Del actorcito Libertario “el pibe” Larrosa a la conferencista Ignacia Sotto, el ilustre historiador Diego Abad de Santillán o el ferroviario asesinado en una huelga, Juan Lamazzón. Santa Fe a principios del siglo XX ebullía de organización obrera y cultural anarquista.

Por Josefina Duarte y Federico Ternavasio*

Periódico La Protesta, Buenos Aires, 20 de septiembre de 1917. Un corresponsal cuenta lo que vio en la asamblea de la Sociedad de Resistencia Femenina en la Biblioteca Emilio Zola.

Nos dice que de entrada nomás había quince o veinte agentes de Orden Social acosando a las compañeras, pero ellas “ni se inmutaban”. Es más, les decían en sus propias caras: “entren, perros miserables”.

Habló primero el secretario de los Ferroviarios, recordando que fue la Biblioteca Zola y “sus hombres” quienes gestaron la organización obrera. Pero “quien dio la nota sobresaliente de rebeldía y de barricada” fue una compañera que, dice el corresponsal, “no le sé el nombre”.

“Salió como un relámpago de entre la concurrencia, e hizo sentir su voz de trueno”. Incluso en su propia asamblea las mujeres tenían que arrebatarle la palabra a los varones. 

En su discurso la mujer invitó a que, cuando llegue el momento, todos se sumen a la lucha, “como lo habían hecho los hermanos de miseria y de dolor” en otras ocasiones. 

Después “apostrofó a los tiranos” y “lanzó el más grande escupitajo al rostro de los perros” que perseguían a quienes, como los anarquistas, “defendían el derecho del más débil”.

Para cerrar, subrayó la necesidad de ayudar a los tranviarios, que estaban en huelga, y que si había cocheros carneros se les respondiera con “la piedra y el garrote”.

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Actual emplazamiento de la Biblioteca Emilio Zola, en Marcial Candioti y Rosalía de Castro.

El corresponsal no pudo, o no le interesó, dejar sentado quién fue esta mujer que rompió con la lógica del monopolio verbal masculino, que atravesaba casi todas las formas organizativas de la época. 

Hay nombres que son tenidos en cuenta y otros que señalan una ausencia. Hay nombres que funcionan como un dato que se suma a otros, o que cifran una ideología completa. En todos lados, y también en la Santa Fe anarquista, nombres que se pierden y nombres que quedan. 

El archivo anarquista

¿Quiénes llenaban el salón del Centro Obrero? ¿Quiénes aplaudieron a Virgina Bolten cuando vino a dar conferencia? ¿De quiénes eran esas pisadas apuradas en una escapada a la Biblioteca Zola, en la noche, horario en que abría para que pudieran ir obreros y obreras que el resto del día estaban laburando?

Centenas de personas estaban ahí, desde el 1900 y todavía en la década del veinte, pensando ese mundo nuevo. Desde sus trincheras sindicales, desde unas hojitas que en un acto de arrojo llamaban “periódico”, en una conversación en la Biblioteca.

Tenemos nombres, que ya hemos visitado en estas anarcoviñetas, de personajes como Piedrabuena o Ragazzini, porque la memoria de algún militante llegó a escribirlos antes de que el olvido se los guarde en sus bolsillos sin fondo. 

De algunos conservamos un puñado de palabras que el cronista rápido pudo garabatear para volcar al papel y mandar a La Protesta. De otros, los menos, tenemos sus producciones, textos más o menos logrados donde intentaron traducir el ideal que consideraban universal al contexto local. Textos que volvían a contar alguna cosa de la doctrina anarquista para que siga circulando, pero también para poner su nombre en la corriente que, en ese momento no tenían dudas, iba a llevar a la revolución social y a la sociedad nueva.

El archivo anarquista tiene sus problemas particulares. Persecuciones que obligan a ocultar o destruir papeles; gobiernos, milicos y policías que destruyen libros o instituciones completas, cuando no directamente a las personas que le dan cuerpo. Pero además hubo divisiones y conflictos internos en el propio movimiento que tuvieron como consecuencia el abandono o el descarte de documentos, periódicos y folletos. 

A todo esto se suma la dificultad de conseguir recursos para sostener esos archivos, particularmente para un ideario que tuvo en el Estado uno de sus principales enemigos. De ahí la importancia del laburo inagotable de activistas que cuidan esa historia, como por ejemplo la gente amiga de la Biblioteca Ghiraldo, en Rosario.

