Mano a mano con Pilar Calveiro, la autora de "De matar a dejar morir: Biopolíticas de selección de la vida", un análisis foucaultiano que va del nazismo a la pandemia y la crisis de seguridad mexicana, pasando por nuestra dictadura.

Pilar Calveiro es muchas cosas a la vez mezclando temporalidades, joven militante de Montoneros, esposa del Petrus (nombre de orga del aún desaparecido Horacio Campiglia), mamá de Marcedes y María, víctima de torturas múltiples por los regalos que se hacían mutuamente las tres armas que conducían los centros clandestinos de la dictadura burguesa terrorista y –como también es una sobreviviente–, es Doctora en Ciencias Políticas. Sonríe de verdad, no con una mueca, con la alegría del amor después del horror.

”Cuando ví la degradación y el dolor en mis compañeros me quise escapar, era morir en el intento si no lo lograba. No logré ninguna de las dos cosas, ni escapar ni que me maten” dice con una sonrisa que confirma a Isidoro Blaisten en Anticonferencias, cuando sostiene que el humor es dos cosas: la penúltima etapa de la desesperación y la exacerbación de la tragedia. Ni escapar, ni morir, ni el socialismo nacional, pero Pilar sonríe. Pilar vive, acaba de publicar “De matar a dejar morir: Biopolíticas de selección de la vida”, y desde México lo vuelve a pensar con Pausa.

–El libro está estructurado en tres grandes períodos que a la vez se analizan en capítulos sucesivos: la biopolítica de la selección de quién vive y quién muere durante el nazismo, el terrorismo de estado de los 70 con una particular bajada a la situación mexicana y la pandemia. Porqué ese orden y porqué eliges la biopolítica fouccoultiana para abordar este tema?

–Primero debo decir que el proceso de análisis y escritura fue casi inverso a esa secuencia que marcas en el libro, yo fui viendo como el tema del control de la vida y de la muerte es un asunto clave de la actualidad, en donde se operan otro tipo de desapariciones. Y ahí empecé a buscar las guías que unían el presente con otros procesos que yo había trabajado. Una de las cuestiones que dispara el libro fue observar las prácticas de abandono de la población, contra otros momentos en que lo que habían era grupos sociales exterminados de manera directa. Hoy y ayer hay grupos que desaparecen, particularmente hoy lo que es muy visible es la intención de desaparecer “lo social”, lo común y lo humano, es decir lo compartido, lo político.

Esto es una consumación de lo que temía Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo, que la intencionalidad última de las derechas y ultraderechas era la desaparición de la humanidad tal como la conocemos. Yo ya había estudiando previamente otros fenómenos con características específicas pero que tenían hilos conductores que los relacionaban.

–De ahí la diferenciación que haces según la fase histórica analizada, entre tanatopolítica como gestión de la muerte desde el poder y biopolítica en tanto gestión selectiva de la vida y de la muerte a la vez.

–En realidad hay que decir que desde que Foucault empieza a hablar de biopolítica y biopoder, el ya trabaja la idea de tanatopolítica, porque él dice siempre que en esta biopolítica que se plantea la protección de la vida hay otra cara que tiene que ver con las vidas que se abandonan, porque seleccionar es eso, a costa de qué abandonos se preservan otras. Siempre está presente la tanatopolítica como una faz, como el lado b de la biopolítica. En Agamben, el campo de concentración nazi aparece como la máxima expresión de la biopolítica, en el marco de un estado de excepción donde se suspende toda garantía y la vida queda en manos del director del campo, del estado que marca y asesina.

Esta es la faz de la exterminación física directa de un grupo previamente deshumanizado por el aparato comunicacional y educativo de ese mismo Estado. Hoy la deshumanización como mecanismo previo subsiste, hay modos más cínicos de la desaparición, pero igual de violentas y mortíferas.

–Cuando vos hablas de gubernamentalidad, hablás de un dispositivo de gestión del poder oligárquico neoliberal que no sólo incluye al Estado, podríamos decir que en muchos casos el Estado se subordina a corporaciones delictivas o filo delictivas mucho más poderosas, como el narco, las finanzas, los evangélicos. ¿En América Latina, y en Argentina, podrías señalar cuáles son?

