Una vida procesada por la represión

    Anahí, la hermana de Nino, sostiene viva la memoria del joven y el reclamo por el fin de la impunidad. Foto: Mauricio Centurión

    El hostigamiento continuo de la Policía sobre los pibes de los barrios no fue la excepción en la existencia de Nino Largueri. Segunda entrega sobre el caso del joven correntino.

    En la edición anterior de Pausa, contamos el caso de Nino Largueri en Monte Caseros, Corrientes: una ciudad de 40 mil habitantes, en la zona de la triple frontera con Paraguay y Brasil. A Nino se lo llevó la policía correntina la noche del 14 de agosto de 2015. Se lo vio muy maltrecho y golpeado, a kilómetros de su casa, el 15 de agosto por la madrugada.

    “Me dijeron que la próxima me van a matar”, le dijo Nino a un cuidador de una plantación de citrus, en alusión a los oficiales que lo llevaron: Cristian Íbalo, Walter García, Roberto Aguirre y Ramón Goín. Oficiales de un Regimiento de Infantería cercano vieron salir a Nino de la plantación. Un móvil de la Policía pasaba por el lugar: Íbalo bajó y conversó con uno de los militares (luego testigo en la causa judicial). El militar relató haber visto al Nino, “los funcionarios policiales dijeron que sabían quién era y que ya iban para el lugar”. Los militares fueron los últimos que vieron a Nino. Su cuerpo fue encontrado 16 días después en el río Miriñay.

    La violencia del Estado pega sin vacilar en barrios de calles de tierra y casas de techos de chapa. Detrás de cada víctima de un barrio empobrecido hay toda una historia. Reconstruiremos la biografía de Nino Largueri a partir de los testimonios de quienes mejor lo conocieron: su familia, su maestra, sus amigos.

    La infancia

    “El 14 de agosto de 2015 a las 12 de la noche estábamos en casa. Nino había llegado hacía un ratito. Estaciona un patrullero, se bajan dos policías y preguntan si Largueri se encontraba en el domicilio. Lo llamo y nos acercamos al portón. Él quería prender un cigarrillo, pero no tenía encendedor, y uno de los policías le ofrece uno. Él se arrima y ahí lo arrebatan. Yo pregunto qué había pasado y ellos me dicen que él había sacado un paquete de cigarrillos del casino. Cuando lo sacan, le pegan en las costillas, él se queja y se retuerce. Lo meten al patrullero en la parte de atrás, y por la ventanilla saca la mitad del cuerpo y me empieza a gritar: ‘Ayudame amigo, ayudame’. Hasta el día de hoy no me lo puedo sacar de la cabeza”.

    El testimonio es de Juan, un amigo de Nino de toda la vida. Se conocieron en la escuelita de Fútbol Samuel Robinson, cuando eran niños. Con Juan, andaban siempre juntos: iban a acampar, a pescar, se juntaban a tomar mates y a cantar canciones de rock nacional.

    Nino Largueri nació y creció en Monte Caseros. Se crió junto a su madre, su abuela y su hermana Anahí en una casita de madera. Sus otros dos hermanos vivían en lo de su otra abuela. Desde muy chico lo apodaron Nino, por su parecido con un panadero de la zona que se hacía llamar así.

    “Yo le llevaba tres años”, cuenta Anahí. “Cuando empezó a ir al jardín, recorríamos juntos el camino hacia la escuela. Para llegar, había que pasar por un vagón de ferrocarril. Yo le decía que ahí adentro había gitanos, que me iban a llevar, y él se asustaba mucho. Entonces le decía que me diera sus galletitas para tener más fuerza y que no me puedan llevar. Y me las daba. Le gustaban las galletitas Lincoln”.

    “Nino siempre fue un niño muy capaz, muy activo. Se destacaba en mucho en matemáticas”, dice Delia, su maestra de 5° grado en la Escuela N° 432. “Yo no puedo creer que los que nos tienen que cuidar nos dañen. No puedo entenderlo”.

    “Él no era de callarse.
    Cuando tenía algo
    que decirte te lo decía.
    Y tenía problemas
    con la Policía por eso.
    Muchas veces me
    contó que le pegaban”.

    La infancia de Nino transcurría entre la escuela, la calle y la escuelita de fútbol. “Fue una infancia con todos los matices”, cuenta Chirola, uno de sus hermanos. “Vivimos momentos muy lindos y también otros muy tristes.”

    Anahí cuenta que el padre era alcohólico y golpeador. Esa violencia anidó en el corazón de Nino. “Él sufría mucho, pero lo sobrellevaba en silencio”, dice Alejandro, su segundo hermano. “Jamás te contaba lo que le estaba pasando”. No pasó mucho tiempo hasta que su mamá se separó de su marido. Hermana, mamá, abuela: esas tres figuras fueron para Nino el cálido abrazo de la vida ante la violencia.

    Rocanroles sin destino

    “Tenía una sonrisa muy contagiosa. A veces pasábamos días enteros juntos. Pienso que un buen amigo es una persona que te escucha, que comparte sus sentimientos. Él era uno bueno”. El que habla es Martín, uno de sus amigos del barrio. Nino caminó los días de su adolescencia con la misma frescura de la niñez, a la que le fue añadiendo cuotas de rebeldía y libertad. Le empezó a gustar el boxeo, las horas de entrenamiento, la bolsa, los guantes. También se hizo fanático del rock nacional. Se colgaba cantando temas de Callejeros, en su casa, en el techo, en la calle. Anahí tiene un video en el que Nino está sentado en una terraza, al atardecer, cantando Rocanroles sin destino. “Era su canción preferida”, dice Chirola.