En el caso de Santa Fe, los pocos ejemplares de periódicos o revistas conservados de nuestros anarcos hay que buscarlas en Buenos Aires, en Barcelona o en Ámsterdam, aunque de a poco los hacktivistas logren poner en acceso público algunas copias digitales. 

Localmente sólo se encuentra al anarquismo en la prensa “burguesa”, donde siempre van a aparecer un poco ridiculizados, otro poco transformados en sombríos dinamiteros. O hurgando con paciencia en el Archivo Histórico Municipal para ver si se cae un dato, un papel, algo que sea pista, evidencia, pastura para alguna hipótesis. 

En esa dispersión se salvan pocos nombres, pocas vidas, incluso cuando la biografía fue uno de los formatos preferidos del movimiento anarquista. Porque sus vidas fueron, en gran medida, sus obras, sus tratados prácticos de política.

Nombres que quedan

Después de la Revolución en Rusia todas las izquierdas se entusiasman. En respuesta vinieron nuevas oleadas represivas, donde se inscriben los hechos de la Semana Trágica, La Forestal y la Patagonia Rebelde, pero también las revueltas que llevaron a la reforma universitaria.

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Efigie de Emilio Zola, rodeada con la frase "La verdad está en marcha, nadie la detendrá", de su libro compilatorio de debates e intervenciones "La verdad en marcha".

En Santa Fe coinciden, en 1919, varios militantes con trayectorias más bien diversas, de entre los que perduraron varios nombres. Por ejemplo sobrevive el nombre Diego Abad de Santillán, que es en realidad el elaborado seudónimo de Sinesio Baudilio García Fernández. Fue y vino de España varias veces desde niño, para en 1918 volver a Santa Fe y armar varias movidas anarcas. Después fue uno de los principales cuadros de La Protesta y la Federación Obrera anarquista. Más tarde tuvo participación en la Guerra Civil española con Durruti y compañía. Su obra fue por mucho tiempo una especie de “historia oficial” del anarquismo argentino, aunque hoy se la empieza a revisar críticamente. Como sea, circuló mucho. Fue por ejemplo una lectura formativa del joven Noam Chomsky.

Hubo otros, de paso más fugaz por la ciudad, como Emilio López Arango, obrero panadero, referente importante de La Protesta asesinado en 1929, un crimen que muchos adjudicaron a Severino Di Giovanni, aunque él mismo lo negó. 

También estaba José Torralvo, nacido en España, que vino a la Argentina en 1910, con treinta pirulos, ya con una trayectoria importante como militante y que en 1919 está viviendo en Santa Fe y trabajando como redactor en el periódico homónimo, el Santa Fe. Llevó adelante en la ciudad la revista cultural La Campana junto a López Arango y Abad de Santillán. Estaba Teófilo Dúctil Pastor y Amado, de sobrenombre Fiolín, se vino de España a ser pastor de ovejas en la pampa chilena y, autodidacta, se hizo anarquista a fuerza de devorar libros. En Santa Fe funda el periódico anarquista La Revuelta junto a Julio Díaz, nacido en la provincia de Tucumán, militante obrero, preocupado por crear una prensa anarquista en el “interior” del país.

Todos nombres de varones, mayormente inmigrantes, que tuvieron un paso por la ciudad para después irse a Rosario, Buenos Aires, Mendoza, o fuera del país.

Nombres de anarquía

¿Y las mujeres? Por qué no aparecen sus nombres, si estaba la Biblioteca Femenina Popular o la Rosa Luxemburgo. La Sociedad Femenina de Resistencia con doscientas afiliadas pero sin ningún nombre propio. Quedan un par de nombres, como los de Rosa Chanovsky y su hija Sara, que reservamos porque a ellas les dedicamos buena parte de una próxima viñeta.

Encontramos algunas en un puñado de afiches para publicitar las veladas anarquistas de los años veinte. La cita solía ser en el teatro Roma Nostra, donde ponían el cuerpo para representar algún drama sobre el mundo obrero, plasmados también en poemas, sinfonías, himnos y canciones. Como parte de esos elencos, aparecen nombres de actrices como Rosa Carlessi, Margarita Molano o Lola Rodríguez, junto a la recitadora Luisa González. O nombres como el de Ignacia Sotto, que en 1922 dio una conferencia sobre “La Mujer en la Sociedad presente”. 

