Por Guillermo Munné

En febrero de este año, Micaela Chauque visitó Santa Fe y San José del Rincón para compartir un taller sobre instrumentos andinos. Es considerada, con justicia, la mejor aerofonista de nuestro país.

El waira, dios viento entre los dadores de vida, sopla inspiradamente en cada presentación de Micaela. También fue justa la distinción de su último disco, Jallalla, con el Premio Gardel 2019 al mejor álbum folklórico de artista femenina. Hija de una familia kolla de Iruya, egresó de la Universidad Nacional de las Artes, trabajando varios años como profesora de música a la vez que se desempeñaba como instrumentista acompañando a Jaime Torres y otros artistas.

Cuando sólo los varones tocaban quena, Micaela fue evaluada comunitariamente y aceptada por los maestros de la Quebrada de Humahuaca como una quenista autorizada. Su rol pionero ha facilitado la proliferación de intérpretes mujeres de la quena. Hace ya muchos años se radicó en Tilcara, Jujuy, y fue dando lugar a su trabajo como solista o líder de formatos grupales. Así se convirtió en una de las principales figuras de la música andina. Las invitaciones de Divididos para presentarse juntos en vivo la hicieron conocida entre el público que escucha mucho rock local y conoce menos del folklore latinoamericano. En los videos que se encuentran en redes, se la puede ver, por ejemplo, en una versión de “Mañana del Abasto” junto a Divididos y Fortunato Ramos, ante un público tan multitudinario como apasionado. Hoy en una artista fuertemente requerida para brindar su música en escenarios de nuestro continente y de Europa. Le gusta hacerlo acompañada de bailarines que sumen a sus interpretaciones la danza y los atrapantes vestuarios de la cultura andina.

Pudimos encontrarnos con ella en Tilcara días antes de su llegada a Santa Fe. Ya era de noche, Daniel y Rodrigo preparaban un afectuoso guiso de lentejas y nos brindaron Tierra Andina para conversar sobre ese próximo encuentro de Micaela con les musicxs santafesines y las profundas ideas que modelan su labor artística.

“Disfruto mucho de estar en el río cuando voy a lugares como Santa Fe”, nos cuenta. “Tanta abundancia de agua es algo bien distinto de mi lugar de vida. Ojalá pueda andar un poco en kayak, me gusta mucho”. Matías y Julián Marcipar propusieron esa reunión con forma de taller a desarrollarse en San José del Rincón. “Ellos y sus estudiantes, son músicos que destacan por la calidad de sus trabajos”, señala Micaela, y agrega: También me sorprenden gratamente las innovaciones a las que se anima Julián Marcipar”.

Ser mujer, educar y hacer música andina

—¿La interpretación femenina de la quena tiene características distintas que aquella monopolizada por varones?

—La música no es una práctica que tenga tendencia de género. Habrá rasgos en la interpretación que tienen que ver con la personalidad de cada intérprete, pero la realidad es que la música no va ser distinta porque la ejecute un varón o una mujer. Un varón puede ser un excelente instrumentista y, por supuesto, también una mujer. La mayoría de las quenistas aprenden de maestros hombres. No es en lo musical que se adviertan diferencias por el género de quien interpreta. Son las circunstancias de vida, de opresión para las mujeres que hace que en las composiciones se traten y visibilicen problemas dados por las relaciones de poder entre hombres y mujeres. Hay que pasar a un plano más amplio que lo musical para observar diferencias.

—Por mi parte veo en tus actuaciones, a diferencia de aquellas de varones, la interpretación instrumental con danza de reconocible calidad y es una danza de mujer.

—En mi caso se da porque tengo formación en danzas Me he dedicado a bailar sólo porque me gusta. Me sale espontáneamente, tengo esa práctica porque es una pasión. No es que lo piense como un recurso planeado, sino que la canción me lleva ahí. Pero, como te decía, ahí superamos el plano musical, pasamos a un plano distinto de la interpretación instrumental. La construcción de una personalidad, de un proyecto musical es integral, no es solamente la música que se escucha sino la que se ve en el escenario.

