¿Qué pasa en Playa Norte? II

La erradicación de los vecinos de Playa Norte y Bajo Judiciales no es una cuestión nueva.

En 2008, el primer año en que Pausa salió a la calle, cubrimos con una nota de tapa esta situación. Más que por mostrar lo hecho desde el periódico, la nota refleja cómo la acción sobre los dos barrios se fue realizando de a cuentagotas.
Cabe destacar que para esa altura todavía no se había presentado el Plan de Ordenamiento Urbano, que pueden encontrar reseñado en esta nota de El Litoral del 28 de abril de 2010 o, más atrás, en esta nota del Uno del 30 de marzo de 2009.
Sin embargo, como verán, los pobladores a ser erradicados sabían perfectamente qué era lo que se les venía
En el #26 de Pausa, de noviembre de 2008, publicamos esto
PARIAS DE CIUDAD

Un difuso proyecto turístico-inmobiliario puso de relieve una característica notoria de la ciudad: la división social; en playa norte, de un lado de calle Riobamba, los vecinos temen perder sus casas; enfrente se levantan mansiones. Viven en la villa y subsisten cirujeando en Guadalupe. Pero los quieren desalojar para ampliar la Costanera hacia el norte. La ONG Manzanas Solidarias salió a defenderlos; en nombre de la seguridad, la Vecinal Guadalupe Noreste pide que se ejecute el proyecto.


Por Ezequiel Nieva
Una línea de cal que borró la lluvia de octubre como signo de una realidad que, lejos de ser invisible, cada vez es más difícil de ocultar: la división social. Calle Riobamba, en el noreste de la ciudad –el barrio conocido como Playa Norte–, es una marca. A uno y otro lado del pavimento dos mundos casi opuestos conviven, aunque con muy distintos porvenires a la vista: una villa que subsiste de la basura de barrio Guadalupe y un conjunto nuevo de casonas, al norte del camping de Luz y Fuerza, cuya característica más saliente es la privilegiada vista a la laguna.
Las casas nuevas tienen –aunque no formalmente– playa propia: una suerte de extensión del relleno de arena que se hizo como parte de los trabajos de la proyectada Playa Grande y que abarca un trecho que, trasladado a nivel calle, comienza en French (8300), pasa por Luz y Fuerza y termina a la altura del 8700. Son cuatro cuadras de arena en donde los fines de semana, al sol de la tarde y a un lado de la ancha laguna, algunos jóvenes de Guadalupe juegan carreras en sus cuatriciclos.
Calle French, en esa zona del este, es el –también formal, ya que no en los hechos– fin de la ciudad. De ahí hacia el norte, las viviendas que se levantan no figuran en el mapa oficial y la propiedad de las tierras está en una nebulosa legal. La reconstrucción histórica podría llevar largos párrafos; se puede abreviar señalando que fueron de la familia Funes y que, al morir Funes padre, quedaron en manos de sus cuatro hijos; la deuda acumulada en décadas de impuestos impagos hizo que pasaran al ejido de la Municipalidad. Entre tanto, en una vasta zona de esos terrenos –no sobre la costa, donde ahora están las casonas que fueron levantadas a una altura prudente, sino más hacia el oeste– familias provenientes de otros sectores de la ciudad comenzaron a asentarse.
En las últimas tres décadas conformaron casi un barrio. Unas 300 casas si se tienen en cuenta los ranchos más alejados, que de momento no corren el mismo riesgo de ser erradicados que los vecinos ubicados sobre calle Riobamba: 120 familias –unas 450 personas– según un censo de hace dos años hecho por los propios vecinos. La zona quedó demarcada a mediados del mes pasado por una gruesa línea de cal, como de cancha de fútbol, que señalaba de qué lado se irían a erradicar –en una primera etapa– las viviendas. Al este de la cal, 17 casas (la cuadra completa de Riobamba al 8600) habían quedado sentenciadas.
En la movida, una casa en construcción fue tumbada “sin previo aviso y con una impresionante custodia policial”, según advirtieron en ese momento desde la ONG Manzanas Solidarias. La embestida disparó la reacción de los vecinos y la topadora no volvió a aparecer por el barrio. Recién entonces un funcionario de la Municipalidad se acercó a dar explicaciones: se trata de un proyecto, archivado años anteriores, que ahora cobra nuevo impulso dentro del Plan Urbano de la ciudad: el ensanche de Riobamba y su posterior continuación hacia el sur para empalmar con la Costanera y así extender el tradicional paseo santafesino un kilómetro más hacia el norte. Hasta Playa Norte. (Como inmediatos beneficiarios de la iniciativa aparecen los inversores que proyectan convertir la zona en un centro turístico –una suerte de country con muelles y embarcaderos para yates–, tema que excede largamente el objetivo y el espacio de este informe).

