Crónicas de un chofer de Uber

Uber

En más de un año en las aplicaciones de viajes conocí rincones nuevos de Santa Fe, charlé con un montón de personas, me comí cientos de pozos y viví en carne propia el dumping. Un salvavidas individual que es, también, un problema colectivo.

Hace poco mas de un año empecé a trabajar de Uber. Mis finanzas estaban alicaídas, y llegar a fin de mes era cada vez más complicado. Como todavía no me había recibido -spoiler alert: aun no lo hice-, mi objetivo seguía siendo trabajar lo menos posible, cosa de tener tiempo para estudiar. En ese marco, la libertad que prometía Uber a la hora de elegir mis propios horarios me resultaba cautivadora.

Desde ese momento realicé 1544 viajes, a un modesto ritmo promedio de nueve horas semanales; recorrí 6226 kilómetros, escuché 749 discos, me comí 517 pozos -cortesía de Juan Pablo Poletti- y esquivé 178 controles policiales -cortesía del grupo de Whatsapp ⚠️ZORROS🦊SFE-. También respondí 381 comentarios sobre el clima y contesté 125 veces la pregunta “¿Y? ¿Se labura?” con un “Y, más o menos”.

Recorrí la ciudad a lo largo y a lo ancho, de día y de noche, y aprendí casi a la perfección buena parte de su trazado, incluyendo muchos pasajes. Casi nunca traspasé sus fronteras; solo una vez, sin querer, terminé aventurándome en las tenebrosas calles santotomesinas, un error que espero no volver a cometer.

Uber
A las dos personas que me pusieron 4 y 3 estrellas respectivamente les deseo lo mejor 🙂

En estos trece meses hice algunas comprobaciones:

    • El norte es realmente inmenso -ya lo sabía, pero nunca deja de sorprenderme- y tiene propiedades mágicas. Te va engulliendo de a poco: llega un viaje de Los Hornos, después uno de Villa Hipodromo, después otro de Veintinueve de abril, y cuando te das cuenta, ya no podés salir; solo estás girando en círculos.
    • En el norte, la gente paga en efectivo y deja generosas propinas. En el centro, la gente paga por transferencia, y a veces deja propina. En Puerto Amarras, la gente paga con tarjeta y no deja propina. Una vez, un pasajero de la Torre 2 tardó tres minutos en subirse porque estaba en el kiosco; después entro al auto con una raqueta de tenis y me preguntó si podía esperarlo en la Terminal (que no era su destino) mientras él COMPRABA un pasaje, porque si lo hacía presencialmente le hacían un descuento.
    • Mucha, muchísima gente va al casino, cualquier día y a cualquier hora. La mayoría son señoras: nadie saca charlas más entretenidas que una señora que va al casino, como esas que un martes a las 2 y media de la mañana me contaron que no estaba planeado, que estaban comiendo tranquilas y que de repente terminaron en el casino, y a las pocas cuadras ya estaban hablando con tristeza del fallecimiento de la Locomotora.

También viví en carne propia el fenómeno del dumping, que refiere a la práctica de las grandes empresas de vender a precios irrisorios por un tiempo para eliminar a la competencia y adueñarse de un mercado. Al principio usaba Uber, pero a los dos o tres meses empezó a circular entre amigos y conocidos el rumor de que la empresa china Didi había llegado a la ciudad y estaba regalando viajes a granel, algunos literalmente gratis y otros a precios irreales como 10, 20 o 50 pesos. Entonces me bajé Didi, y constaté que los beneficios para los conductores eran similares: además de cubrir el monto que no pagaba el pasajero, ofrecían premios altísimos.

Durante dos o tres semanas, manejar en Didi permitía amasar una fortuna. Entonces los premios bajaron un poco, pero seguían siendo muy buenos. A las semanas volvieron a bajar, y al mes nuevamente, y al mes de nuevo, y a los cuatro o cinco meses de haber arribado a Santa Fe, ya no había premios en absoluto. Entonces intenté volver a Uber, a ver qué pasaba: prácticamente no llegaban viajes. En noviembre de 2024 ganaba 1011 pesos por kilómetro; hoy gano poco mas de 600.

Uber

Un callejón sin salida

La libertad de manejar mis propios horarios es valiosa; es el principal motivo por el que decidí comenzar y por el que pienso continuar hasta recibirme. Aunque quizá la mayor ventaja del trabajo en este tipo de plataformas es que son accesibles de forma prácticamente inmediata. Nada de mandar CV a 30 lugares, esperar a que te llamen y superar la instancia de entrevista: te descargás la aplicación, subís los documentos y en menos de 24 horas ya empezás a trabajar.

La puerta de entrada es grande, pero no se cierra detrás de uno: la gente sigue entrando y entrando, y pronto es un cuello de botella, con más conductores que usuarios. Entonces es viernes a las ocho de la noche y no llegan viajes, y los que llegan pagan una miseria, y tenés que tener dedos rápidos porque a los dos segundos de recibir la notificación, ya lo tomó otro. Por eso la renovación del plantel es tan alta: todo el tiempo, los choferes que pueden darse el lujo de elegir no ganar tan poco se van y son reemplazados por otros que, como diría el presidente, eligen no morirse de hambre.

Este es uno de los motivos que esgrimen Uber y Didi para no adecuarse a la Ordenanza n° 12.991, aprobada por el Concejo en octubre del año pasado: aducen que es imposible informar mensualmente la nómina de conductores registrados, porque cambia diariamente. También se oponen a la prohibición de los mototaxis, algo que el Municipio considera innegociable.

