Pausa se sumó a Reverso, el consorcio de medios organizado para combatir las fake news.

Es falso lo que dijo Dante Sica acerca de que el salario no está perdiendo contra la inflación, es verdadero que Córdoba es el polo de software más importante del interior del país, como dijo Juan Schiaretti. Rastrear una imagen trucada a través de Google o buscar términos específicos en sitios web específicos son dos de los reflejos más agudos que tiene el equipo de Reverso para comprobar el grado de rigurosidad con que se construyen las noticias, ejercicio que se vuelve un servicio civil con un valor más que especial en la era de la posverdad. Más todavía en época de elecciones.

Chequeado, AFP Factual, First Draft y Pop-Up Newsroom: ellos son los impulsores y coordinadores de este frente contra la desinformación llamado Reverso que capacita a periodistas y comunicadores en la verificación y el monitoreo de contenidos virales potencialmente falsos. Y dañinos. Atrás de ellos, una larga cantidad de otros medios de comunicación de todo el país y de todas las formas (periódicos tradicionales y digitales, radios, canales de televisión, entre otros) se aliaron con algunas empresas de tecnología y con organizaciones internacionales para sumarse a este bando.

Desde Santa Fe, a partir de una jornada de capacitación que se hizo a principio de junio, Pausa forma parte de este consorcio que, de la ciudad, también incluye a Periódicas, UNO y El Litoral

Excavaciones en Santa Cruz en busca del famoso PBI enterrado: un caso testigo de cómo montar un show televisivo sin sustento informativo.

Sobre las tareas que desarrollan y promueven, dicen: “el equipo revisará permanentemente redes sociales y tendencias con herramientas de monitoreo para saber qué información se está compartiendo más y analizar si se trata de contenido verdadero, engañoso, falso o que es imposible comprobar”.

En Argentina, el caso paradigmático es Chequeado, aunque periodistas de todo el mundo se están organizando en colectivos dedicados a contrarrestar los efectos de lo que no siempre se puede identificar como tendencioso o con intenciones de “desinformar” (que no es lo mismo que “malinformar): CrossCheck es el nombre de la experiencia francesa, Electionland es en Estados Unidos, Verificado en México, Comprova en Brasil, Checkpoint en India y Comprobado en España.

Sea el título de ingeniero del presidente, la hija oculta y las bóvedas de CFK o que las vacunas producen autismo: una de las máximas militadas desde Reverso es que se hará lo mejor que se pueda contra esas noticias falsas que contribuyen a la polarización y ponen en peligro a las personas. “Ahora, en la vida real el poder tiene incentivos para promover la posverdad. En algunos países se usa como herramienta para conseguir votos, como las fake news”, dijo la bióloga Guadalupe Nogués entrevistada hace algunas semanas por Pausa.

Justamente este potencial “daño” (literal o no) es, como decíamos, una de las marcas por las que se hace el recorte para decidirse a contrastar una información: ¿qué tanto mal le hace al tejido social una declaración inventada de Florencia Peña? Probablemente no haya secuelas graves en tanto salud de las personas o las instituciones democráticas. Aparte, se mide su relevancia y circulación, pues no conviene perder el tiempo en algo que no vale la pena, o sea, no se aportará a darle visibilización a algo que unos trolls están esperando instalar en la discusión pública.

Ahora, ¿qué tanto puede influir una estrategia de este tipo? Sin ir más lejos, durante la última campaña presidencial de Brasil esto se aprovechó y al máximo. 

Por ejemplo, el obispo Edir Macedo (dueño de la Iglesia Universal del Reino de Dios) declaró públicamente su apoyo a Jair Bolsonaro y se articuló con la viralización de imágenes de feministas vandalizando símbolos religiosos. El medio usado en ese caso fue WhatsApp, aunque los medios tradicionales no están eximidos de este tipo de operetas: el mismo Bolsonaro se paseó por televisión hablando de que su competidor, el petista Fernando Haddad, repartía material didáctico en las escuelas con el propósito de “adoctrinar” a los niños para que se conviertan en homosexuales o para estimular la pedofilia.

Por casos como este es que varias empresas se encargan de estimular –léase, financiar– estas instancias de chequeo de contenido. Cuando los dueños de WhatsApp, o sea Facebook, empezaron a perder credibilidad a partir de las cosas que circulan en sus plataformas, tuvieron que echar manos a este flagelo que tan hondo cae, especialmente, en personas mayores que replican cualquier verdura que se acomode más o menos a su sentido común.

Tampoco se toma en cuenta para el chequeo algo que no se puede comprobar en ningún documento, archivo audiovisual o no se haya declarado en ámbitos públicos. Gracias a esto es que se pueden cumplir otros pasos necesarios como reconstruir el contexto en el que pasaron las cosas, consultar fuentes y calificar por verdadero, falso o engañoso.

Ahora bien, ya delimitado el campo de cuáles son los criterios para elegir qué información nos vamos a encargar de desmentir, la pregunta sobre si las leyes deberían tener o no alguna potestad aparece. No vamos a preferir la censura previa, así que vamos a estar más alertas.

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