las malas condiciones en las que se vive adentro, la no continuidad de los talleres significa la ausencia de “momentos que se salen un poco de la rutina disciplinaria de la cárcel, del control total, de sentirte vigilado y, fundamentalmente, instantes de creación, de intercambio de ideas, de sentires, un poco de libertad entre tanta reja”, señala Ernesto.

Si bien está amparado por la Ley Nacional de Educación, lo usual es que el servicio penitenciario otorgue el permiso para acceder a estudiar como premio por buena conducta. Un derecho se transforma entonces en una herramienta de extorsión y de sostenimiento del poder del Servicio Penitenciario por sobre las presas y los presos, advierten desde En las flores y otros grupos similares que venían trabajando en la Unidad 4 de Mujeres y el Centro Especializado de Responsabilidad Penal Juvenil, también integrados al Nueva Oportunidad. Desde hace un tiempo se reúnen en el Colectivo de talleristas y activistas en contextos de encierro de Santa Fe.

En todos los espacios hay demoras importantes con las becas en los últimos meses, mientras la Ley del Programa Nueva Oportunidad tiene media sanción en Diputados. Como es usual, los trámites se hacen para atrás y por la primera parte del año se están gestionando los convenios dentro del nuevo Programa Santa Fe Más del Ministerio de Desarrollo Social, que tiene una impronta más productivista orientada hacia la inserción laboral. Damaris Oliverio, parte de un Taller de encuadernación de la cárcel de Mujeres, marca la dificultad de “pensarse por fuera, creando actividades alejadas del contexto y sin saber en qué condiciones se encuentran las pibas ni saber quiénes aún continúan ahí”. “Entrar a la cárcel cada semana no es fácil y remueve muchas cosas, pero prefiero poder ir y pensar qué cosas hacer, cuáles no, nuevas propuestas desde ahí, junto a ellas y sentadas en ronda alrededor de una mesa. Es loco, pero nos acostumbramos a las lógicas de ahí dentro. El dejar los DNI y nuestras pertenencias, la reiterada revisión de los materiales al entrar y salir, rejas que se abren y se cierran, el sonido, los olores. Es poner un pie adentro y sentir el frío del lugar, literal y simbólico”, reflexiona.

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