    Encontró a su primer amor. A Valeria, que era un año más chica, la conoció en los recreos del colegio. Su relación duró cuatro años. “Él en la escuela era rebelde”, cuenta. “Me decían ‘No, no es para vos’, o cosas así. Y a mí me gustaba peor”.

    “Yo pienso que lo mataron”, cuenta Valeria, sin vacilar. “Él no era de callarse. Cuando tenía algo que decirte te lo decía. Y tenía problemas con la Policía por eso. Muchas veces me contó que le pegaban, que lo buscaban, que estaba re perseguido. Les tenía miedo. Él no murió por las drogas, no murió por los quilombos que tenía, a él lo mató la policía”.

    La salud mental

    En 2010, la mamá de Nino muere de cáncer de mama, tras una corta agonía. Todas las personas que lo conocieron coinciden en que fue un golpe muy duro para él. Empezó a sentirse deprimido, a encerrarse días enteros, a tener ataques de paranoia, y pronto fue diagnosticado con esquizofrenia.

    Nino comenzó a ser medicado: llegó a tomar hasta siete drogas diferentes por día, todas recetadas. Luego vinieron las internaciones. “La primera vez fue en el Hospital Psiquiátrico San Francisco de Corrientes. Ese lugar es horrible. Yo pensé que esas cosas se veían en las novelas nomás. Fue muy duro dejarlo ahí. Me acuerdo que al otro día habíamos ido a visitarlo con una tía y él ya estaba re dopado. Tenía como la mandíbula muy dura y nos contó que en la madrugada lo habían puesto en un frigorífico. Pedimos para hablar con la directora y le preguntamos. Nos dijo que había tenido un pleito con un interno y que para calmarlo lo ponían en una habitación con un aire acondicionado muy bajo. A mí me pareció tortura”, dijo Anahí.

    La vida de Nino comenzó a incluir internaciones y escapes regulares. Las dosis de medicamentos nunca dejaron de aumentar, y, con ellas, la confusión mental.

    Anahí, una de las hermanas de Nino, encabeza el pedido de justicia por el esclarecimiento del caso. Sospechan que lo mató la Policía. Foto: Mauricio Centurión.

    Perseguido

    La familia estuvo siempre al lado de Nino desde que empezaron sus problemas de salud. Por eso, fueron los primeros en enterarse del hostigamiento que empezó a recibir por parte de la Policía.

    “A principios de julio de 2015, una tía me llamó y me dijo que la había llamado una asistente social, diciéndole que Nino estaba golpeado y que estaba en el Hospital de Monte Caseros. Cuando entro, a las 9 de la mañana, me encuentro con unas empleadas que me dicen ‘Nino vino golpeado y nos dijo que fue la Policía. Por eso te llamamos a vos y preferimos no llamarlos a ellos’. Entonces yo me lo llevo a mí casa”, cuenta Anahí, que recuerda el diálogo:

    —¿Por qué la policía te hizo esto?

    —No sé, Anahí. Yo me fui tipo 6 de la mañana al Hospital porque fui a pedirle a la enfermera que me aplique la inyección. Y la enfermera estaba hablando conmigo y se cortó la luz. Entonces parece que se asustó y llamó a la Policía. Vinieron, y me llevaron a un descampado cerca de Psicosis –un boliche muy conocido de Monte Caseros–, me tiran al suelo, me pisan la cabeza y me apuntan con un arma. Y me decían que ellos iban a contar hasta tres y que si yo no salía a correr ellos me iban a quemar. Y cuando me sacan el pie, yo salgo a correr y de la desesperación me choco un árbol y me lastimo un hombro. Ahí me caigo y me cagan a patadas en el suelo. En un momento me pude escapar, y me fui al Hospital de nuevo.

    —¿Vos estás seguro de que la policía te hizo eso?

    —Sí Anahí, la policía me hizo eso. Y me amenazaron con hacerme NN.

    —Nino no te rías, porque es serio esto. ¿Por qué la policía te quiere hacer eso?

    —Porque dicen que yo molesto por todos lados, Anahí.

    Los meses finales de la vida de Nino estuvieron signados por la persecución y el miedo. Le dijo a varias personas que la Policía se la tenía jurada, pero nadie le creyó que podía terminar como terminó. El 14 de agosto de 2015, a la noche, la Policía lo fue a buscar a la casa de Juan y se lo llevó. Así concluye Juan su relato: “Yo le dije al policía, que estaba con una Itaka, ‘No le vayan a hacer nada’. ‘No, quedate tranquilo, él va a quedar esta noche en la comisaría nomás, mañana ya va a andar’. Ellos suben al patrullero, yo voy hasta el portón y me quedo parado observando para ver hacia donde agarraban. Y no fueron en dirección a la comisaría. Me da mucha impotencia saber que no pude hacer nada esa noche. Es una tristeza muy grande. No hay corrector ni goma que la borre. Yo lo extraño mucho, muchísimo. Tengo dos seres queridos en el cementerio que voy a visitar siempre: mi papá y él. Y da mucha impotencia ir a visitar a tu amigo al cementerio y no saber el puto día en que falleció.

    Informe: Bautista Veaute, Mauricio Centurión, Octavio Gallo y Carlos Gómez

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