Después de la topadora, en calle Riobamba

La reunión del miércoles 15 de octubre, que se desarrolló en la sede de Manzanas Solidarias (también sobre Riobamba, aunque al sur de French: la calle que opera de límite de la primera etapa del ensanche), no conformó a los vecinos de la parte pobre de Playa Norte. Ellos querían que los representantes de la Municipalidad explicaran el significado de la línea de cal y los motivos de la demolición de la casa en construcción, temerosos de que sus propias casas –precarias todas ella, las de chapa, las de barro y aún las de material– corrieran la misma suerte.
Jorge Rico, coordinador del Distrito Este, replicó que la traza señalada responde a un proyecto de ensanchar calle Riobamba 32 metros hacia el oeste para mejorar el acceso a la playa –desde la Vecinal de Guadalupe Noreste, que apoya el proyecto municipal y alienta los futuros emprendimientos privados, aportaron un detalle: la traza sería sinuosa y no recta, siguiendo de algún modo la línea de la Costanera. Eso permitiría, les dijo Rico a los vecinos, potenciar “el aspecto turístico” de la zona. “Un proyecto que no es compatible con la existencia del barrio pobre”, calificaron desde Manzanas Solidarias.
En cambio, el representante municipal no dio respuestas sobre el otro motivo de la reunión: la demolición de la casa en construcción. “Se mostró sorprendido; dijo desconocer de dónde había provenido la orden”, dijeron desde la ONG. Las familias que estaban presentes le recordaron que ellos viven en el lugar hace más de 25 años –un plazo que, según cómo se interprete la ley vigente, les permitiría poder acceder a la propiedad de las tierras–, que llegaron ahí corridos por la miseria, que el trabajo de cirujeo que realiza la mayoría es lo único que pueden hacer para sobrevivir, que fueron levantando sus viviendas con mucho sacrificio y que si su condición de pobres no es compatible con un lugar turístico al menos merecen un lugar digno para vivir.
También le recordaron a Rico “las promesas” del secretario de Desarrollo Social, Alejandro Boscarol, del coordinador de distrito, Darío Gatarelli, y de otros funcionarios, efectuadas en una reunión anterior: que “ningún vecino de Playa Norte sería movido hasta que exista una alternativa de vivienda digna, definitiva y dentro del radio de Guadalupe”. El funcionario se comprometió entonces a permitir que el vecino damnificado reconstruya su vivienda con ayuda oficial (para los materiales), a investigar el origen de la orden de demolición y a mantener una mejor comunicación con los vecinos. Pero faltó al segundo encuentro previsto con los vecinos –el 28 de octubre último– anunciando que pasarían casa por casa a aclarar las dudas que pudiesen existir. Que no son pocas.
NADIE SABE DÓNDE. En el lado pobre de Playa Norte opinan que, en el mejor de los casos, si sus terrenos han de convertirse en la continuación de la Costanera, los de enfrente deberían ser solo playa y no casas con playa privada. Dicen que de haber prosperado el faraónico proyecto de Playa Grande –una extensión de 4,2 kilómetros de arena que iba a extraerse de los yacimientos cercanos a la orilla, idea de la gestión Balbarrey demorada porque, entre otros puntos, no se previó cómo contener la arena ni su limpieza– todos, de ambos lados de Riobamba, deberían ser erradicados. “No solamente los negros de este lado”, como graficó un vecino.

