Con su nuevo EP, Ginkgobiloba consolida su presente de más de dos décadas de crecimiento continuo: el duelo, la ternura, la resistencia y el encuentro, los temas principales de "Abrazo".
Hay discos que se presentan como un manifiesto, que aún sin grandes proclamaciones sabe marcar una presencia grandilocuente, amasada con cada gesto. Abrazo, lo nuevo de Ginkgobiloba que salió en digital ayer lunes 18, es eso: una declaración en cuatro movimientos sobre lo que significa seguir tocando juntos después de más de veinte años, a pesar de las distancias, las geografías y las rutinas de cada quien.
Abrazo abre el EP y funciona como su corazón. Musicalmente se mueve entre la canción folk y la balada de rock suave o un vals rockero, con guitarras envolventes y un aire de intimidad que parece más hogareño que de escenario. Pero son la letra y la voz de Memo Beltzer las que quiebran el tono de este arranque: habla del duelo y la ausencia con imágenes claras y emocionales, una canción que a lo mejor es una forma de saciar un poco ese vacío latente, un abrazo pendiente para alguien que ahora vive en la luna. Es una canción sobre la pérdida y, al mismo tiempo, sobre la permanencia del amor en la memoria. La ternura convive con la tristeza, en una lírica sencilla y directa que multiplica el efecto emotivo de la música.
Escrita por Jorge Mockert, en Grandulón la banda baja el tempo y apuesta a un groove amable, cálido, con bajo y batería que sostienen un vaivén cadencioso. El detalle extra que resalta es la participación de Agustina Cortés en saxo soprano. Mientras, la letra se abre como una confesión íntima: un hijo que reconoce el paso del tiempo, que se mira en el espejo de la paternidad y le habla a su madre para agradecerle. El “gurí” que se volvió padre descubre en esa experiencia un modo nuevo de habitar el amor. Hay ternura y memoria, pero también un aire festivo que evita el tono solemne: la canción celebra la continuidad de la vida y la posibilidad de transmitir, de ser amado para después amar. Ese cruce entre groove juguetón y lírica afectiva la vuelve una de las piezas más entrañables del EP y para eso fue más que acertada la elección de Demian Pozzo para que lleve las voces.
Se quiebra es el track más filoso del EP, al hueso. Suena urgente, con la batería marcando paso firme y las guitarras terminando de darle el toque zeppelinesco (con buenos riffs, con slides oníricos, acústicas brillosas) en su más amplio espectro de posibilidades. La lírica acompaña esa crudeza: imágenes que hablan de quiebres, de resistir y de soportar el peso hasta que algo finalmente se parte. Es una canción que condensa la fragilidad en una metáfora simple —todo se dobla, incluso nosotros—, pero dicha con un tono que no es de derrota sino de lucha. La potencia del estribillo le da ese aire de catarsis que en vivo seguramente encienda al público. La lírica habla de la fragilidad frente a la ira, la demolición interna y la tensión que amenaza con quebrar lo que no sabe doblarse. “Lo que no se dobla, vos sabés, se quiebra”, insiste el estribillo, con una fuerza que combina desgarro y aprendizaje. El yo poético se debate entre la furia y el deseo de suavidad, entre el derrumbe y la búsqueda de volver a encontrarse donde antes se había perdido. Esa contradicción —tan humana, tan reconocible— es lo que le da espesor a la canción: no hay moraleja, hay crudeza. Es un corte para sacudirse, que en vivo probablemente sea el punto álgido del set.
El cierre con Vidala al corazón es la gran sorpresa. Desde el inicio, el clima se abre a otra dimensión: voz casi desnuda, percusión mínima y un aire folklórico que atraviesa todo el tema. La letra se apropia de la tradición de la vidala —canto de raíz norteña ligado a la tierra y la introspección— para hablar de desarraigo y búsqueda. Hay un tono confesional, de plegaria íntima, que conecta con la espiritualidad sin necesidad de nombrarla. Es el momento más contemplativo del disco, y su potencia está en la sencillez: parece escrita para cantarse mirando un río o un cielo abierto. “Cantemos juntos, amigo, aunque nos salga llorar”, pide el estribillo, explicitando que el dolor no anula la belleza compartida, sino que puede volverse música. Los coros finales, casi como una letanía colectiva, insisten en la necesidad de confiar en la propia voz y en la vulnerabilidad como norte vital.
Lejos de sonar como un rejunte, Abrazo tiene la coherencia de quienes saben qué buscan: canciones honestas, sin artilugios de laboratorio, grabadas con la naturalidad de quien toca porque lo necesita. Si en otras épocas Ginkgobiloba era un experimento de sobrevivencia a la distancia, hoy se los escucha cómodos, disfrutando, con esa mezcla de oficio y frescura que solo dan los años.
El título no es casual: Abrazo es tanto un gesto íntimo entre los integrantes como una invitación al oyente. Un recordatorio de que la música también puede ser un lugar donde encontrarse, aunque uno viva en Santa Fe, otro en Buenos Aires y otro en Australia. Ya se puede escuchar en Spotify.
De dónde vienen los ginkgo
Ginkgobiloba nació en 2001 como un trío que debutó en la Peña de la escuela Almirante Brown. Aquella primera aparición, con apenas seis canciones propias, dio inicio a un recorrido que ya supera las dos décadas. Desde entonces, Emiliano M. Beltzer (bajo y voz), Demian Pozzo (guitarra y voz) y Jorge E. Mockert (batería y voz) han sostenido un proyecto que combina amistad, experimentación y un camino de búsquedas compartidas.

Su primer disco, Ginkgobiloba (2004), grabado en parte en la histórica sala La Llave, mostró un sonido directo de power trío con huellas del rock de los 70, el grunge y el funk pesado, en diálogo con la tradición del rock argentino y santafesino. Con los años, la banda amplió su paleta, sumando al percusionista Francisco Larpín en etapas como La tostada y el gato (2014) y Desiertos y jardines (2018), donde aparecieron matices del jazz, la música académica y el folclore latinoamericano.
Más de veinte años después de aquel inicio, la música de Ginkgobiloba es el resultado de ese tránsito: canciones atravesadas por la experiencia, la memoria y la necesidad de seguir creando juntos, a pesar de las distancias geográficas y vitales.
Presentación
El sábado 4 de octubre, a las 21 en Demos, dos de las bandas más representativas de la música santafesina de las últimas dos décadas compartirán escenario por primera vez. Barro presentará nuevas composiciones y Ginkgobiloba estrenará en vivo Abrazo, su flamante EP de cuatro canciones.
El encuentro, anunciado como un “abrazo musical”, pone frente a frente dos trayectorias que han sabido nutrir la escena local con búsquedas sonoras diversas: del rock al folclore, del jazz al funk. Una oportunidad única para celebrar la madurez creativa de ambas agrupaciones en una misma noche.
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