–Hoy gubernamentalidad es el dispositivo completo, con las corporaciones además ocupado el Estado, penetrándolo, gestionando a través de él. A mí me parece que lo importante es observar las modalidades de cooperación entre lo público y lo privado, entre lo legal y lo ilegal, porque allí vamos a encontrar una institucionalidad cerrada, que funciona con una interdependencia inédita. Ahí puede haber iglesias por cierto, corporaciones comunicacionales y financieras globales también, las que alimentan la industria militar y las teorías de la seguridad.

–He aquí una diferencia notable con los 70, cuando tomar el poder era sinónimo de tomar el Estado. Hoy no alcanza, no es el Estado una maquinaria en donde el poder reside y alcance con usar distinto una botonera para revertir un modelo económico político.

–Lo estamos viendo permanentemente en América Latina: gobiernos que acceden por amplias mayorías e intentan salirse de la gubernamentalidad neoliberal, lo logran en ciertos aspectos pero están muy limitados por poderes nacionales y supranacionales. Por eso elijo hablar de gubernamentalidad, no es un terminajo antojadizo, el aparato del Estado ya no es eje ni médula que organiza la vida política, hoy lo que impera es un dispositivo mucho más complejo de leer y desactivar, un gobierno global de los ricos revestido con una formalidad democrática y que propicia individualidades aisladas, anestesiadas y temerosas. Aisladas, porque impone el individualismo extremo para desmantelar lo colectivo; anestesiadas, porque fomenta la naturalización de prácticas de crueldad estatal y no estatal; temerosas, porque propicia la autopreservación a partir del miedo y la sospecha respecto a los otros.

–Hablando de gobiernos que tratan de impulsar cambios y fracasan o al menos parcialmente. A una ex militante de Montoneros que quiso llevar el peronismo más allá de sus límites históricos, a alguien que procesó esa experiencia y es una argentina viviendo en México no puedo no hacerle esta pregunta: ¿el problema de otros países latinoamericanos para establecer un piso de dignidad y reparto es que allí no hubo peronismo? ¿Es una ventaja o una desventaja?

–Yo creo que el peronismo ha sido fundamental a lo largo de casi un siglo para organizar las políticas populares, para estructurar el campo popular y darles una identidad con una gran potencia que hoy parece en crisis. Pero yo no creo, sin disculpar a nadie, que sea un problema del peronismo sino del momento actual, al haber un cambio civilizatorio tan grande, que afecta la política, la economía, las relaciones internacionales y hasta las subjetividades individuales. En el caso del peronismo hay que ver qué elementos del peronismo hoy permiten articular luchas verdaderamente alternativas para construir nuevas formas de organización de la política. Yo lo pensaría en éstos términos, el peronismo y cualquier otra fuerza política, no pueden ser repensados por fuera de estas transformaciones o como una simple vuelta al pasado; y esto no es un momento sino un período muy largo, hay transformaciones ensambladas desde los años 90 con el fin del mundo bipolar y que hoy exhiben una gran solidez.

–Nos enteramos a distancia de cómo atraviesan por esta conflictividad en México, primero AMLO y ahora Claudia Sheimbaum, con la frontera inmediata y caliente con Donald Trump. Pocos años para revertir una zaga de gobiernos neoliberales que arrancan en 1982. Hay muchas caracterizaciones desde aquí, pero ¿cómo ves vos esos gobiernos?

–Yo entiendo que lo que está haciendo la Cuarta Transformación en México es sumamente importante. Pero desde el inicio del gobierno de Andrés Manuel López Obrador hubo un planteo enorme: acabar con el neoliberalismo, y buena parte de las políticas económicas, sociales y educativas fueron y van en esa dirección. De más está decir que es una tarea lenta y compleja, porque ocurre en un contexto mundial en donde lo predominante sigue siendo esa gubernamentalidad neoliberal impuesta de distintas formas y en todos los órdenes. El esfuerzo es sincero y gigante, se han logrado cosas con un acompañamiento social muy importante, pero las limitaciones son muchas, internas e internacionales. Las presiones continuas del gobierno norteamericano son impresionantes, para nada comparables con otras gestiones latinoamericanas. Creo que hay que valorar estas transformaciones en ese contexto que pone restricciones a las transformaciones.

Mercedes, Pilar y María escribieron a seis manos, memoria y emociones “El Petrus y Nosotras”. Mercedes Campiglia cuenta que “el ejercicio fue construir un para hablar con él, para reclamarle, para abrazarlo”.

