La tensión de la isla

Foto: Pablo Cruz

“No es un río” es la reciente novela de Selva Almada que completa una trilogía dedicada a la masculinidad en un ámbito litoraleño.

La isla es una sola. No hay más allá ni más acá. Entre sus límites se puede hallar tanto drama, tanto dolor contenido, tanta furia no expulsada, tanta violencia, como poesía y sueños de juventud. No deja de sentirse la necesidad de abandonar ese clima asfixiante, aunque es algo que ni siquiera se piensa. Como si en la isla todo empezara y todo terminase sin más frontera que un caudal de agua. A veces manso, a veces peligroso. En ese ámbito se desarrolla “No es un río” (Literatura Random House, 2020), la nueva novela de la entrerriana Selva Almada. Se trata de una obra que, al compás de una tensión sostenida, narra lo que sucede con Enero, el Negro y Tilo, el hijo del amigo muerto. El resto de los personajes no se acomodan en un mero lugar secundario y cada uno de los vínculos, con sus pequeños y grandes conflictos, le da vida a una historia sólida y provocativa.

Entre pasado y presente, el drama se potencia sin prescindir de la poesía.

El libro se presenta como el cierre de la trilogía que inició “El viento que arrasa” (2012) y continuó “Ladrilleros” (2013) a la luz de ahondar en el peso de la virilidad, la hombría y la masculinidad en mundos decididamente distantes del ser urbano. En los tres casos, el porrón, los perros que andan ladrando por ahí, “la calor”, los aires del Litoral, el baile con luces y cumbia, las “guachitas”, las creencias populares y el qué dirán se conjugan tal como las costumbres y los condicionantes de una idiosincrasia de pocas palabras y muchas cosas no dichas. De esta forma, la autora refuerza un estilo realista que no prescinde de la lírica para edificar una representación determinada por la naturaleza y los hábitos de un pueblo chico. Para ello, Almada apela al manejo de dos temporalidades que se intercalan y, así, permite que la narración avance enigmática, abriendo intrigas que se resuelven y se explican en el pasado, en el significado de lo onírico, en los vivos y en los muertos.

Recorrer el espinel es una práctica que integra el nudo argumental de la novela. De hecho, la pesca y todo lo que el río provee puede ser motivo de triunfo, de disputa, de leyenda, de vía de escape y de disfrute en un contexto de tipos cebados por el alcohol, pescados a la parrilla, venganzas, enojos y traiciones. Como el complemento del poder que acarrea el agua y sus turbulencias se encuentra el espesor del monte, que para andarlo es necesario conocerlo bien. Del otro lado está el continente, aunque “salir de la isla es un acontecimiento”; es decir, un hecho poco frecuente.

Que los varones sean los artífices de “No es un río” no conlleva que las mujeres carezcan de un espacio significativo en la trama. Entre ellas están dos hermanas adolescentes que se entusiasman con los chicos que les proponen ir al boliche. Su madre –soltera–, por su parte, sufrió golpes y abandono y anda con una pena tan arraigada que suele exorcizar encendiendo fuego. Cuida de sus “gurisas” aunque no quiere que sean “unas putas” que anden por ahí a riesgo de quedar preñadas. Ser mujer, en el pueblo, implica a veces echar broncas y otras callar, como ocurre con los hijos no deseados por los hombres y las soluciones que ellos pagan con el dinero que se entrega hecho un rollito a la mujer del curandero. A su vez, el sexo puede ser atrevimiento, goce, pero siempre es algo que se presume un problema y, sin embargo, se hace igual. A escondidas de los demás y su concepción de la moral. Así se vive en la isla y no se juzga.

Con esta novela, Almada se afirma en el panorama de la literatura argentina como una escritora que elige la narrativa sin disociarla de los dones de la poesía. Una poesía litoraleña, sin duda. Pero no solo. Su pluma sabe potenciar la trama a partir de conflictos dramáticos que acontecen como si no necesitaran sobresaltos. Suceden. Del mismo modo que “El viento que arrasa” y “Ladrilleros”, esta es una historia de varones atravesados en su subjetividad por la violencia, pero también por el cariño, la paternidad y la amistad. Por el cauce de esas tensiones y complejidades corre un río que se puede leer.

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