Que fantástica esta fiesta: Estamos en el puerto de Santa fe, en la primavera de 1860. Los barcos genoveses se llenan de banderas, sus mástiles lucen repletos de guirnaldas y flores. Resuenan cañones, músicas y petardos. En los barrios cercanos empiezan a flamear banderas uruguayas y de la Confederación Argentina, hay gente que se va acercando y sumando quizás todavía sin saber a qué. El Club del Orden ofrece sus instalaciones a un comité italiano que esa misma noche organizará un gran baile, en el salón se repetirán los rojos, verdes y blancos de los barcos en la mañana, en las flores, las guirnaldas y telas colgantes. Es el día en que, luego de recorrer 11 mil kilómetros, ha llegado la noticia de la entrada triunfal de Garibaldi en Nápoles. A la descripción se la debemos, una vez más, al registro y la escritura de Lina Bernard.
La gloria en zapatillas: El aclamado paso del héroe con sus camisas rojas por las calles de Nápoles no fue el primero ni el último. La vida de Garibaldi, aunque difícil de resumir y encasillar, puede cifrarse en una serie continua de victorias, desfiles triunfales, derrotas, huidas milagrosas seguidas de exilio y así todo otra vez. En 1864, The New York Times y The Guardian publicaban crónicas de su visita a Londres, en esa ocasión, el carro que transportaba a Giuseppe demoró más de 5 horas para recorrer 4 kilómetros en medio de un gentío en el que plebeyos y aristócratas disputaban a los codazos la proximidad con el viejo guerrero, ya leyenda viva. Unos años antes que esto, con motivo de su visita anterior, comenzaron a fabricarse y venderse unas galletitas con su nombre y el naciente Nottingham Forest eligió el rojo para sus camisetas. Tanto las galletitas como el equipo de fútbol mantienen sendos homenajes hasta hoy.
Quién era esa mujer: Es sabido que a la historia la escribieron hombres que descartaron o bajaron el precio a toda mujer que haya logrado algún protagonismo a pesar de los pesares, pero el caso de Ana María de Jesús Ribeiro, la amazona Gaúcha, la heroína de dos mundos, más conocida como Anita Garibaldi, parece especialmente grave, quizás por distintas razones.
La primera puede ser el escandaloso motivo de que cuando conoció a ese hombre de melena rubia enrulada que hablaba y peleaba por ideas que ella compartía, cuando los dos se vieron y se enamoraron para siempre, ella, que tenía 18 años, estaba casada desde los 15. Ella, que ya usaba de manera desafiante el pelo suelto, no dudó en abandonar a su esposo y unirse a Garibaldi y empezar a vestirse como hombre para poder pelear contra hombres junto a su amado hasta su último día. No sabía leer ni escribir, pero aprendió a hablar cuatro idiomas y unos meses antes del primer retorno de Giuseppe a Italia, había sido ella la que viajó como embajadora para preparar su llegada. Viajó con tres de los cuatro hijos que parió y crio, caminando erguida entre balas, caballos y sables. En sus memorias dictadas a Alejandro Dumas, Garibaldi dice que su compañera de amor y de armas sencillamente desconocía lo que era el miedo.
Así como hasta entrado el siglo XX, con excepción de las memorias mencionadas, los libros la borran o esquivan, Lina, en su breve apartado sobre el recuerdo de Garibaldi en Santa Fe, escribe: “su digna compañera, figura severa y pura, alma sencilla y grande, que unía en el campo de batalla la dulce abnegación de la mujer, al corazón intrépido de los hombres”.
Canción para mi muerte: Ana María Ribeiro, vivió solo 28 años, su primer hijo nació con una marca en la cabeza. El caballo que ella montaba había sido baleado y cayó prisionera. Luego de comprobar, con previa autorización, que entre los muchos cadáveres no estaba el que buscaba, escapó y sobrevivió en la selva por cuatro días, hasta que reencontró su tropa y su hombre. Al poco tiempo parió y doce días después tuvo que volver a escapar sola con su bebé en brazos. Murió de fiebre tifoidea, en otro continente, en la arena de una playa, escapando de las fuerzas pontífices luego de la caída de la Roma que había sabido conquistar con su esposo y los camisas rojas. Estaba embarazada de 4 o 5 meses.
“Allá, en las bocas del Eridan, el día en que, pretendiendo disputarla a la muerte, estrechaba convulsivamente su pulso para contar sus últimos latidos y recogía con mis labios su anhelante respiración, y besaba los suyos moribundos y, derramando lágrimas de desesperación, estrechaba un cadáver”. “Mi flor del Brasil que lloro y he de llorar mientras viva (…) ¡Anita, querida Anita!”
Héroes del silencio: Benito Mussolini, inspirado en Garibaldi o desafiando su recuerdo, había creado sus camisas negras, enemigas de las rojas. Sin embargo, la imagen del héroe era demasiado pesada y no convenía ir contra eso. Entonces, en 1932, cuando se cumplieron 50 años de la muerte del prócer, astutamente decidió centrar los homenajes en torno a la figura de Anita. Eso sí, se encargó personalmente de que a la famosa estatua de Roma donde ella cabalga empuñando una pistola, le agregaran un redentor o normalizador bebé en el otro brazo. Un detalle más, el rostro de la estatua no fue inspirado en la homenajeada, de quien se conserva un solo retrato, sino que fue esculpida a semejanza de la mujer del escultor.
En el año 2012, la primera presidenta de Brasil, declaró a Ana María Ribeiro héroe nacional, siendo la segunda mujer en alcanzar ese rango. Su nombre fue grabado en acero en el Libro de los Héroes de la Patria. Ciento cuarenta años antes, a su modo, Lina Bernard también había hecho lo propio en “Cinco años en la Confederación Argentina”, nuestro primer libro.