Al oeste de Riobamba, zona históricamente inundable por ser muy baja –como la cava que rodea la villa–, los terrenos se fueron rellenando en una tarea que insumió varios lustros. “Gracias a nuestro esfuerzo”, relató una vecina, “se rellenaron con arena, con tierra, con basura. Fue un esfuerzo nuestro, no de la Municipalidad”.
De esa tierra que consideran propia, asegura, los quieren erradicar. Hay distintas versiones acerca del lugar adonde los llevarían: detrás del Regimiento GADA, cerca del Mercado de Abasto, barrio La Loma (la nueva ubicación del relleno sanitario), detrás de la Granja La Esmeralda y hasta en la cava que hay detrás de la villa, para lo cual otra vez deberían volver a rellenar la tierra. Otras versiones circulan en el barrio: por ejemplo, que la Municipalidad va a proveer a los vecinos de los materiales para que construyan sus nuevas casas. “Pero ¿dónde?”, se preguntan. “¿Para qué viene la gente de la Municipalidad a hacernos la cabeza diciéndonos que nos van a ayudar con los materiales si después pasan tres, cuatro, cinco años y es siempre la misma historia?”.
UNA LARGA HISTORIA. El 16 de junio de 2005, a poco más de un mes de las primeras elecciones internas obligatorias tras la caída de la Ley de Lemas –previas a la renovación que se dio a fines de ese año con el triunfo de la lista de Jorge Henn, entonces oposición, sobre el oficialista Rubén Meahuod, luego presidente del cuerpo y ahora opositor–, el Concejo sancionó la ordenanza Nº 11.197, que establece continuar la avenida Almirante Brown (vulgo: Costanera) por calle Italia primero y Riobamba después y “la conformación de un parque lineal paralelo en un ancho total de 60 metros”. De esos 60 metros, 32 están en juego. Y ahí, en la cuadra del 8600, 17 casas permanecen sostenidas por la incertidumbre.
La ordenanza aún no fue cumplida. A fines de 2006, un año y medio después de la sanción, dos representantes de la Vecinal de Guadalupe Noreste hicieron una encendida defensa del proyecto. “Nos daría más seguridad si a esa gente se la reubica”, dijeron en una entrevista publicada en El Litoral el 29 de octubre de 2006.
Molestos porque las obras no habían sido contempladas en el presupuesto de ese año, Eduardo Man y Oscar Roa –presidente y tesorero de la Vecinal, respectivamente– hablaron de la importancia que sufrían por no poder corregir “la discontinuidad que presenta la avenida Costanera, que comienza en el Puente Colgante y finaliza en el monumento al general Artigas”, deseosos de que ese final abrupto y en rotonda pudiera extenderse hacia el norte y así “jerarquizar” la zona.
“Una ordenanza es un documento público que obra como mandato para los funcionarios”, le dijeron a las autoridades municipales de entonces. “La ciudad contaría con una infraestructura costera que trascendería los límites de la misma, convirtiéndola en un polo de atracción turística con las consecuentes ventajas económicas inherentes a ello”. El presidente de la Vecinal explicó que acompañan la iniciativa porque “le va a dar un empuje muy grande a toda la zona de Guadalupe y revalorizaría un área que hoy no es explotada en toda su potencialidad”.
El tesorero agregó que, más allá de calle Javier de la Rosa, la ciudad se encuentra “postergada”. “Es una de las zonas más lindas de la Capital, motivo por el cual exigimos al gobernador y al intendente que esta ordenanza sea cumplida. Estamos postergados; hace poco tiempo logramos tener una iluminación que, aunque buena, es precaria; no tenemos asfalto, no nos cortan los yuyos y hay basurales”, ilustró. Ni Obeid ni Balbarrey, huelga recordarlo, atendieron la exigencia, que hubiera derivado en la erradicación de media villa: incluidos los basurales de los que habló Roa y que constituyen el único modo de subsistencia de buena parte de sus vecinos del oeste.
En esa entrevista, los dos representantes de la Vecinal de Guadalupe Noreste hicieron hincapié en el hecho de que, de concretarse el proyecto, “se erradicaría el asentamiento de esa villa que se encuentra frente a Luz y Fuerza”. “Con ello se lograría hacer realidad un reclamo de mucho tiempo atrás. Nos daría más seguridad si a esa gente se la reubica”, dijeron. Según Man y Roa, Balbarrey estaba en sintonía con la iniciativa, aunque se excusaba en la falta de recursos. “La intención política es que se haga”, reconoció entonces el presidente de la Vecinal, que también acudió, por carta, al senador nacional Carlos Reutemann –un vecino ilustre de la zona, aunque en esa época ya estaba radicado en Buenos Aires y con pocas perspectivas de poder vivir de nuevo en Guadalupe.
Ante Reutemann, Obeid y Balbarrey pidieron los vecinalistas, pero los fondos para la obra nunca aparecieron. Ahora, a casi un año del recambio de autoridades, el proyecto parece tomar nuevo impulso. Y, por tanto, genera también resistencias y rechazos.

