A fuego lento


Ocupaciones y arengas sindicales, tras 20 años de caída de la clase media en Estados Unidos.

Por Juan Pascual
Coloreados por los medios de comunicación y las redes sociales digitales, las ocupaciones que se suceden por cientos en todas las capitales (y varias ciudades menores) de Estados Unidos han logrado, al menos, presencia pública. Algunas consignas se han popularizado, tanto como ciertas imágenes pobladas de carpas de camping, jóvenes diversos y policías levantándolos para apresarlos. Con su nodo en la ocupación de Wall Street, el último 17 de noviembre los manifestantes lograron bloquear todas las entradas a la Bolsa, en una acción combinada de los sectores que tomaron como denominación común “el 99%”, en oposición al 1% más rico y que menos impuestos paga. El festejo –se cumplían 2 meses de la ocupación, cuya sede principal es el Parque Zuccotti, rebautizado de la Libertad– culminó con 240 detenidos (2 de ellos concejales en Nueva York), 17 heridos y un blackout informativo que contempló cierre del espacio aéreo, agentes que frenaron el paso a los periodistas y camiones policiales en las calles de acceso al parque. Poco se pudo ver del desalojo del luego y, luego, de su particular nueva ocupación: lo llenaron de policías de a pie. No fue el único caso: por ejemplo, el viernes 18 la policía irrumpió en el campus de la Universidad de California y se dedicó a rociar con gas pimienta a los estudiantes que hacían un acampe y sentada.
Sin embargo, no se trata de una agitación estudiantil más, como a veces se representa en textos e imágenes de difusión masiva. Y no solamente las fuerzas represivas tomaron nota (4.542 personas fueron detenidas en todo el proceso de protesta). Desde el surgimiento de las ocupaciones, otros sectores organizados están participando y aportando lo suyo: desde movimientos sociales con demandas particulares, artistas o veteranos de guerra hasta varias de las más tradicionales e históricas estructuras sindicales norteamericanas. La movida es inseparable de la feroz debacle –hasta simbólica– que significó la última crisis de la deuda norteamericana. Los anquilosados engranajes del Congreso y la trifulca partidaria dejaron al Estado al borde de un default. Hubo amenazas –varias veces vueltas realidad– de serios ajustes y despidos del Estado. Desde la caída de Lehmann Brothers y la explosión de la burbuja inmobiliaria, Estados Unidos prácticamente no pudo avanzar ni un paso en la recuperación del empleo o, siquiera, el crecimiento.
Sin embargo, se trata de una etapa más –de una profundidad y una dificultad inéditas, claro está– del declive de una fiesta tóxicofinanciera, con decadencia productiva e industrial y endeudamiento de larga data. Con un relevo en las 117 áreas urbanas más grandes, la Universidad de Stanford lo puso en números simples: para 2007 (último año relevado) un 44% de las familias norteamericanas eran de clase media, contra el 65% de 1970. A su vez y en el mismo lapso, los hogares con bajos ingresos aumentaron del 15% hasta representar un tercio del total. El trabajo industrial –empleo característico del otrora middle american– no ofrece ni la misma cantidad de puestos ni el mismo nivel de ingresos.
En el foco del estudio están también los procesos de segregación urbana, más conocidos como gentrificación. Las ciudades norteamericanas sufren de una segmentación territorial radical entre zonas según la clase social, aislándose los mejores lugares –el mejor ambiente, los mejores servicios, la mejor infraestructura– y degradándose las barriadas. Sean Reardon, uno de los autores del estudio, apuntó a los efectos de largo plazo: “El aislamiento de los ricos significa menos interacción con las personas de otros grupos de ingreso, un gran riesgo respecto de su consideración por las políticas y los emprendimientos que beneficien a lo público en un sentido más amplio, como escuelas, parques y sistemas de transporte público” señaló, en referencia a cómo los tajos de desigualdad urbana son también barreras que surcan con el tono de la indiferencia y la negación a la comunidad y la cosa pública.
