Eternamente Diego

La pelota fue su mejor amiga. En el Mundial de 1986, Diego Maradona tocó el cielo del fútbol y nos dio la última alegría unánime.

ANUARIO 2020 | La muerte de Maradona termina de enlutar un largo año para el olvido.

Nadie sería capaz de discutir que la pandemia y todos sus derivados fue lo peor que nos pasó en 2020, pero la pérdida física de Diego Armando Maradona fue la noticia que en cuestión de segundos enlutó a un país y a millones de personas en todo el mundo.

Todos esos “Diegos” que hemos conocido, esa persona que tuvo una vida y al mismo tiempo miles, intentaron ser reflejados en nuestras páginas. “Entre tantas respuestas sobre quién fue Maradona, la reivindicación de ‘los comunes’ a la que hacía referencia Ardizzone es una de las que más me gusta. El común del barrio, el común de una familia numerosa, el común de una villa, el común de la pobreza, el común de los hermanos, el común de los hijos, el común de los amigos del barrio, el común del amor adolescente, el común del potrero.

Maradona o la reivindicación de los comunes

En ese común del potrero Diego inicia esa “reivindicación de los comunes”, que también puede leerse como reivindicación de clase. Su plataforma a ese “inmenso todo” que después se transforma en Diego Armando Maradona es el potrero. El arte que lo lleva a la fama está en ese jardín que nadie riega, se lo encuentra en ese famoso e histórico registro que contiene un fragmento de las primeras imágenes televisivas de Diego, filmadas en la tierra de su Villa Fiorito natal, aparecidas originalmente en 1971 en el programa televisivo Sábados Circulares. El video –joya del siglo XX– también sirvió para catapultar la frase “mi sueño es jugar un Mundial con la Selección”.

La frase quimérica de “los comunes” Diego la concretó, la superó y la dejó terrenal. Con la receta mejor practicada de las historias de los potreros, el hijo de dos “cabecitas negras” afincados a las orillas del Riachuelo, hizo de la pelota lo que nadie fue capaz de hacer. El arte de Maradona lo convirtió en ese artista inigualable. El resto, el de la leyenda, el mito, el monumento y el Dios humano fue esa enorme construcción de la vida de millones de personas en una sola vida”.

Gracias para siempre, Diego

Analía Giordanino escribe desde su memoria emotiva y nos representa a millones: “Diego también es mi infancia, mi casa. Ese país de la restitución, un país que siempre voy a amar. Un loop con el oído en ese gol, la lengua nacional haciendo una lengua nueva, un cuerpo moviéndose mientras un relator le pone nombre a una forma de volar para siempre”.

La noticia del aquel tristísimo 25 de noviembre se empezaba a escribir en Pausa con estas palabras de Ezequiel Nieva: “Vendrán días de dolor, de recuerdos, de homenajes. Tal vez debamos dejar pasar algunos meses para tomar conciencia del tamaño de su legado. Maradona nos hizo llorar de alegría en el 86 y de tristeza en el 94. Nos conmovió con aquel discurso a fines de 2001 en el punto central de la cancha de Boca: ‘Yo me equivoqué y pagué’. Nos devuelve a los mejores momentos de nuestro pasado reciente cada vez que repasamos sus goles, sus gambetas, su magia… Los diarios dicen que Maradona murió de un paro cardíaco. Yo no estoy tan seguro. Nunca mueren las leyendas. Y Diego va a vivir por siempre en nuestros corazones”.

Maradona, el Dios del país de los vagos

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