La tapa de noviembre de 2008

¿PARA QUÉ? La primera reacción ante el avance de la Vecinal provino de Manzanas Solidarias, una ONG que surgió con la crisis de 2001 y cuya política de trabajo social pasa por favorecer la autogestión y la toma de decisiones por parte de los ciudadanos. “La crisis llevó a muchas familias a sufrir una de las consecuencias máximas de la pobreza y la exclusión: comer de la basura. Sabíamos que desde hacía tiempo, mucha gente en nuestro país comía de lo que se tiraba. Cuando vimos en las calles de nuestro barrio a madres jovencitas, vecinas de las zonas más pobres que circundan a Guadalupe, alimentando a sus hijos de lo que rescataban de las bolsas, podíamos mirar para otro lado o podíamos hacer algo. Y decidimos tratar de hacer algo”, narran los responsables de la asociación.
Desde el principio, la ONG se organizó –con voluntarios que se hacían cargo de una manzana– para recabar las necesidades inmediatas de todos los vecinos. De esa forma, elaboraron un completo sistema de datos que hicieron circular entre la gente, a la vez que explicaban su propuesta. La idea era coordinar tareas para almacenar todo aquello que unos vecinos pudiesen necesitar y otros aportar: comida, ropa, calzado... “Esto generó entre la familia necesitada y la de clase media una relación especial, de afectos y aprendizajes: una que sintió no estar sola en medio del dolor y otra que aprendió cómo se vive en la pobreza y las actitudes heroicas de quienes sobreviven con dignidad a pesar de las injusticias con las que ya nacieron”, agregan. Llegaron a contar más de 60 manzanas organizadas con este sistema y hoy la ONG ocupa una casa en la que se dictan talleres recreativos y se brinda apoyo escolar a los chicos del barrio.
Alarmados ante el regocijo de la Vecinal de ver cumplido el viejo anhelo de “erradicar la villa”, la gente de Manzanas Solidarias buscó el apoyo de los concejales de la oposición –mantuvieron reuniones con Henn y con Marta Fassino– y luego dirigieron una nota al entonces titular del cuerpo deliberativo: Rubén Mehauod. “No sabemos si algún concejal se ha preocupado por ver qué significaba el ensanche de Riobamaba: la erradicación de familias pobres, muchísimas que viven en Playa Norte. Nadie habló de propuestas de viviendas dignas para ellos. En la ordenanza ni siquiera se hace una mínima alusión a su existencia... ¿Nadie los vio?”, se preguntaban.
“Y en un plano técnico, no se entiende de qué sirve el alargue. No lleva a ninguna parte; se topa con un bañado que está muchos metros por debajo del nivel de la calle. Para continuar hacia el norte se debería invertir muchísimo dinero, ¿y para qué? Si la comunicación con las localidades del norte está garantizada a pocas cuadras, por la avenida General Paz. Para nosotros es evidente la intención de sacar a los pobres de esa zona, después de haberla demonizado, de haber logrado que se bajen los precios, de que las inmobiliarias y las empresas hagan sus negociados”.
La carta de Manzanas Solidarias es de la época en que se estaban construyendo las casas frente a la villa. “Si no tuvieran garantías de que esa gente fea se va a ir, no invertirían”, remarcaron. “Lo que estamos pidiendo a los concejales es que, ya que nadie se opuso a la ordenanza, prevean propuestas dignas para todas estas familias: viviendas, trabajo, ya que en su mayoría viven de lo que tiran los vecinos de Guadalupe. Hace un tiempo que conocemos la existencia de esta ordenanza, pero el hecho de que la Vecinal Noreste esté presionando en los medios de comunicación para que se ejecute nos hace poner en movimiento para que no se comentan más injusticias”.
SIN PLAN B. Poco después, el 21 de diciembre de 2006, el Concejo se hizo eco del pedido de Manzanas Solidarias. Un pedido de informes sancionado en la sesión de ese día exigía que el Ejecutivo municipal revelara en qué estado se encontraban las obras previstas por la ordenanza Nº 11.197, si se estaban evaluando “los estudios realizados por instituciones intermedias de barrio Guadalupe” y si se tenía previsto algún plan tendiente a “la reubicación de las familias que se encuentran viviendo del lado oeste de calle Riobamba, a la altura del 8500 al norte”.
Como ocurrió a lo largo de toda su gestión, el intendente Martín Balbarrey no hizo ni lo uno ni lo otro: ni contestó el pedido de informes, ni evaluó las alternativas posibles... sencillamente porque la obra seguía parada.
