Los tres años de Pausa

 
Las siguientes reflexiones auto-referenciales son, en realidad, fragmentos de los (pocos) textos que publicamos a manera de editorial en los tres años que pasaron desde la aparición de Pausa. Los compartimos con ustedes, una vez más, porque reflejan el espíritu con que forjamos el periódico. Y permiten actualizar o arrojar algo de luz sobre el debate actual acerca de la comunicación. Es una posición, nuestra posición, ni mejor ni peor que otras. Celebramos esa pluralidad y por eso aportamos nuestra voz:
Número a número intentamos recuperar aquel viejo concepto del interés general, cuyo primer –y quizá más importante rasgo– es que supone lo opuesto del interés particular, mezquino, individualista.
La mera existencia de Pausa es, a menudo, motivo suficiente para que recibamos inflamadas felicitaciones. No hay queja ni ingratitud: las tomamos como un reconocimiento al esfuerzo que hacemos por sostener con profesionalismo cada centímetro cuadrado del periódico. Las tomamos como una caricia, no como la supuesta postura de un lector acerca del estado actual de los medios. Los supuestos y el periodismo no se llevan bien; no queremos que se lleven bien. Nos gustan los hechos, los datos. Por eso tampoco nos llama la atención ese hecho –el elogio– si analizamos el contexto: es una celebración de la pluralidad. Y no mucho más.
Aprendimos en las aulas y en la práctica del oficio que la realidad sólo puede abordarse luego de un recorte previo. Desde esa premisa tratamos de pensar el periódico en general y también las notas. Internet y el formateado de diseño que hoy caracteriza a los medios gráficos nos tientan con la idea de que “todo lo que pasa” puede ser reflejado en un solo lugar; nosotros elegimos desistir de esa utopía y nos contentamos si alguna vez, al menos, rozamos la profundidad, que es uno de los objetivos de largo plazo que nos hemos planteado.
Pausa se ha dedicado a reflejar, entre otras cosas, algunas de las voces que los medios masivos eligen dejar de lado en su carrera por la primicia. En muchos casos, son voces que cuestionan las supuestas verdades que se nos presentan indiscutibles. Pasaron por estas páginas opiniones que son valiosas sobre todo porque desafinan del concierto monótono que se escucha en los medios: Abraham Gak y Máximo Sozzo, Luciano Alonso, Oscar Vallejos y Alejandro Horowicz, Mary Hechim y nuestro Juan Pascual.
También reflejamos datos que discuten las opiniones disfrazadas de verdades absolutas. Así los informes sobre las alternativas al modelo productivo vigente o aquellos textos pensados desde una mirada ecológica. O las notas de opinión, que acompañamos con datos puros escarbados y exhumados de las profundidades de “la realidad”. La elección de ese estilo –que demarca con claridad cuándo opinamos y cuándo informamos– creemos que es una de las características que más valoran nuestros lectores.
Por eso no rehusamos tratar los temas instalados en la agenda de los medios masivos; pensamos que siempre existe la posibilidad de aportar nuevas miradas sobre los viejos problemas. La inflación, los proyectos de desarrollo urbano y sus contradicciones, la salud, la política, la economía, los cambios y las reacciones, siempre tuvieron lugar en nuestras páginas.
Hacer periodismo independiente resulta caro porque supone, por un lado, el rechazo de todo tipo de prebenda y, por el otro, la necesidad permanente de solventar los costos de funcionamiento y de capacitación (que bien vista no es un costo sino una inversión).
Hace algunos años (no tenemos a mano el dato, y poco importa), el responsable de un periódico estadounidense dijo en una charla para periodistas (fue en Rosario) que la credibilidad vende. “La credibilidad también es un buen negocio”, fueron sus palabras. Es cierto: por ese camino todo se hace más difícil, más largo... pero igual lo vamos a seguir eligiendo, una, dos y mil veces.
Porque, hay que decirlo, no hay mayor placer que acostarse cada noche con la conciencia tranquila y con la certeza de que no estamos vendiendo basura.
La palabra impresa tiene un valor superior al de la palabra dicha: es inalterable. Esta circunstancia nos pone ante la feliz obligación de pensar mucho antes de escribir porque, obviamente, a ninguno de nosotros nos gustaría toparnos en el futuro con una nota vieja y tener que decir:
–¡Qué porquería! ¡Cómo puede ser que haya escrito esto!
Nos mueve eso: el impulso de dejar un testimonio de la época.
¿Por qué un nuevo periódico? ¿Por qué así, por qué ahora? Para esas preguntas, formuladas hace más de tres años, no hubo –ni hay– una única respuesta. Pausa surgió como una necesidad y como tal se nos impuso. Hay un diagnóstico en el que coincidimos los que hacemos este periódico: el vértigo, la inmediatez, las urgencias del día a día socavan nuestra capacidad de análisis y atentan contra la profundidad.