Así, eso que luce como una banda de desgreñados más o menos revoltosos en el centro financiero del mundo tiene un anclaje bien duro en la historia reciente –en los trayectos de vida personales de los últimos 20 años– de los estadounidenses. Están ocupando una plaza que se encuentra a una cuadra de la Reserva Federal y a dos de la Bolsa de Valores más importante del mundo. No en vano Clark Lytle Geduldig & Cranford, un poderoso lobby de las finanzas con sede en Washigton, salió a ofrecerle a la Asociación de Banqueros Americana un plan para hacer una investigación sobre Occupy Wall Street, cuyo objetivo (que se extiende también a las figuras políticas afines) es la construcción de “narrativas negativas” sobre el movimiento. El plan, firmado por ex asesores del actual presidente de la Cámara de Representantes (sería la de diputados), el republicano John Boehner (tercero en la sucesión presidencial), se propone averiguar “quién financia y cuáles son sus motivaciones ocultas. Si podemos mostrar que tienen las mismas motivaciones cínicas que un oponente político se podría minar la credibilidad de manera profunda”. Y, si bien advierten que no sería ideal para Wall Street una reelección demócrata, también señalan que esa no debería ser la principal inquietud de los banqueros: “La mayor preocupación debería ser que los republicanos no defiendan más a las compañías de Wall Street”. Por ello, a esos gigantes financieros le señalan el camino más efectivo, la amenaza: “Un gran desafío es demostrar que esas compañías todavía tienen fuerza política y que hacer de ellas un blanco de ataque acarrearía un severo costo político”.
Estudiantes de California son rociados con gas pimienta
Las requisitorias también son potentes desde el otro lado. El líder de los camioneros, en el acto del Día del Trabajo norteamericano (el primer lunes de septiembre, el 5 en 2011), no sólo le abrió lugar a Obama para que hable en el acto, sino que le tiró una gran carga antes de su alocución y apuntó directamente al Tea Party, la popular caterva de derechistas, homofóbicos y creacionistas, que entienden que un mínimo sistema público de salud es equivalente a la más soviética de las planificaciones stalinistas.
Se trataba del evento central de la AFL-CIO, algo así como la CGT, en las calles de Detroit. El camionero Jimmy Hoffa bramó que “si hay una cosa que nos gusta a los trabajadores es una buena pelea”. “¿Saben qué? Ellos tienen una guerra, una guerra con nosotros, y sólo va a haber un ganador. Serán los trabajadores de Michigan y América. Vamos a ganar esta guerra” espetó en referencia a los obreros del estado más industrial del país y a los partidarios del Tea Party. Al otro día Hoffa matizó levemente su arenga: “Nosotros no empezamos esta guerra, la derecha lo hizo. Mis afirmaciones en el Día del Trabajo hicieron eco de la ira y la frustración de los trabajadores, que están bajo el ataque de políticos financiados por las corporaciones, que quieren destruir a la clase media”.
El discurso de Hoffa no es exactamente el del jefe de la AFL-CIO, el minero Richard Trumka, quien supo dar su apoyo a los ocupantes de Wall Street y proclamarse “orgulloso” de la articulación de los trabajadores con el movimiento. La diferencia está en la adhesión (o no) a Obama para la elección de 2012. Hoffa directamente llamó al voto por los demócratas, Trumka se mostró a favor de fortalecer las demandas propias. “Presidente Obama, esta es su armada”, dijo Hoffa, “Estamos listos para marchar. Echemos a estos hijos de puta”, caracterizó en alusión al Tea Party. Sin embargo, también el mensaje dejó muy en claro la prenda de cambio. “Y, presidente Obama, nosotros queremos una sola cosa: trabajo, trabajo, trabajo, trabajo, trabajo, trabajo, trabajo, trabajo”. Ocho veces repitió el término. Mientras tanto, si bien las solicitudes de subsidios para desempleados bajaron, el desempleo se mantiene clavado en el 9,1%. Son 32 meses continuos con más del 8% de la población sin trabajo remunerado: la marca temporal más larga desde la histórica crisis de 1930.
Publicado en Pausa #87, disponible en los kioscos de Santa Fe o por suscripción

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