–Vuelta al título de tu flamante libro, a la biopolítica selectiva que elige vida y muertes, ¿a quién dirías que hoy esa gubarnamentalidad está dejando morir, quiénes son esos colectivos poblacionales?

–Claramente la población migrante es uno, esa masa desplazada en distintos lugares del globo y que no tienen cabida para una integración civil y económica, que se ve en todo mundo y particularmente en la Unión Europea. También las poblaciones indígenas que en distintos lugares del planeta son las que están protegiendo territorios y ecosistemas amenazados por el capitalismo, defendiendo la biodiversidad, protegen sus vidas y las nuestras también y los tratamos con una gran indiferencia y crueldad.

Podemos señalar asimismo a grandes masas de hombres y mujeres jóvenes y pobres, que son utilizados en las redes ilegales de trabajo y explotación sexual, en corporaciones delictivas que esclavizándolos mueven una cantidad impresionante de dinero. El derecho y los cuerpos jurídicos no responden por ellos, están siendo abandonados también.

–Es interesante observar que no hiciste ninguna marcación de características ideológicas, hoy en Estados Unidosy Argentina, en cualquier lugar en donde gobiernen ultraliberales o neo fascistas, los enemigos declarados y deshumanizados son los socialistas, los peronistas, los comunistas. Vienes de una experiencia en la que esa marcación estaba seguida de muerte y no los mencionaste.

–Es muy interesante la aclaración que hacés porque lo que podría decir es que sobre activistas ecologistas o periodistas que denuncian abiertamente articulaciones entre redes mafiosas y políticas, se aplica efectivamente la política de matar. Hay una intención a exterminarlos. Quiero decir, para que no se preste a confusión, que en este “De matar a deja morir” yo estoy tratando de identificar rasgos predominantes de un proceso actual y asesino, pero no digo que no se mate de manera directa a muchos colectivos ideológicamente encuadrados.

 

Pilar Calveiro
Pilar, junto a Horacio Campiglia (el Petrus, Ignacio o Armando en FAR y más tarde en Montoneros) y sus hijas Mercedes y María Campiglia.

Pilar Calveiro y la dictadura

–Va una pregunta personal, seguro la respondiste otras veces pero pueda que obtengamos algo distinto. ¿Por qué no aprovechaste la primavera alfonsinista para volver a la patria?

–Yo tuve distintas circunstancias familiares y personales, tuve la idea es cierto, pero hacia el fin del alfonsinismo, cuando la primavera ya era un recuerdo. Y entonces las condiciones no fueron propicias, luego vino el menemismo y ya no quise saber más nada. Y cuando pasó Menem, que duró una larga década, mis hijas ya eran grandes y sus vidas eran muy mexicanas. La vida política del país y la mía propia se fueron componiendo para que no se diera la vuelta. Y es el caso de mucha gente porque uno va creando raíces en los lugares que primero fueron obligados o elegidos para un exilio doloroso, pienso en Juan Gelman también.

–Dejame decirte que me impresionó mucho algo que también me impresionó de Elsa Oesterheld. Te vi en un programa de radio por streaming en el que te preguntaban por el lugar de la muerte en la militancia setentista, cuánta conciencia y aceptación tenías sobre la posibilidad de la muerte. Y contestaste cosas muy terribles con una sonrisa sincera y profunda, casi sin la sombra de una verdadera tragedia nacional. ¿Cómo se puede hacer eso?

–Yo creo que cuando se viven experiencias de horror, uno de los desafíos es qué hacer con esas cosas, hay que convertirlas en otra cosa y te hago un cuento si me lo permites. Una de mis hijas está leyendo el libro de cuentos Duna de Frank Herbert, que me lo regaló un compañero que estuvo secuestrado en la ESMA, Martín Gras (que fue quien vió el cuerpo acribillado de Rodolfo Walsh en marzo de 1977); me lo regaló en la versión española y me impactó ese libro y, tratando de recordar con mi hija Mercedes porqué me había gustado tanto, le dije que el personaje que me quedó grabado lo de las mujeres capaces de tragar veneno (las Bene Gesserit), procesarlo y convertirlo en otra cosa. Transforman una sustancia mortal en otra inofensiva. En ese momento yo me daba cuenta, pero mirándolo a la distancia, esas experiencias mortales, venenosas, yo las procesé para que en lugar de que me maten me dieran nueva vida.