—En tus actuaciones se observa que te presentás a los distintos sentidos de las personas del público, con la música, contagiando la danza y atrapando con la estética visual que se propone con vestuarios tuyos y de las y los bailarinxs a quienes frecuentemente convocás.

—La propuesta artística que tengo hoy proviene de muchos años de experiencia. Esa construcción nace aquí en Tilcara, por eso le tengo mucho cariño al pueblo. Creo que nací acá como solista. Esa personalidad fue también guiada en parte y de manera no intencionada por el público. En tantas noches de actuar en “La peña de Cartlitos”, frente a la plaza, el público me iba pidiendo canciones que podían no estar en mi repertorio y de esa manera me estaban proponiendo que esa canción era para que yo la cante. Algunas posibilidades que así quedaban planteadas, las seguí. Por ejemplo, al decidir cantar coplas en el escenario. Me pedían que cante coplas y consideré que estaba bien pasar a hacerlo, practicando como si se tratara incorporar otro instrumento.

—Esa humildad tuya de prestar atención a lo que les otres te ofrecen o proponen, me hace recordar tu trabajo como docente que tuve la suerte de conocer hace unos 11 años cuando viajaste hasta Santa Fe para compartir un taller a tu cargo con alumnes y profesores de la escuela “Pilares” de Sauce Viejo. La generosidad y apertura que te conocí en ese momento, la vuelvo a reconocer en tu atención a lo que propone el público o lo que te brinda otrx músico que te invita para una colaboración.

—Sí, es algo que en lo personal me gusta mucho. Lo vivo como una especie de renovación constante, entender como el otro percibe la música que estamos compartiendo. Y no importa el género musical. Eso me pasó con Divididos, con Chango Spasiuk y con tantos otros artistas, varios del folklore y la música andina, también. Creo que tiene que ver con la necesidad de hacer música no como un individuo sino con el otro. Eso ha generado cosas increíblemente bellas. Y compartir es un placer tanto para mí como para el otro con quien me encuentro. Se logra una comunión hermosa desde la música que después se ve reflejada en un escenario, en un video o en un disco. Y se me da porque acepto esa posibilidad. No es algo que yo busque, sino que aparecen las invitaciones y acepto dispuesta a que algo importante pueda suceder.

—¿Qué valor le das a la identidad indígena en tu música?

—En principio tomé la música como una manifestación artística que me gusta, pudiendo tocar cualquier repertorio. Cuando me radiqué en Tilcara surge la necesidad de componer canciones, lo que es un proceso laborioso, y tuve que tomar algunas decisiones. Dentro de tantas posibilidades para un repertorio, podría haber cantado boleros o valses peruanos, que me gustan mucho. Pero decidí dedicarme solamente a este repertorio de la música andina porque hoy y ahora siento que es necesario hacerlo. En otro momento puede llegar a ser distinto, pero ahora es la música que quiero hacer.

—¿Podés comentar alguna de las razones para esa decisión?

—Tengo miles. Una es que la música andina está muy dirigida a un público andino. Por mi parte hago música andina para todo tipo de público y allí me urge comunicar qué significa cada cosa. Por ejemplo, “Jallalla” es una canción que compuse después de sacar el álbum que lleva el mismo nombre, con la intención de explicar qué significa. El público tiene curiosidad sobre qué hay detrás de las canciones, de cada letra. Y fue así que compuse “Jallalla” para hacer ver lo que para mí es un jallalla. Luego se alinearon todos los planetas, porque al dejar el álbum en CAPIF para el concurso de los Premios Gardel lo hice sin muchas expectativas. Y luego salió premiado. Hay cosas que se crean de una manera increíble porque uno hace lo que tiene que hacer, no lo que uno meramente quiere, sino aquello que hay que hacer con un por qué, con un sentido.

—Decías que el público te pedía que cantes copla y fue una sugerencia que seguiste. ¿Una razón para hacerlo?

