Domingos en la cola del supermercado

Hay personas que ven en el domingo un día para entregarse al descanso, podríamos asegurar sin faltar a la verdad que es palabra de Dios: “No harás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu servidor, ni tu sirvienta, ni tu buey, ni tu burro u otro de tus animales”. También es cierto que muchos consideran que es la antesala a la depresión y es el mejor día para suicidarse, aunque la gente prefiere el miércoles para esos menesteres. Como es sabido el lunes se trabaja (si aún conserva ese privilegio) y los domingos nos enfrentamos a esa hermosa sensación de perder el tiempo, es decir usar nuestras horas para disfrutar del ocio.

Tiempo libre, tiempo recuperado que no entregamos a labores domésticas o que decidimos cortar con aquellas actividades que rompen con la rutina. Es posible que en el fondo de nuestro ser sepamos que el comienzo fue un big-bang y fue caliente. El séptimo día no es más que un híbrido, siempre igual pero frente a una pantalla de oferta imposible de pagar. Por qué algunos usamos ese día para perderlo en un supermercado es indescifrable. Todos estamos enojados pero estamos. Es posible que sea una forma de demostrar que nos creemos de clase media, somos consumidores alegres de un domingo mientras otros trabajan. Por eso compramos un acolchado de plumas importado en seis cuotas para frenar el frío, así ahorramos un poco de gas o no prendemos tanto la estufa eléctrica. O mire qué maravilla esa hermosa freidora que consume menos aceite. No pierda la oportunidad de llevar unos hermosos repasadores de la República del Congo. Todo al alcance de la mano y en créditos imposibles de resistir.

Damos vueltas viendo todo lo que no vamos a comprar, batas estampadas de container de un país que no encontraríamos en un mapa, si nos hacen una evaluación PISA de geografía. Hermosas copas de cristal de Estados Unidos que son mucho más lindas y fuertes. Un paseo familiar bajo techo, ir de shopping, un aprendizaje de los 90, caminar grandes superficies de góndolas para llegar a una inmensa cola donde todos estamos cansados. Una procesión sin salmos pero con todos los rituales necesarios para que seamos parte. A paso lento, prestamos atención, que nadie se adelante, no importa si tiene más de 70. Si fuera tan viejo no estaría comprando. No se siente en ese banco, dice el guardia de seguridad que nunca haría de striper. La señora de atrás se queja, no le quieren cubrir la guardia. El acolchado del hombre araña está caro, dice alguien, es más barato traerlo de China mediante compra online. Otro paso más hacia adelante. Dicen que la clase media típica comprende a aquellas personas que hoy perciben $23.000 por mes. El niño ya no sabe qué más inventar para salir del tedio. Lo retaron varias veces.

En nuestro país, ocho de cada diez personas aseguran pertenecer al sector de clase media. La gran ausencia en los trabajos se da los fines de semana, dice un señor de voz impostada, porque la gente se emborracha y no va a trabajar. La señora de al lado argumenta que la droga es el mayor problema y que se perdió la imagen del padre. “Porque no soy ni muy rico ni muy pobre”, tienden a argumentar los encuestados cuando se les pide que expliquen por qué creen que forman parte de la clase media. Para ser top hay que ganar más de $145.000 pesos. Estamos cerca de pagar. En la argentina el 5,5 % del total forma parte de ese grupo. El cajero con su mejor cara de domingo pregunta si queremos donar el vuelto para la campaña de solidaridad. La mayoría no tiene opción, dice que sí. En el mismo acto consumimos y ayudamos a mejorar a la sociedad. También podemos retirar efectivo. Solo Dios sabe qué es el séptimo día.

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