Bajar un cambio, parar la pelota, hacer una pausa: hay innumerables figuras del lenguaje que definen el estilo y las búsquedas de este periódico. La elección de la palabra necesidad no es inocente: eso es lo que Pausa representa para nosotros como profesionales, pero también define el contexto en el que elegimos forjar el proyecto y sacarlo adelante. Este periódico surgió como una necesidad; ahora es una feliz realidad. Pero a la par de esa necesidad íntima, individual y profesional, Pausa también se erige como la respuesta a una necesidad colectiva: un pedido que nunca fue formulado en términos concretos, pero que se puede percibir con solo salir a la vereda. La locura, la velocidad, la gente que habla y no dice nada, los diálogos de sordos y la dificultad de escuchar con atención al otro constituyen el panorama habitual de esta época.
En paralelo, ese vértigo se fue colando en los medios de prensa y día a día somos testigos de cómo se multiplican casi hasta el infinito las noticias y las urgencias. Pero, ¿qué hay detrás de ese afán de decir todo antes, todo más rápido? A menudo, cada vez más a menudo, nos preguntamos nosotros mismos –trabajadores de prensa– por la parte de responsabilidad que nos cabe, que no es poca, en este contexto de sobreabundancia de la información.
Taladrar, machacar, repetir una y mil veces lo mismo, tratar de abarcar el todo sin detenernos en cada una de las partes, ¿no es acaso una forma de desinformar?
En la jerga periodística se habla de pegar cuando se hace una crítica y el verbo trepa a matar cuando esa crítica es más dura de lo habitual. Este periódico no pega, ni mata: sólo pone al alcance del lector algunas informaciones que, pensamos, pueden ser de interés público. Los espacios de opinión (y esto ya lo habrás advertido) están debidamente señalados. Este periódico no busca pensar por el lector; busca algo mucho más modesto o complejo, según como se lo mire: ayudar a que cada uno piense por su propia cuenta.
En la jerga también se habla de amigos y enemigos, para referir simpatías políticas o compromisos en los que se mezclan (para desventura de los lectores) la opinión editorial y los modos en que el medio financia su actividad. Puesta la cosa en esos términos, hemos que decir que este periódico no tiene amigos ni enemigos. Es un medio de comunicación. Ni más ni menos. Todas las personas, los grupos sociales, los sectores políticos son a la vez objeto y fuente de la información. La relación vamos a mantener con ellos será siempre de distancia profesional.
A menudo los periodistas creemos que nuestro trabajo acaba cuando ponemos el punto final y enviamos la página a imprenta. Pero lo cierto es que el círculo recién se cierra una vez que los textos dejan ser tales y se convierten en una excusa para el diálogo y para la elaboración de nuevos textos. Leer, escribir, ser leídos y ser escritos: ahí la verdadera comunicación.
El rol del periodismo –y por lo tanto de los periodistas– fue debatido en los últimos años por la opinión pública, con tanto fervor como, a veces, reduccionismos. El contexto apuró el debate. La trabada aplicación de la ley de medios audiovisuales, que recorta privilegios de empresas concentradas, y la difusión de la investigación estatal sobre Papel Prensa, junto al proyecto de un marco regulatorio para unificar el precio del insumo, fueron el trasfondo.
Los medios tradicionales declararon la guerra abierta al gobierno; los más vinculados a la gestión K, como los dirigidos por Sergio Spolski o Diego Gvirtz, aceptaron el duelo. Así apareció la figura del periodista militante, utilizada con sagacidad para cuestionar al resto de la prensa, que según ese reduccionismo representa el conservadurismo y la defensa de los viejos privilegios. La trampa está en el lugar que definió la división de aguas: el apoyo a la actual gestión como requisito para no ser catalogado como descomprometido o, lo que es más duro aún, alienado; comprometido, sí, pero con los intereses del patrón.
La militancia, debería estar claro, es mucho más que un oficialismo. Desde Pausa preferimos pensar que el límite está en el profesionalismo y la honestidad con que desarrollamos el oficio. ¿Compromiso? Sí: con una serie de valores y una ética del oficio que va más allá de una gestión, de la transitoria administración del Estado. Compromiso con la democracia, la vigencia de los derechos humanos, la memoria y la equidad. Las personas pueden virar en sus posiciones; para aquellos que en forma acrítica los apoyaron eso pega como piña de knock-out: los deja perdidos, atontados.
Nosotros apenas queremos contribuir a la reflexión y a la memoria. Nada más.

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