Un mundo donde es más fácil matar a una mujer que no matarla

Tras el femicidio de Úrsula Bahillo, el Licenciado Ramiro recupera una nota escrita dos años atrás, tras el femicidio en Esperanza de Agustina Imvinkelried. "Ya es hora de que nos empecemos a hacer cargo: los varones matamos porque podemos y queremos", afirma.

Hace dos años y un mes, escribí el siguiente texto a raíz del femicidio de Agustina Imvilkeried, de 17 años de edad, en Esperanza, Santa Fe. A riesgo de lo que me ocupo de disculpar en el primer párrafo del mismo, quiero republicarlo con algunas correcciones debido al femicidio de Úrsula Bahillo, de 18 años, en Rojas, Buenos Aires; asesinada de 30 puñaladas por su ex novio, el policía Matías Martínez. Lo quiero republicar porque siento que no perdió vigencia pero sí que tengo que redactarlo en primera persona cuando refiero a los hombres o varones.

Sí, somos todos. Nos guste o no, cuando las mujeres dicen que somos todos, no nos hagamos los distraídos: nos están diciendo que cualquiera de nosotros podría ser un femicida. ¿Por qué? Porque nos amparan todas y cada una de las instituciones públicas y privadas. Nos protegen y nos invitan a volver a hacerlo. Y nosotros lo hacemos. Cuando nos dicen que el problema son los hombres y no solo algunos, nos quieren decir que no hay ni hubo un solo varón que a lo largo de su vida no haya acosado o abusado o puesto incómoda a una mujer solo por el hecho de ser mujer. Somos todos porque podemos ser cualquiera de nosotros. Por eso también modifiqué el fragmento donde digo que el problema no es el femicida sino la mujer. Claramente, yo estaba equivocado: el problema somos nosotros.

También republico el texto con una imagen del femicida y no de la víctima. A Matías Martínez, el asesino, tenemos que conocerle la cara. Aunque podría ser la de cualquiera. En eso consiste la permanente amenaza que sienten las mujeres: es un rostro que podría ser el de cualquiera de nosotros.

Ya es hora de que nos empecemos a hacer cargo: matamos porque podemos y queremos.

Pido disculpas a las mujeres por arrogarme la potestad de poder escribir estas palabras siendo varón, pocas horas después del femicidio de Úrsula. ¿Por qué la matamos? Porque era mujer. ¿Por qué la matamos? Porque pudimos. ¿Por qué la matamos? Porque es normal hacerlo, y entonces, ¿por qué no hacerlo?

En lo que va de 2021, en la Argentina, asesinaron a 33 mujeres, según el Observatorio Ahora que sí nos ven. Entonces, con las disculpas del caso ya pedidas, me arrogo este poder porque de no hacerlo sentiría que mi silencio es cómplice de esos criminales que son todos varones también; y que hay que frenar de alguna manera.

Estaba pensando, puntualmente, en lo que en torno al asesinato pasa después, aunque cada vez con menos frecuencia, afortunadamente: se pretende justificar el asesinato. No solo entender por qué pasó, sino también fundamentarlo. Siempre, o casi siempre. Son menos quienes finiquitan el asunto con un “porque es fácil hacerlo en el contexto actual siendo varón”, que quienes necesitan cerrar su necesidad de motivos para calmar su imaginario hollywoodense con simplismos tales como “mirá cómo estaba vestida”, “qué hacía sola una nena de 17 años”, “la culpa es de los padres” e, incluso, con un cinismo criminal explican la cosa con un “si ya saben que la cosa está jodida, ¿para qué salen?” echándole la culpa más a la asesinada que a un tipo que espera a una nena salir del boliche para asesinarla y después enterrarla.

Algunos latiguillos, además, pretenden minimizar el asesinato. Hacerlo algo producto de la mala suerte. “No la quiso matar”, “No midió la fuerza” o “Se le fue la mano” yo lo vengo escuchando desde hace, como mínimo, el femicidio de Alicia Muniz, la pareja de Carlos Monzón. O sea, hace casi 33 años. Que alguien, por favor, me explique qué significa que a un boxeador profesional implacable, noqueador, con un récord de defensas mundiales igualado por un solo colega se le vaya la mano o no quiso matarla. ¿Acaso con una trompada no alcanza? ¿O sea que “zarparse” es pegarle entre 10 y 15 trompadas a una mujer no menos de 30 kilos menos que Monzón”? ¿Con una está bien? Si no me pueden explicar eso, por favor, díganme al menos qué correlato existe entre “no quiso matarla” y ser boxeador profesional campeón del mundo varias veces y pegarle una trompada con su mejor mano a una mujer cuya contextura es notablemente inferior a la del golpeador. ¿De qué manera creemos que eso no es querer matar?

En la época en que mataron a Agustina Imvilkenried a la salida de un boliche en Esperanza, asesinaban en el Conurbano bonaerense a una nena de diez años de 32 puñaladas. Se le fue la mano, ¿no? Capaz con 15 alcanzaba. En Santiago del Estero, una mujer de 25 años, recibió cuatro balazos de su expareja delante de sus hijos. Capaz que con un balazo en la pierna era suficiente para que ella entendiera el mensaje. Los otros 3 balazos estuvieron de más. Matías Martínez asesinó de 30 puñaladas a Úrsula Bahillo. Inmediatamente llamó a un familiar para decirle “Me mandé una cagada”. Las 18 denuncias que Úrsula ya había efectuado en contra de Martínez por violencia, ¿acaso no eran otras tantas cagadas también? ¿O la caga solo es matar y no abusar física y psicológicamente durante 7 meses a una mujer?