–¿Compartís con José Pablo Feinmann que la ESMA fue nuestro Auschwitz?

–Yo no haría esa comparación. La ESMA fue un campo de concentración también, pero tuvo diferencias importantes con Auschwitz. Yo no necesito esa comparación.

–¿Por la ausencia de un componente racista biologicista de la dictadura cívico militar, o por otra cosa?

–En la ESMA hubo racismo, hubo antisemitismo, aunque el exterminio fue del “otro político” antes de que el “otro racial”, pero no tuvo la extensión que tuvo Auschwitz y allí pasaron cosas que no ocurrieron en la Escuela de Mécanica.

–Yo entiendo que Feinmann hacía el cruce por la fría burocratización y tecnificación del horror…

–En ese punto sí, estamos de acuerdo. Fue una forma de exterminio tecnificada y estatal pero con modalidades y dimensiones diferentes, aunque hubo horrores en esos dos lugares.

–Quisiste escapar, o morir en ese intento, cuando viste la degradación de la tortura en los centros clandestinos. ¿Cómo saliste finalmente de la ESMA?

–Yo salí con un pequeño grupo de sobrevivientes, entre centenas de personas que nunca aparecieron, que fueron asesinadas. Ellos nos llamaron el staff, un grupo de presos que mantuvieron con vida durante un largo período y deciden dejar en libertad y por razones que nosotros no podemos explicar. Yo trato de escapar de la Mansión Seré, al principio de todo, no conseguí ni lo uno ni lo otro, ni fugarme, ni que me asesinaran, me fracturé un brazo, talón y costillas, luego me trasladan a la ESMA y estoy viva para contarlo y escribirlo.

–En Argentina estamos en un momento histórico y cultural en donde está severamente desprestigiado el pacto democrático de la post dictadura y se ha vuelto a cuestionar todo lo aprendido y juzgado. Pero hay un tema en el que el negacionismo siempre presentó batalla, la pelea por el número que Alejando Horowicz considera una contabilidad hija de puta. ¿Vos te plantás conque fueron 30 mil y no 7 mil?

–A ver, no necesito volver a aclarar de qué lado de la historia hablo, pero no centro el debate en ese y otros números, no son irrelevantes pero la discusión no pasa por ahí y es entrar en un punto ciego que difícilmente se zanje. Los registros son incompletos, están difuminados justamente porque desaparecer a las víctimas, o revelar qué hicieron con ellos, es esa operación de desaparición de la que hablamos al principio. Borraron pruebas, no pueden reclamar nada, no creo productivo concentrarse en ese número. Yo tengo una gran confianza en la memoria, que es un campo de lucha y de estabilidad relativa e histórica, el período que atravesamos es un terreno en disputa en el que hoy parece perderse más de lo que se gana. Hay que confiar en la memoria mientras damos las luchas que hay que dar y que nunca deberíamos dejar de dar en este campo.

–¿Qué te parece entonces este llamamiento libertario, procesista, de los familiares que portan pañuelos negros, de “memoria completa”?

–La memoria completa no existe, hay memorias de unos y otros y hay hechos y pruebas contundentes. Toda memoria se construye de una manera posicional, en el tiempo, el espacio y la ideología. Pero no todas las memorias son equivalentes o iguales en su verosimilitud, nosotros tenemos probado el campo jurídico un plan de exterminio estatal, con testimonios terribles, dolorosos. La memoria tiene que ver con relatos, que hoy están en pugna como siempre, luchemos por prevalecer con nuestra memoria, que es nuestra y sólida.

–Necesito preguntarte una última cosa sobre la conciencia y el lugar de la muerte en las proyecciones políticas militantes de los años 60 y 70. ¿Hubo en Montoneros al menos una vocación crística sacrificial?

–Nosotros sabíamos que era un costo asumido pero no teníamos ninguna vocación crística ni sacrificial, yo sostengo que lo que teníamos era una vocación muy vital, una apuesta por una transformación social que era a la vez un proyecto de vida, no de muerte. Y en esa apuesta estábamos dispuestos a arriesgar la vida conscientemente, pero no pensamos que la represión podía llegar a ser tan brutal como fue a partir de 1976. En el imaginario social y de la militancia, ese nivel de horror tecnificado y planificado era muy difícil de prever y esa magnitud se reveló en los testimonios de los Juicios a las Juntas militares.

 

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