arden en la memoria como fuegos/
otra vez/otra vez/otra vez

Juan Gelman

El 24 de marzo es un momento de ejercitar la memoria, de salir a la calle a repudiar la infamia del golpe cívico militar que segó tantas vidas, de volver a sentirse abrumades por tanta sangre derramada a la que jamás podrá llegar ninguna justicia verdadera.

Siempre, desde la democracia hasta ahora, he procurado poner de relieve algunos temas que me parecían y me parecen importantes para que, de ese legado de terror, brote alguna forma de comprensión. Así, he tratado de resaltar que aquellos compañeros que ya no están, tenían nombre y apellido, tenían sueños, tenían quehaceres, tenían un cuerpo y un alma que, una vez despedazados, querrían volver a reunirse en nosotros, los que sobrevivimos.

He tratado de pensar que no eran jóvenes irresponsables, ni inocentes, ni equivocados. Sabía cada uno que lo que estaban jugando en el movimiento que aspiraba a la revolución,  era mucho. Sabían que la cárcel, la tortura, la muerte, eran posibles en la medida en que se trataba de algo más que de un sueño eterno: eran posibles la justicia, la libertad, la igualdad y la alegría para todos y cada uno de los seres del planeta.

En otros momentos, recordé uno por uno a cada amigo o conocido que formaban parte de la interminable lista de los caídos, reuniendo los rasgos que mejor los caracterizaban.

Junté cifras, estadísticas, números que no son fríos. Dije:

“La mayoría de los desaparecidos fueron trabajadores; tenían entre 15 y 25 años; fueron arrancados de su domicilio; de noche. El 62%, de noche. Esa noche que todavía tenemos pegada al cuerpo, y, ya lo sabemos, nunca dejará que amanezca por mucho que la tierra siga girando y cambien los gobernantes y las circunstancias históricas, porque fue demasiado. Demasiada sangre derramada. Demasiado dolor.”

En otras oportunidades quise poner de manifiesto que un proceso revolucionario se funda, no en la moral, sino en lo político y la política. Dije:

“ Y no hay “pureza”, ni “vocación de servicio”, ni “imaginación sacrificial”. Los militantes aman la vida como cualquier otra persona. De manera que, atentos al devenir de la historia, delinean un proyecto de práctica con otros que se sustrae del individualismo liberal. Se involucran, entonces, en un trabajo donde no se obtiene un beneficio personal, donde cada uno se piensa a sí mismo como formando parte de un conjunto, a la manera en que lo dice Hemingway: no preguntes por quién doblan las campanas; ellas doblan por ti. O como lo decía un escritor latino anterior a Cristo: Soy un hombre y nada humano me es ajeno.”

Hoy quería hacer énfasis en esto: quería hablar del amor. Del amor que abarca a todo el género humano, que es capaz de tener la experiencia antedicha: pensar la imposibilidad de ser feliz mientras en el mundo persista de manera masiva el sufrimiento. Levantarse a partir de una sublevación íntima y personal contra un orden social que aniquila a los seres. Y, entonces, hacer cuerpo con otros, y darse, seguros de que hay cosas, pocas, más importantes que la vida.

“… De esos amados pedacitos está hecha nuestra concreta soledad
Perdimos la suavidad de paco / la tristeza de haroldo / la lucidez de
/ rodolfo / el coraje de tantos
ahora son pedacitos desparramados bajo todo el país
hojitas caídas del fervor / la esperanza / la fe /
pedacitos que fueron alegría / combate / confianza
en sueños / sueños / sueños / sueños
y los pedacitos rotos del sueño / ¿se juntarán alguna vez?
¿se juntarán algún día / pedacitos?
¿están diciendo que los enganchemos al tejido del sueño general?
¿están diciendo que soñemos mejor?”

Juan Gelman

 

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