Foto: Priscila Pereyra.

De la victoria del movimiento de mujeres a interpretar su potencia política como un camino para disolver la trampa de ese distractivo invento republicano liberal que se dio en llamar "la grieta".

Lo importante es la ampliación de derechos, que cientos de miles de compañeras tendrán matria potestad sobre sus cuerpos y sobre la planificación de su vida, de su deseo, y que la IVE es ley como deseaban millones de mujeres y también el FDT. Pero el eje para esta nota es el productivo cruce entre la lucha más multitudinaria y transversal de los últimos 50 años y eso que por pereza intelectual denominamos grieta. El 2021 puede ser distinto si lo pensamos en clave verde.

Las muy buenas crónicas que seguramente reflejarán la tensa y emocionada vigilia de la ley simbólicamente más importante del 2020 (sin dudas), nos dispensan de esos esfuerzos prosaicos o poéticos. Cada foto de mujeres felices y bailantes, cada foto de hombres, mujeres y sacerdotes amenazantes y rugientes significa por sí sola, sobran los epígrafes, el relato redundante, cargoso y cargado de interpretaciones. Para eso habrá fotos entonces, no palabras. Con algún que otro olvido, sin barroquismos ni petulancia intelectual, aquí la hipótesis que sí requiere argumentación y se despega de la coyuntura:

La lucha política y cultural de los feminismos a favor de la IVE –que más allá y acá de la ley ha triunfado hace rato– muestra que las grietas no se cierran, no se rellenan con cemento ni telgopor, no se suturan con pactos alla Moncloa ni empatando o promediando magnitudes imposibles de superar matemática ni dialécticamente... Se administran con convicciones ideológicas potentes, modificando la correlación de fuerzas paulatinamente y en acto, siempre en acto.

Porque ante todo habrá que aclarar que los feminismos administran numerosas grietas internas, de derecha a izquierda y de arriba de la pirámide socioeconómica hacia abajo (categorías plenamente vigentes para geolocalizar políticamente a Lospennato y Barrancos o a Chantal Mouffe y la cocinera del comedero de la 1-11-14 del Bajo Flores). Incluso entre las que creen en Dios y la pasión popular y salvífica de Jesucristo y las ateas o agnósticas que descartan al catolicismo de plano con Papa argentino, peronista y todo. Hay dos maravillosos alumbramientos en ese colectivo inmenso que no pueden ser sino producto de una lucha que se masificó y maduró políticamente como casi ninguna otra: la de anteponer contradicción primaria a muchas secundarias y la de no abortizar (al menos un sector mayoritario) las construcciones políticas con vocación de poder, como pidió Cristina, sumando todo lo que se podía sumar contra un neoliberalismo que encima estaba dispuesto a conceder una ampliación de derechos que muchos regímenes liberales ya han legislado.

Para ponerlo en términos sencillos: "si Dios existe o no es para después, ahora que no se muera ni una sola piba más por abortar en la clandestinidad precaria" y por supuesto "no esperemos que Juan Grabois marche ni banque desde Twitter pintado de verde, pero cuando haya que enfrentar electoralmente a la derecha o defender los derechos laborales del pueblo, entra Grabois y sale Lipovetzky".

Una compañera que militó la IVE en 2018 y siempre, dijo por éstos días que mejor que se sancione para coronar el año pues "Macri no se merecía esta ley". Pero no sólo porque no fue nunca su intención que saliese airosa del Congreso y esperaba manipularla en la reglamentación antes que vetarla, sino porque hubiese aportado un logro a una gestión abiertamente enemiga de toda ampliación de derechos económicos y sociales.

Y es que pasa algo muy interesante con el capitalismo neoliberal y es mundial: pueden darse el lujo de permitirse cierta militancia ecológica y hablar de energías sustentables, garantizar y festejar que se casen homosexuales (incluso asistir choches a sus casamientos), legalizar el aborto hasta las 12 o 14 semanas inclusive (un poco más también si no peligra la salud de la madre) o el consumo sanitariamente controlado de todo tipo de drogas, pero lo que jamás de los jamases consentirán es un reparto más justo de la riqueza. Para eso está no la igualdad sino el bluff del derrame, ese cuento para grandes-chicos que tanto les encanta contarnos, todo el tiempo.

Así las cosas, el movimiento de mujeres entiende perfecto de qué va el asunto, dónde poner la fuerza y la militancia, cómo dar una batalla que es por la vida y desarmar el argumento de que lo verde es igual a muerte o asesinato de personas inocentes, no confunden ni el objetivo principal ni el adversario para después, sólo después, sumarse a otros colectivos para defender ideologías distintas, acaso antagónicas. Esto y la capacidad de transmitir mensajes claros, comprensibles para cuatro generaciones o más y simplificar un debate enormemente complejo, es de un valor que debe ser examinado responsable y desprejuiciadamente por la política, por los colectivos frentistas que albergan una gran diversidad y conviven con muchas restricciones internas.

Sin pasar por alto que la grieta más profunda y operativa es la "externa", la que existe entre la marea verde y la celeste antiderechos, que persiste en un concepto bimilenario de que las mujeres se consagran como tales en condición de madres sin importar voluntad ni proyecto y que sus vidas son un justo precio para el porvenir, hay que rescatar una fascinante dinámica de administración política constante de las grietas internas que se permite pensar una revolución de roles y oportunidades para una vida mejor, para construir un mundo mejor, sea capitalista, socialista o marxista, el sistema que pueda garantizar mejores condiciones de igualdad y justicia social interclases, intergéneros. Defender convicciones, trabajar las fracturas, movilizar para visibilizar y confirmar posiciones, conquistar derechos, abortar la grieta como invento republicano liberal, como distractivo estéril.

Y lo más importante de todo: tensionar por izquierda al Frente de Todos y a cualquier otra formación autodenominada nacional y popular es una cuestión de acumular poder popular, de expresarlo en una construcción visible en cada une y en las multitudes, en las redes sociales y en las calles, no de declaraciones rimbombantes y lúcidas denuncias de las contradicciones, cobardías o desatinos de un gobierno que –de nuevo– expresa una variedad de imaginarios y prácticas que crujen a cada paso, con cada decisión de gestión y que es la única herramienta electoralmente probada contra una restauración neoliberal que puede estar recalculando, pero está lejísimos de ser derrotada para siempre.

Eso nos dicen las mujeres, eso es lo que tendremos que profundizar todes, no para extrapolar esa construcción mimética y torpemente sino para encontrar las estrategias prácticas, la lógica discursiva y comunicacional y sobre todo la alegría y el amor que nos permitan oxigenar formaciones más nuevas, más complejas, con apuros e impaciencias legítimos, con quedos comprensibles, con agendas enormes, pero con la voluntad real –no decimos declamada sino real– de construir una casa, un barrio, un país y quién sabe un mundo con aborto legal, seguro y gratuito pero sobre todo capaz de no descartar vidas (gracias Francisco por el tuit), de realizarlos, de mejorar la decepcionante condición humana que no emerge naturalmente mejorada de ninguna pandemia, que no es poco y es el principio de todo lo demás.

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