Y en ese estado de inercia siguieron las cosas –las casonas multiplicándose de un lado de Riobamba, los minibasurales del otro– hasta que una línea de cal y una topadora sacudieron de la modorra a los vecinos de Playa Norte.
HABLAN LOS VECINOS. “Antes no teníamos problemas, hasta hace tres años, cuando compraron los terrenos de Riobamba al 8600. Los que compraron dicen que la gente de enfrente somos negros de mierda, por eso nos quieren sacar a nosotros. Acá la gente vive en chapas, en barro, y recién ahora la Municipalidad vino a prometer que vamos a tener una casa de material. Pero eso no existe”, dijo Horacio, un ayudante de albañil de 36 años –de los cuales los últimos 32 años los pasó en el barrio.
Lidia –40 años, 36 en Playa Norte– agregó: “Nosotros estamos cómodos acá. Hace más de 30 años que estamos viviendo. Y tantas veces se habló de que nos iban a sacar. Nosotros fuimos a reuniones en la Municipalidad, a mitad del año pasado, y nos iban a dar una parte de los terrenos como propiedad nuestra, pero después no sé qué negocio hicieron y ahora es otro planteo. Vinieron, marcaron una línea y dijeron: de acá para adelante, la gente tiene que salir”.
–¿Qué explicación les dieron?
–Que están haciendo el reordenamiento de la Costanera, la vista panorámica... pero quieren tapar la villa.
–Nos tienen amenazados de que nos van a pasar la topadora con chicos y todo –completó Horacio.
–Hay un proyecto –retomó Lidia– de que unos inversores van a hacer la calle y con la plata que ellos van a poner (la Municipalidad) nos va a comprar los terrenos de El Gada para hacernos la casa, porque no tienen fondos. Pero yo pregunto: si la Municipalidad no tiene fondos, ¿de qué proyecto están hablando?
–De un proyecto privado...
–Sí, pero viste como está la Bolsa y todo lo demás. ¿Y si se va al carajo? Está todo en un pantano...
Verónica tiene 28 años y es “nueva” en la zona: hace apenas siete años que llegó. “Me cayó bastante mal esta novedad, porque me afecta: la línea de cal cruza mi casa. Yo había comprado una pieza con un baño, después seguí edificando y ahora resulta que me van a sacar la mitad de la casa. Y no sé para dónde arrancar, porque nadie nos da una solución y mientras tanto la avenida Costanera sigue”, relató.
La casa de Verónica, hoy, tiene dos habitaciones, un baño, un patio y los cimientos para una tercera habitación. La línea de cal pasa por encima de los cimientos y de una de las habitaciones. “Me quedaría una pieza y un baño, nuevamente: como cuando compré. Y si quieren hacer la vereda, me quedo sin nada: sin casa, ni patio, ni nada. Nos quedamos totalmente desorientados con esto de la línea (de cal). No sabemos qué hacer; yo tengo dos criaturas y no sé si voy a poder seguir edificando. Todo el esfuerzo que hice para comprar mi casa hoy no sirve de nada”.
Verónica fue una de las que participó de la reunión con los funcionarios municipales. “Dicen que tienen planeado darnos una casa, pero hay gente que no va a poder pagarla. Porque a la casa hay que pagarla mensualmente. Acá por lo menos la gente tiene dónde salir a cirujear; es un sustento. Hay muchísima gente que no trabaja. Y la mayoría son chicos”.
–Ustedes dicen que hay otras prioridades antes que agrandar la Costanera...
–Exactamente. Hay muchos chicos que se están muriendo de hambre. Hay muchos comedores para abrir, muchas escuelas para limpiar: muchas cosas para hacer antes que la Costanera. Gente viviendo en las plazas, chicos enfermos en el hospital que no tienen lo que necesitan; no hay medicamentos en los dispensarios, no hay leche, ¿y se van a preocupar por una avenida Costanera? Que se preocupen por otras cosas.
UNA COPA QUE NO SE DERRAMA NUNCA. “Lo importante es la ideología que subyace, opinó Liliana Berraz, presidenta de la ONG Manzanas Solidarias. “La falta de solidaridad, los derechos vulnerados, la xenofobia detrás del chivo expiatorio de la seguridad”, enumeró. Para la dirigente social, que además es docente en una de las escuelas cercanas a Playa Norte, el conflicto por los terrenos es una repetición de una teoría en boga en los 90: la de la copa que, cuando se derrama, beneficia a todos. “Traducido”, continuó, “significa que cuando Playa Norte se transforme en un country los pobres van a tener trabajo de pintores de yates o carpinteros”. En particular, Berraz se manifestó defraudada por las autoridades municipales: “Es demasiado contradictorio su discurso de cuando eran candidatos (hablaban de inclusión) con este tipo de proyectos”.

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