Diva

¿Compraría cosas para hacer sopa? ¿Recuerdo o imagino las hojas verdes saliendo de la bolsa, la espalda encorvada, la minifalda y las medias can can, el escándalo silencioso que dejaba su paso camino a la verdulería?

Parecía que hablaba sola pero no se escuchaba lo que decía, tenía rulos desprolijos, muy blancos casi siempre y a veces azulados; el resto era impecable y deslumbrante. La Tere madre se acuerda de ella, me cuenta que su abuelo le decía cabecita de goma, por cómo la movía de un lado para otro.

Pero era un movimiento más bien suave o acompasado y solo se notaba después de los colores chillones de las calzas rayadas, del rojo insolente en sus labios viejos, de ese rumor incómodo de todo el mundo que los chicos traducíamos en burla.

En el barrio casi todas las viejas eran abuelas y hacían sopa. ¿Hacía sopa? ¿Era vieja? ¿Era loca? ¿Era puta? ¿Era opa? Ella no se enteraba, como abstraída en su paso de botas y caderas, en su danza lasciva y ajena, en sus fantasmas. Siempre emperifollada y lejos.

Hubo, dice la Tere, en los 60, nietos que la visitaban en verano y tiraban agua desde el balcón en carnaval, después ya no. Habrá habido entonces alguna hija o hijo y un marido o amante y otras compras que hacer y otros quehaceres, habrá habido voces y ruidos de casa, mesas compartidas, ronquidos ajenos.

En su casa, en la vereda de su casa, y en la vereda de enfrente –si era verano y dejaba la ventana abierta– se escuchaba el televisor tronando a volumen máximo. Adentro siempre estaba oscuro y había un sillón donde casi siempre estaba sentada ella, entre la ventana y el televisor, mirando las dos cosas y ninguna. Quizás se pintara las uñas, quizás pensara en la sopa que esperaba en la heladera, como anticipando el ritual de tubo fluorescente y fósforos, de cuchara ensuciando apenas la mesada.

Alguna vez, capaz sin darnos cuenta, dejamos de verla pasar y su casa y la vereda quedaron en silencio. Después vivieron estudiantes, el balcón volvió a abrirse y la casa fue otra. Quién sabe si queda alguien que recuerde su nombre. Quizás la última noche se durmió contenta, pensando cómo el sol iba a secar la ropa en la mañana.

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