En última instancia, rechazan la obligación de contar con una sede física en la ciudad. Son empresas fantasma: no tienen oficinas en ningún lugar del mundo, ni vinculación laboral alguna con sus “empleados”, ni pagan impuestos, ni mucho menos un parque automotor. Todos los días realizo mi labor sabiendo que jamás conoceré a mi patrón. Así funciona el capitalismo de plataformas, la versión 2.0 del capitalismo transnacional: si antes las empresas explotaban la fuerza de trabajo de sus empleados, ahora encontraron la forma de que ellos pongan, también, el capital.

Repartidores explotados por las apps en Santa Fe: jornada completa, ingresos mínimos

Pero no solo las plataformas rechazan la ordenanza. Los choferes cuestionan el ítem que indica que los vehículos no deben superar los 7 años de antigüedad, a diferencia de los remises y taxis, que pueden tener el doble de antigüedad. Yo, en particular, ni siquiera consideré inscribirme por ese motivo: mi auto es 2018, y el año que viene ya estaría fuera de regla.

El objetivo de la ordenanza era poner un marco regulatorio a las aplicaciones de viajes, pero parece complicado que se ponga en práctica de forma efectiva. La fecha de vencimiento para la inscripción ya se prorrogó dos veces, la última el 29 de julio pasado, por 90 días hábiles. Hasta hoy se registraron ocho empresas que prácticamente nadie usa, o que directamente aun no funcionan: Remises Real, Movitaxi, Remises Isis, Viaja Libre, Cabify, Zubo App, TaxCity y Maxim.

Uber y Didi no lo hicieron, y parece difícil que den el brazo a torcer. Los taxistas hablan de competencia desleal, y es entendible. Los usuarios prefieren las aplicaciones porque son más seguras y baratas, y también es entendible. Mientras tanto, la respuesta del Municipio es intensificar los controles –de por sí difíciles, a menos que te agarren in fraganti-, con multas que pueden llegar hasta los dos millones de pesos. Es un parche que solo logra que uno viaje más perseguido, pero jamás solucionará el problema de fondo: por cada chofer que agarren, aparecerán tres nuevos.

La situación se parece a un callejón sin salida. Es imposible lograr una solución que conforme a todos los sectores, pero la política se trata, justamente, de eso. El Municipio, como en tantas otras temáticas, pretende esconder el problema debajo de la alfombra, simular que está haciendo algo e ir viendo qué pasa. Yo he llevado varios policías y una vez, incluso, fui a buscar a una oficial de tránsito al Centro de Educación Vial: cuando me acerqué y vi quién era, cancelé el viaje y seguí de largo.

Uber

Taxi driver

Entre choferes circulan leyendas urbanas de inspectores que se suben de incógnito y te hacen ir hasta un control. Uno tiene sus precauciones, entre controles y robos: no levantar a nadie que tenga menos de 50 viajes y no acercarse jamás a la Terminal ni al Cullen, donde se rumorea que acechan inspectores disfrazados de enfermera o de árbol.

Fuera de estos peligros, es un trabajo que tiene su costado romántico, y que en general puedo disfrutar. Seguir un recorrido en el mapa como si fuera un jueguito es divertido; llevar y traer personas de las más diversas ocupaciones, ver adónde se dirigen, qué ropa visten y cómo hablan es un ensayo sociológico; y recorrer la ciudad de noche, bajo una lluvia leve, escuchando música, es poético y hermoso. Uno incluso puede, si quiere, hacer cosplay de otra persona. Mi favorito es, justamente, el cosplay de taxista: sintonizar Aire de Santa Fe, suspirar como si estuviera estresado y poner cara de que odio a los kukas.

Uno puede, también, vivir secuencias curiosas, y a veces espeluznantes. Oí en silencio varias discusiones de pareja; un tipo al que la ex mujer le había dejado a la hija me hizo bajar la ventanilla para decirme que su ex chupaba muy bien la pija, que lo aproveche, y ante mi rostro horrorizado, y antes de que pudiera decir nada, ella me dijo riendo desde el asiento de atrás que no le hiciera caso, que estaba borracho. Una adolescente se tiró al piso como si hubieran tirado una granada cuando quise doblar por Lamadrid, y me imploró que agarrara otra calle porque se había escapado de la casa y ahí vivía toda su familia.

Antes de empezar romantizaba demasiado la actividad. Me imaginaba hablando con todo el mundo, conociendo mil historias de vida, debatiendo cuestiones metafísicas con personas de todo tipo. Ahora sé que el 80% de la gente viaja mirando el celular todo el camino y no te dirige la palabra, pero siempre hay una señora que, yendo a la Parroquia del Sagrado Corazón bajo un diluvio, y sin que uno le pregunte nada, te suelta: “No, yo con esta lluvia voy y le pido igual a San Expedito. Hay gente que dice ‘no, hace frío, hace calor’...imaginate si el santo hiciera lo mismo”.

En el largo plazo, la situación se tornará insostenible. El sistema es cruel y perfecto: cada vez habrá más despidos, cada vez más personas se caerán del trabajo formal y recalarán en las plataformas, cada vez habrá más oferta para menos demanda, cada vez los gobiernos municipales serán más impotentes frente al capital transnacional, cada vez los precios serán más bajos y la gente igual no podrá pagarlos, cada vez las empresas serán más millonarias y las personas serán más pobres.

En el corto plazo, yo tengo el control. Podré seguir saliendo a manejar un día entero cuando no llegue a fin de mes, o unas horas cuando no llegue al fin de semana. Y mientras lo hago, en los parlantes del auto sonará, por supuesto, el himno del sindicato.

Dejar respuesta

Por favor, ¡ingresa tu comentario!
Por favor, ingresa tu nombre aquí