Unión había empatado
Aunque más probable es que hayamos perdido, en la última jugada o peor. Volvíamos con el rengo a Barranquitas. Viento en contra, frío de invierno, tardísimo. Yo empujaba su silla y entre los dos arrastrábamos una muerte para cinco. Estábamos a unas cuatro cuadras de la cancha, la avenida desierta y una voz de la nada.

Muchachos, vamos, es un partido nomás, duele pero es un partido, no se pongan así. Esperen, esperen ahí. Dijo y lo vimos acercarse con un choripán humeante en cada mano. No habíamos advertido su parrilla fantasma. Buscamos plata en los bolsillos y dijo que no, categóricamente. Que los comiéramos y nos íbamos a sentir mejor. No era Navidad.

Y de la desolación
Es un pan dulce que me quedó de anoche. Me explica la vecina sin que yo pregunte. Un minuto antes la encontré caminado en la calle y de pronto vi una piba con cochecito y otro nene, los vi porque ella, entre la gente, les dijo: Flaca, tomá, te dejo, mientras extendía con gracia y cuidado su brazo tan largo. La chica la miró como se mira a un ángel.

Chiste nacional
Quiero retruco, manga de cagones, gritó el viejo Brochi y se comió un puñete que apareció a los tres metros. Estaba a dos de salir.

Toma mi vino come mi pan
El sobrenombre era apócope de un insulto –creo que lo sigue siendo– en la plaza lo boludeaban fuerte y fiero, en la secundaria también (después no sé, ojalá que no). Una vez, entre varios logramos arrebatarle el pico de una botella que acababa de romper, era un torneo escolar de Fútbol 5, uno tuvo la astucia de seguirlo desde el primer escalón de la tribuna, el destinatario ni se había enterado (y se lo merecía).

Antes, en la época de la plaza, una siesta, el niño del sobrenombre anunció que estaba solo en su casa hasta tarde y que los invitaba a todos a comer a la noche. Fueron.

Los recibió con la mesa tendida, hicieron bromas, revisaron los cuartos. Prendieron la tele. El anfitrión fue un rato a la cocina y volvió con una olla enorme de polenta. Les sirvió poco –para que no se enfriara–, llevó la olla otra vez a la cocina y volvió con su plato servido. Estaba rica, todos quisieron más. Cuando servía el tercer plato de la segunda vuelta, el amarillo de la olla fue tornando a un inequívoco marrón que fue a la vez señal e indicio. Algunos vomitaron ahí nomás.

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