Y también había niños y niñas, que aparecen en alguna velada para un recitado o una canción, como Libertario “el pibe” Larrosa, una pequeña joyita de la escena anarquista santafesina, al igual que José Tresenza y “la niñita Norma Pietronio”

Había vidas obreras que, aunque quedaron perdidos entre nombres más visibles, en Santa Fe aparecen en varios frentes al mismo tiempo. Antonio Ortega, secretario de la Biblioteca Zola, rellenaba la programación de alguna que otra velada anarca con canciones a voz y guitarra. Pedro Larrosa –quizás padre de “el pibe”– fue actor teatral desde principios de siglo y en los años veinte también ofició de secretario del Comité Pro-Presos. Con los espectáculos juntaba un mango para las familias de los compañeros reclusos, a la vez que exigía por su libertad. Presos que también tienen nombres, aunque en muy pocas ocasiones la prensa “burguesa” publica las nóminas de detenidos, como fue el caso de Enrique Grouesy, Doroteo Urrutia y José Segura, acusados de perpetrar el atentado del Ferrocarril Central Norte en abril de 1920. 

Cuando la muerte acechaba también traía nombres de las filas de laburantes. Si sabemos de Juan Lamazzón es porque fue asesinado por la policía en el sangriento enero de 1919, en el local de los ferroviarios, ahí cerquita de la Estación Belgrano y de la morada del gobernador. 

Y así podríamos seguir viciando largo rato con pistas, indicios, anécdotas, porque fueron muchas las mujeres y los hombres que engrosaron las filas anarquistas, y que con mayor o menor conocimiento doctrinario le pusieron cuerpo a cada velada, a cada huelga, que se ligaron los bastonazos y terminaron en cana. Vidas militantes de las que conocemos poco más que sus nombres, si es que siquiera eso conocemos. 

¿Qué importa un nombre?

Una práctica bastante común en el movimiento anarquista era ponerle nombres a las hijas e hijos que apelaran al ideal ácrata. Anarquía, Aurora, Libertad, Liberto, entre muchos otros que querían sellar un horizonte ético y político.

Los nombres eran importantes para los anarquistas. Pero no como rótulos para un pedestal. Nada más contrario al espíritu libertario que la admiración a un líder, a un jefe, a una autoridad incuestionada (confiamos en que usted sepa leer hacia dónde va el palito correspondiente).

Ayer y hoy, por no decir siempre, un montón de gente se la pasa pensando y haciendo otro mundo de posibles, que le abre alternativas a los destinos cerrados, que horada todas las cárceles y todas las fronteras.

Los nombres importan porque en la vida que nombran hay una memoria de resistencia y creación. Al borrarse, a veces, las luchas se pierden. Pero, a la vez, hay algo de esas vidas y esas ideas que excede cualquier nombre: sus prácticas, sus deseos, su pensamiento. 

Anónimas o nombradas, en el eco de esas presencias, en la memoria de esa ciudad de organización obrera, cultura y anarquía, hay un ejemplo, un margen de posibilidad, para enfrentar los actuales avances fascistas, y hacer en el presente el futuro que deseamos.  

*IHUCSO-UNL-Conicet

Un solo comentario

  1. Pueden rescatarse, en la historia de Santa Fe, varias iniciativas de creación de bibliotecas populares relacionadas con el anarquismo, como la Biblioteca Francisco Ferrer Guardia (nombre del librepensador, pedagogo y anarquista catalán injustamente ejecutado en 1909), la Biblioteca La Obra (que se ubicaba en Primera Junta y Urquiza), la ya nombrada Biblioteca Popular Emilio Zola (nacida en el seno del Centro Obrero de Estudios Sociales, que se ubicara en Barrio Candioti y constituyera un punto de referencia del anarquismo en la ciudad). Además, la Asociación Gráfica Libertaria de Santa Fe parece constituir una organización con vínculos libertarios y diversas actividades, como la publicación de la revista Orientación. En su sede se encuentra la Biblioteca El Porvenir y la imprenta de Leónidas Acosta. A los anarquistas llegados a nuestro país preocupó especialmente el desarrollo de actividades culturales, educativas, sociales y deportivas, además de prestar servicios a la comunidad. Los anarquistas arribaron a Argentina principalmente desde España e Italia, pero también desde Rusia, Francia, Alemania y en menor medida desde otros países europeos, como también desde países latinoamericanos, como Uruguay, Brasil y Chile.

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