—Lo habitual es que el coplero sólo es coplero, el sikuri sólo es sikuri, el quenista sólo es quenista. Pero decidí sumar la copla porque es parte del repertorio de la música andina y porque es una parte de mí. Me encontraba construyendo mi identidad musical. Y en un proceso de algunos años, decidí incorporar la copla. Y se puede. Lleva tiempo hacerlo bien, porque es como manejar un instrumento más.

—¿Qué pensás de las copleras?

—Son mujeres necesarias. Verdaderas luchadoras que sostienen tradición y cultura.

—Protagonizaste la gestación del Encuentro de Mujeres Músicas de la Quebrada, que no para de crecer año a año. ¿Qué necesidades o inquietudes compartidas surgen de esas reuniones?

—“Jallalla Warmi” comenzó siendo un encuentro sólo de mujeres locales, copleras, sikuris, músicas, pasó a ser un espacio buscado por mujeres de todo el país para mostrar arte. Se nota muchísimo, entonces, que faltan espacios donde poder tocar. La ley de cupo para mujeres y disidencias sexuales en los eventos musicales, no alcanza para superar el problema. En Jujuy, además, no se adhirió a la ley.  Los espectáculos y el mercado de la música son manejados en un 98% por hombres. Ellos aplican sus preferencias y criterios acerca de lo que va tener buena respuesta. Esa falta de espacios para las mujeres músicas ha hecho crecer año a año el “Jallalla Warmi”, de manera cooperativa, comunitaria.

—Lo que es también muy de mujeres.

—Sí. Y quienes trabajan en la comisión organizadora, son todas mujeres.

Tilcara y los mundos sonoros

—¿Por qué la decisión de seguir viviendo en Tilcara? Para actuaciones y grabaciones, como las que se dan en tu carrera, suelen imponerse por peso gravitacional ciudades como Buenos Aires u otras capitales del mundo.

—Tuve que volver a evaluarlo en distintas oportunidades porque me han ofrecido quedarme a vivir en otros lugares, de Europa, por ejemplo. Y por ahora sigo encontrando necesario vivir acá. Mi identidad musical la he construido desde el espacio. La música que hago tiene que ver con el lugar. No lo sé en otro momento.

—En la cultura europeísta se suele defender la idea de total separación entre vida y obra de une artistx. Eso no es compartido por la cultura de otros pueblos. ¿Para vos la forma de vivir incide en la música que se hace?

—Hay quienes componen respetando ciertos cánones. Les alcanza con plantearse que usando primera, tercera y quinta se puede componer. Yo no hago eso. Lo que expreso no puede surgir de esa manera.

—En ese trabajo, ¿cómo pensás los distintos lugares del noroeste argentino, de Bolivia y Perú que pertenecían al Tawantinsuyo, más allá de las delimitaciones estatales?

—Es la misma zona toda unida. La música andina asume características singulares en cada pueblito cada comunidad, pero a ello subyace una gran trama que recorre toda Sudamérica. Desde Colombia y hasta Chile, abarcando una parte del Brasil.

—¿Podés comentar algo más sobre lo mucho que has compartido con músicos de rock que conocen de folklore argentino? ¿Cómo vivís esos trabajos en común?

—Marcó una apertura. Ellos me reciben y los recibo porque hay un código en común. Hay una sabiduría previa que ellos ya tenían sobre el folklore. A su vez pareciera que todo es rock, el rock facilita que puedas tocar folklore también. Hay quienes escribieron sobre eso. Desde el folklore también se han tomado rasgos musicales, compositivos y sonoros del rock, con mucha cautela y hasta hay quienes no aceptan. Fue lo que sucedió en la década del 90 con grupos musicales salteños como Los Nocheros y luego Los Tekis, desde Jujuy, que tratan de buscar nuevas estéticas en la interpretación del folklore. Después lo tomó el mercado y se trasformó en un producto de mercado. Pero la influencia es real. Acá en la región andina el mayor diálogo no sucede con el rock sino con la cumbia. La mayoría de los músicos que interpretan folklore a su vez son músicos de cumbia.

