El miércoles por la noche un grupo de diputados, varios santafesinos, con su voto prefirieron la timba financiera antes que el tratamiento de niños con cáncer. Qué se puede hacer ante una situación límite de la política.
No hay forma de saber qué es tener una hija si no tenés una hija.
La experiencia no hace sabio al imbécil, pero no por eso es innecesaria. Nunca tuve hambre de verdad, tampoco frío. Hay cosas que no se entienden hasta que te pasan. Justamente, ante ciertas cosas es mejor callarse, abrir la oreja, dejar la arrogancia, dar lugar al testimonio. Conocer, compartir y transformar. Nada hay más político que eso.
¿Qué pasaría si mi hija se enferma y no tiene la mejor atención posible?
Con las nuevas experiencias en la vida, surgen nuevas fantasías. Experiencia, por un lado, fantasía, por el otro, forman una dupla inseparable. Tanto en su coincidencia como en su distancia producen extrañamiento, espanto, vacío. A veces nada es peor que un mundo ordenado como tanto lo soñabas. Quizá lo más normal sea cuando la experiencia y la realidad se asemejan o diferencian parcialmente. No lo sé. No importa.
Mirando a mi hija gatear, ya nos veía saliendo juntos a caminar por montañas. A la inversa, verla dar su primer paso fue muchísimo más que cualquier sueño. ¡Se dio cuenta de lo que hizo, se sorprendió y nos miró levantando los brazos en gesto de victoria! Todos los días aparecen, diáfanas, fantasías épicas, de salvación, de redención. De venganza.
Imaginamos: ¿qué le haría a alguien que le está impidiendo la mejor atención a mi hija enferma?
Hay diputados y diputadas de mi provincia que en la noche del miércoles votaron en contra o estuvieron ausentes cuando se debatía el tratamiento de niños que se están muriendo. ¿Qué imaginan ustedes, los que también son padres?
Rocío Bonacci, Alejandro Bongiovanni, Gabriel Chumpitaz, Romina Diez, Germana Figueroa Casas, Nicolás Mayoraz, José Núñez, que votaron en contra, Luciano Laspina que se ausentó. Todo el PRO y La Libertad Avanza trató de impedir que saliera la Ley de Emergencia para la Salud Infantil. Es la ley que le da el presupuesto imprescindible para que funcione el Hospital Garrahan.
Esos diputados están impidiendo la mejor atención a miles de hijas que se pueden morir. Seguramente hay allí padres y madres.
Una fantasía que sé compartida, un combustible, un malestar me toma la cabeza. Fantaseo que esos diputados y diputadas experimentan de forma concreta, en sus propias vidas, las consecuencias últimas y precisas de lo que votaron, esos soretes mal cagados.
Fantaseo muchas cosas más, mucho más violentas, pero heme aquí, doméstico ciudadano de la República Argentina. Sé que cualquiera de esas fantasías realizadas nunca traería paz, porque resulta inhabitable un país así, porque no encuentro satisfacción real y duradera en la desgracia de los demás. Estoy harto de la piadosa y decente bondad con los inmorales, pero comparto con ellos el mundo real.
El año pasado se puso de moda Luigi Mangione, el yanqui que mató a un director ejecutivo de una aseguradora de salud. Mangione cumplió la fantasía de cientos de miles de estadounidenses, abandonados por un sistema sanitario dominado por los privados. Fue una película hecha realidad. Hace rato que ese asesinato estaba imaginado, el cine es un poderoso condensador de fantasías sociales. El paso de la fantasía a la realidad terminó con una esperable frustración. El héroe no logró ninguna transformación real, el balazo apenas fue un espectáculo.
Soy un corriente ejemplar de mansedumbre cívica, hombre de la democracia y el argumento. Con rabia, fervor y furia, busco coraje para saber compartir el mundo, para poder escuchar a los demás e ir más allá de mis fantasías y mis experiencias. No es otra cosa el misterio de la política: abrirse a los demás. Insisto en la política para superar esta época, para vencer la locura suicida de un país a merced de las fantasías de un puñado de perversos, para enfrentar la adocenada barbarie de preferir la ganancia de la timba financiera al tratamiento de una nena con cáncer.








