Hace años que no escuchaba discos enteros de corrido. Me pasó tres veces en poco tiempo: en julio bailé con mi hijo en casa todas las vacaciones de invierno con “Papota” de Catr7el y Paco; tuve esperanzas en la belleza del futuro en septiembre con “La vida era más corta” de Milo J; en noviembre me sumergí en la exaltación con “Lux” de Rosalía, subyugada por su voz y el mosaico universal total del disco.
¿Cuándo me ilumina una obra musical y no sólo una canción? Cuando me da cuerpo para el baile, cuerpo tangible, el que se entrega a ese trance. Bailar debe ser una manifestación primordial del ser humano: mecer, mover, ritmear, impulsar. Pero hay otra forma: la conmoción de otro cuerpo, uno interno, uno que se encoge o se ensancha o se derrite, viaja, llora, se ríe, se maravilla, se completa con una reverberación que viene de escuchar un relato más grande. No es casualidad que quienes escribimos pensemos la obra como composición musical: qué poema o qué cuento o qué capítulo aparece antes o después, cómo suena una voz que narra al lado de la otra. Una cadena final entrelazada. La metáfora de organizar un libro como un disco tiene la fuerza de lo silencioso: cerramos el libro o termina el disco y quedamos en suspenso por un tiempo. Y después queremos compartirlo para que se multiplique. Un estallido.
A mí la mística siempre me pudo, por educación familiar. Tener fe es practicar, no ir a una iglesia; esa insistencia es una experiencia religiosa en sí misma. Y escuchar “Lux” fue un renacer: estructura, instrumentos, máquinas y voz, reminiscencias a formas y lenguas que reconocía y que el oído supo que había deseado reencontrar hacía tiempo en la marea de escuchas fragmentadas o sueltas de las redes.
Las canciones se nutren de las vidas de santos y santas, cuentos maravillosos y tópicos del presente de Rosalía cantante: calle, cuerpo, amor, flamenco, música, ciudades, tierra, dios, reliquia, divinidad, piel, placer, dolor, ruina, carne, cerebro, corazón, miedo, Cristo, diamantes, ternura, calor, ladrón, perla, decepción, corpiño, cotización, renegar, mundo nuevo, cruz, armas, madrugada, lenguas de fuego, dios es un stalker, sombra, pelo, ideas, diablo, buzón explotao, las líneas de las manos, alma, lejos, cerca, no tengo tiempo para odiar a lucifer, demasiado ocupada amándote, leche, vino y sangre, galaxia, gota de saliva, piercing, pirámide, mente, el olvido, lo vivido, la memoria, la muerte, magnolias para un entierro, vino, fiesta, calle.
Rosalía habla en lenguas, humanas e instrumentales. No me interesó saber cuál era cada una pero fui reconociéndolas y dejando que me iluminaran. En el entrenamiento poético está la sustancia musical: algo suena y es maravilloso porque comunica más, y no solamente, con su contenido lingüístico. Mestizaje. Humanaje. El disco invoca todo eso. Pero empieza en la calle y termina en la calle, incluso nombrando esa palabra en la primera canción y en la última.
Una canción en especial hizo que llorara y es mi preferida: Mio Cristo piange diamanti. Así, como dice la palabra y su lugar común: llorar mientras se escucha una canción. Por iluminación de la voz. Por reverberación de mi cuerpo y de mi oído. Una canción que dice que un cristo llora, un milagro, en una estructura italiana nostálgica y amorosa, con una voz que te eleva, que respira, que te quita la respiración y te insufla su ánima.
Escuchen “Lux” sin temor progresista, que no hay iglesia. Rosalía te lleva a un cielo musical y después te deja acá, de vuelta, en esta humana tierra.