—Y la incorporación de instrumentos eléctricos para tus actuaciones, ¿cómo la pensaste?

—A partir de 2012, luego de actuar con Divididos, comencé a cobrar más notoriedad en el público y a participar más en festivales. Necesitaba contar con un sonido más potente porque si no en la programación de un festival te relegan a que seas “el telonero de …” o “el lado cultural” de esos festivales, cuando la música andina es música fuertemente popular. En realidad, la utilización de guitarra y bajo eléctricos, teclado y de batería, es muy común en la música andina. Se llaman orquestas a las formaciones que en carnaval que interpretan cuecas, bailecitos, huaynos y carnavalitos con esos instrumentos. Como mi proyecto musical busca llegar con la música andina a un público más amplio, la incorporación de bajo eléctrico y batería fue un importante aparte sonoro para tener una presencia más fuerte en los festivales y para ser conocida en ámbitos más abiertos que el público del folklore interpretado con quena, guitarra y bombo. Además del paso hacia un sonido eléctrico, adoptamos una estructura de producción muy similar a las bandas de rock. Tenemos asistentes, sonidistas, jefe y director de escenario, community manager, route manager para hacer eventos grandes. Por ejemplo, para Cosquín trabajamos con alrededor de 80 personas trabajando en función de hacer 20 minutos de música. Así queda demostrado que la música andina va a entrar a cualquier ámbito, a cualquier escenario de cualquier parte del mundo como allí sea necesario. Lo ideal sería que nos respetaran con nuestros bombo, quena y charango, dejándonos tocar así en los grandes eventos y tener un público de 15 mil personas como cualquier grupo popular del folklore. Pero la música andina tal cual es, no les interesa a los inversores del mercado de la música.

—Cuando actuás en Europa, ¿con qué tipo de formación te presentás?

—Desde aquí he podido viajar acompañada de un guitarrista. Para los festivales más grandes contrato allá otros músicos. Algunos latinoamericanos que residen en Europa, pero también músicos europeos que son muy talentosos, sumamente responsables y que estudian con dedicación la música andina.

—¿Identificás algún aspecto de tu propuesta musical que se vincule con el gusto por la misma en países tan distantes?

—Es muy difícil explicar por qué gusta. Hay un parámetro cultural reconocible. En Europa se le da importancia a aquello que es orgánico, auténtico. En la alimentación se evitan los productos transgénicos, por ejemplo. A quien tiene formación cultural, le interesa todas las culturas del mundo. Hay un interés en conocer. Lo veo así en los músicos europeos, por ejemplo, que llegan a tocar muy bien música andina. Especialmente músicos de jazz. Noto que para ellos es un enriquecimiento enorme.

—¿Les traerá también una cosmovisión?

—Para muy pocos. Para la mayoría resulta un conocimiento musical.

La música como práctica vital

—¿Cómo van a seguir en 2021 tus actividades, siendo que la pandemia continuaría impactando en ellas?

—Pienso que muchas maneras de trabajar en la música, ya no van a volver. Me parece que los cambios en la forma de presentación de los espectáculos, quedarán de manera duradera.  Espero que los gobernantes, quienes toman decisiones sobre las conductas sociales, entiendan que la música es una actividad esencial. Los artistas, músicos, bailarines, artistas plásticos, son necesarios para el sostenimiento de la cultura argentina. Permitir, no sólo el trabajo del arte, sino también la práctica del arte, que es anterior, es algo necesario y anhelo que no sea perseguida, que se pueda realizar.

El guiso de lentejas de Daniel y Rodrigo ya no es sólo sonidos y aroma próximos. Está listo para ocupar platos que nutran la conversación afectuosa y rica en vivencias y razones para vivir aquí, entre los cerros. Con Micaela acordamos también poder compartirlo pocos días después entre los ríos y árboles de la costa santafesina como otro lugar hasta donde llega el waira y se hace escuchar en su música.

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