Estas, por llamarlas de alguna manera, son las situaciones más obvias y, quizás, más fácilmente refutables para los agustineslajes del verano. Pero porque saben que para nuestras hipótesis insostenibles, los casos extremos son los que más nos favorecen. Porque hacemos teoría de la excepción y no de la norma. Y no lo hacemos por miopía intelectual. Lo hacemos por misoginia, machismo, recelo de nuestros privilegios de macho. En otras palabras, por miseria humana. Y porque podemos hacerlo ya que está socialmente legitimado por los hombres, sean Laje o no. Es fundamental entender esto: lo hacemos porque queremos y podemos. Pero decía que no fijamos la atención en ese margen gris sutil y casi imperceptible donde la cuestión, para nosotros, se pone más confusa. Hay muertes de mujeres que se dan sin armas. Hay mujeres que mueren porque se las maltrata sexualmente, sean pareja o no, sea sexo consensuado o no. No sé si eso es lo que importa. Creo que no. Creo que lo que importa es que en ese tipo de sexo, la mujer sigue siendo la que tiene mayores chances de ser lesionada e, incluso, muerta.

¿De dónde saca uno las ganas de acogotar o ser acogotado mientras está teniendo relaciones sexuales? ¿De dónde saca uno que el mejor sexo es ese donde casi sin mediar palabras hay alguien que se abalanza sobre otro e inmediatamente ese otro siente placer y un deseo incontenible de ser penetrado? ¿De dónde saca uno que el mejor sexo es el sexo “fuerte”? De la industria cinematográfica del porno, pero también de los productos mediáticos sexualizados que no necesariamente son porno. No estoy diciendo que esas prácticas sean o no placenteras, haya o no haya que practicarlas si así dos o más personas en común acuerdo lo desean. No quiero moralizar el asunto. Digo que no son naturales, sino aprendidas socialmente, aunque las conozcamos como “prácticas animales”.

Lo que sí me parece criticable de todo esto es el modo de difundirlas, el modo de enseñarlas y aprenderlas. Nadie explica los riesgos de dichas prácticas. Tal vez, dentro del porno, no se perciba el límite entre dar placer y violentar a alguien. Menos aún, lo que separa de un juego sexual a una violación con posible asesinato por asfixia. Y lo que me parece más peligroso aún es que ese límite o línea no es ni fina ni delgada. No se pasa del sexo consentido y seguro a poner en riesgo la vida de alguien en menos de un minuto. Una mujer no muere asfixiada porque la ahorcamos durante 10 segundos. Tampoco se desgarran músculos y órganos en una simple penetración. En el porno no te enseñan eso. Bah, tampoco te enseñan la diferencia entre el sexo y el dolor o entre el dolor y el placer, cuestiones mucho más básicas. Y eso tiene sus consecuencias a la vista.

Quiero decir: ¿alguien sabe lo mucho que se te tiene que “ir la mano” para matar por asfixia a alguien? No son accidentes espontáneos. Hay que insistir para ahogar a alguien. El aire no deja de entrar de un segundo a otro. En las manos, se siente cómo el otro se va convirtiendo en un cuerpo inerte. Muchas veces hace falta más de una trompada para dejar inconsciente a alguien si no sabés pegar. Si teniendo sexo dejaste inconciente a alguien pegándole trompadas o cachetadas, fíjate lo muchísimo que se te tuvo que ir la mano. No fue sin querer.

Repetir sin pensar que alguien mata porque se le va la mano o que, habiendo hecho todo lo que hizo, no quiso matar, no justifica ni explica siquiera el asesinato. En primer lugar, a nadie se le va la mano: hay alevosía, es decir, se ensañó para lograrlo. ¿No la quiso matar? ¿Y a mí qué me importa? La mató, punto. ¿No es suficiente con haberlo hecho? ¿Ahora también hay que haberlo querido hacer? ¿No será que importa más lo que hicimos para evitar que eso suceda para juzgar si quisimos o no hacerlo? ¿Y qué hicimos? ¿No pensamos que ahorcar a una persona conlleva un riesgo de muerte? ¿Tampoco que teniendo un cuerpo notablemente más robusto que otro que estás manipulando conlleva un riesgo físico para ese otro? ¿No? Lo lamento, la ignorancia no exime del acto producido. ¿Pero lo vemos en internet y no pasa nada y por eso creemos que está bien? No nos opongamos a la Ley de Educación Sexual Integral entonces.

Acá el problema es el asesino, no la asesinada. Y que además es una más de muchas que lo fueron y, disculpen mi derrotismo, lo seguirán siendo. ¿Y por qué? Porque los varones sentimos que podemos hacerlo. ¿Por qué? Entre otras cosas, porque los principales medios de comunicación titularon la noticia con un “fue hallada sin vida” y no con un “hallaron asesinada y enterrada a Agustina”. Porque siguen ilustrando las noticias con fotos “sexis” de adolescentes asesinadas. Porque siguen mostrando a la mujer (y no interesa que sean nenas) como un mero animal pasional u objeto (literal) del deseo y la perversión del macho. Porque son mostradas como hembras reproductoras o cumpliendo el rol social que históricamente se les adjudicó. Porque construyen una realidad muy parecida a la de la república de Gilead, esa supuesta distópica sociedad donde la mujer o es madre, o es esposa o es sirvienta. Sí, distópica. No fue una ironía.

Siendo hoy varón es más fácil ser un abusador, violador o acosador que no serlo. Y lo más horroroso es que para muchos de nosotros está bien que así sea, o no es tan grave. Como mucho te pueden escrachar y a veces ni siquiera les creen.

Hoy es más fácil matar a una mujer y salir impune que no matarla. Los 33 femicidios en enero de 2021 parecen no dejarme mentir. El año nuevo no tiene nada de nuevo. Y de horrible, parece tenerlo todo.

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