Los Odiados (III)

Por el Lic. Ramiro

¿Creyeron que porque se viene el fin del mundo iba a estar más mimoso y querendón? ¿Qué me había olvidado de la cantidad de gente tan o más odiosa que yo? ¡Minga! Acá tienen: una nueva prueba de porqué soy tan quejoso…

Cinepochocleros compulsivos
Odiamos incondicionalmente a esos inadaptados que empiezan a comer desaforadamente pochoclos, caramelos, y cuantas porquerías se les ofrece en el cine. ¿Por qué no comen antes o después de la película? ¿Por qué se tienen que tomar tan literalmente lo de “cine pochoclero”? ¿No se dan cuenta de que el ruido que hacen no es parte de la banda sonora, que molesta más que una canción de Arjona? (Bueh… no tanto). ¿Acaso a uds. les gustaría que caigamos con una bolsa llena de burbujas para reventarlas durante el film? Si total uds. sacian su ansiedad comiendo… ¡¿Por qué nosotros no vamos a poder hacerlo con esto, que encima es muchísimo más divertido?! Mención de honor: los que llegan tarde a la peli por quedarse comprando comida y encima demoran 10 minutos para sentarse… Y siempre, siempre, encuentran un asiento justo delante nuestro. Los detestamos, sépanlo…



Canceladores compulsivos
Odiamos hasta que nos salen llagas en la lengua a aquellos “amigos” que te planifican la salida, te insisten, te piden por favor que te sumes hasta que te convencen y que, una hora antes de la cita, la cancelan porque “se me fueron las ganas”. Sí, a ustedes, entusiasmadotes histéricos, que nos hacen bañar, afeitarnos, perfumarnos, empilcharnos y todas esas repugnantes cosas que nos desagradan y que no nos hacen más lindos pero nos generan la ilusión de ello para después dejarnos con las ganas, los detestamos. Pero lo peor de todo es que como sienten culpa, cinco minutos antes de tener que encontrarnos nos llaman para decirnos que “pero si tenés ganas salimos”, y a uno le dan ganas de comerse la pantufla… Porque sí, a esa hora ya estamos con el pijama puesto, las pantuflas y mirando “una de tiros” porque los sábados a la noche no hay nada bueno en la tele.

Baches humanos
Odiamos hasta tener que emborracharnos al límite de la cirrosis, para olvidarnos que existen, a todos aquellos que se creen dueños absolutos de las veredas angostas y no entienden que si se frenan, o caminan uno al lado del otro, las demás personas que vivimos en el mundo, por más que ustedes no se enteren, no pueden avanzar. ¿Quién se piensan que son? ¿El ombligo pelusiento del mundo? ¿Un oligopolio de la vereda? Bueno, les tengo una noticia: no lo son. Ah, y el resto de las personas que transitamos por la calle no estamos hechos de ectoplasma ni somos hologramas. Entonces, si se paran en el medio de la vereda a charlar, mirar las vidrieras o sacarse la ropa interior de la morada del gusano zanjudo, nosotros no podemos proseguir nuestro camino. A excepción de que se hagan a un lado o, si prefieren, los hagamos a un lado con un bate de baseball, cual Michael Douglas en Un día de furia.

Los intelectualoides
Odiamos hasta sufrir una fuerte erupción de quistes sebáceos a todos los que creen que porque hablan con palabras “poco comunes” y llevan un libro abajo del brazo por la calle (siempre mostrando la tapa) son académicos intelectuales… de izquierda, por supuesto. ¿Quién les dijo que los lentes de marco de pasta, un “Lo saludo cordialmente en este bello día de invierno, extraño por su temperatura primaveral” en vez de un “Hola che, qué calor de mierda, viste”, barba desprolija y tener la frente fruncida los hacía inteligentes? ¡Les mintieron! Por si acaso: ¡Foucault no es sólo postmoderno ni habla únicamente de las relaciones de poder! Que todo sea relativo tampoco es la filosofía postmoderna… ¡está de moda! Y, por cierto, ustedes también cumplen años, ¡y no un nuevo aniversario de su natalicio!

Publicado en PAUSA #95, que te espera en los kioscos de SF

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