Acería: crónica de un abandono

Tras 25 años de decadencia, el Fonavi no aguanta más. Idas y vueltas del anhelo por la casa digna.

Por Juan Pascual

“Todo se hace entre vecinos. Estamos dejados”, dice Fabián. Debe medir como dos metros. Es huesudo y tiene la voz grave. Vive en el monoblock 6 del Fonavi de Acería: un complejo de 372 viviendas, repartidas en un total de 22 edificios, habitado hace 25 años. Fabián camina por uno de los pasillos de su unidad, se detiene y, suavemente, saca un trozo de revoque del dintel. Lo muele con los dedos. Saca otro y repite la operación. Tienen el tamaño de su mano o un poco más. Debajo, los fierros oxidados quedan a la vista. “Cae cada pedazo grande desde arriba que... Te llegan a agarrar y te matan”, explica y luego sale hacia la vereda –mucho pasto y una cuneta irregular con abundantes restos de basura– para apuntar al tanque de agua, en el techo, frágilmente sostenido con vigas de madera. De lejos se ven los parantes de material: los fierros a la vista, el revoque caído, el cemento que se desgrana. Después, se acerca a un chapón apoyado en los yuyos y lo levanta: se ve un agujero con agua sucia. “Las cloacas las destapamos nosotros. La mayoría de las veces hemos estado semanas con las cloacas tapadas. Hasta hicimos un pozo negro”, concluye.
—¿Nunca se les cayó un pibe?
—No, no. Es una chapa gruesa.

El incendio y después
El Fonavi está apenas a siete cuadras al oeste de Blas Parera al 7900. Como corresponde a un barrio desamparado, comienza del otro lado de la vía del tren y sólo tiene un acceso asfaltado (que no es directo) por Canónigo Viñas. El camino rápido corta a Blas Parera al 8300 y es por Berutti. La sinuosa calle es un centro comercial: los locales, uno al lado del otro, ofertan en la vereda sus mercancías y los carteles se agolpan. Cruzando la vía se llega a Cafferata, de tierra, y se hacen dos cuadras al sur. En el recorrido, una enorme araña gris descansa. La estructura de hormigón del nuevo Hospital Iturraspe, el futuro gran nosocomio del noroeste, se encuentra en la primera etapa de construcción, ejecutada en un 93%. Dentro del predio no se ve actividad y son las 10 de la mañana.
En la noche del 22 al 23 de junio, se incendió un departamento del segundo piso del monoblock 7 y Acería volvió a ser tema en los medios. Nadie murió ni resultó herido, pero el fuego se extendió por la estructura y comprometió a todo el edificio, por lo que sus 25 residentes se evacuaron. Desde entonces, algunos viven en casas de sus familiares, otros refugiados en el antiguo campo universitario de Don Bosco y otros se instalaron en las inmediaciones del monoblock, en dos carpas precarias que ofreció Fabián, el vecino del 6 [al momento de esta publicación online, todos estos vecinos están alquilando]. Estos últimos reciben diariamente una provisión de leche, azúcar, pañales y otras mercaderías de primera necesidad, que les acerca la Municipalidad. También, organizan una olla popular que llenan con los alimentos que les donan los vecinos y negocios de la zona.
La Municipalidad dispuso la clausura de los seis departamentos más dañados por el fuego: tapió sus entradas con ladrillo. Y anunció gestiones para identificar terrenos para expropiación, en buen diálogo con el movimiento Los Sin Techo.
Tras una reunión de los afectados con la Dirección Provincial de Vivienda y Urbanismo, el 28 de junio el gobierno comunicó que el monoblock iba a ser demolido, por el riesgo de derrumbe, que se iban a construir nuevas viviendas y que los habitantes recibirían mil pesos mensuales para pagar, mientras tanto, un alquiler. [actualización, aquí]
“Todo está más caro y te piden muchas garantías, muchos recibos de sueldo y Vivienda no se ocupa de eso. Cuando digo que el gobierno va a pagar, las inmobiliarias no quieren saber nada. Piensan que les van a pagar uno o dos meses y nada más. No te quieren agarrar, directamente no te toman”, dice Juan José, un residente del vaciado monoblock 7 que pasa las noches en la vereda. “Casi ni dormimos” continúa, mientras sube la escalera de lo que era su edificio. “A la noche al frío tenés que pasarlo... Y qué vas a dormir, si estamos todo el tiempo pendientes de que no se caiga el tanque”, explica y se detiene: “Este fierro sostiene todo el tanque”, señala en un pasillo del segundo piso, delante de uno de los departamentos tapiados. Un fino cilindro de metal atraviesa el corredor por el centro, del piso al techo, y se pierde arriba.

Papeles en la intemperie
Los departamentos del Fonavi Acería se estrenaron en 1987, pero la enorme mayoría de sus residentes no viven allí desde entonces: las ventas se fueron sucediendo a medida que el hábitat se revelaba como imposible. No hay gas natural, no hay cloaca ni buena agua de red: se contamina en las cañerías del complejo y en sus tanques, que resisten enclenques. La mampostería se cae, hay rajaduras y problemas en el sistema eléctrico, las escaleras son una trampa. Los pozos negros a veces rebalsan y saturan la tierra. “Si vos querés agua limpia tenés que hacerte una perforación. Las cañerías están llenas de barro. La cloaca es una porquería. Los tanques están todos sucios por dentro. Muchos chicos agarran cólicos y enfermedades por el agua. En estos días se enfermaron casi todos y la mayoría faltó a la escuela. Y tampoco podemos nosotros ir a trabajar”, explica Juan José, que reviste como soldado voluntario en
Santo Tomé.

El monoblock 7, que en breve será demolido

“Te cuento cómo hicieron los cimientos”, comienza Ana María Volta, una pequeña señora de 73 años que vive enfrente, en una de las casas construidas por el Banco Hipotecario en 1975. “Todo esto” muestra con su brazo apuntando a los monoblocks “eran árboles grandes, eucaliptos. Los sacaron de raíz y taparon apenas los pozos. No tienen cimientos, le pusieron directamente ladrillo. No tienen terminación de obra. ¿Sabés cómo los adjudicaron? En tiempo de ‘política’. La gente paga por planilla, les llegan los descuentos al sueldo. ¡Pagan la vivienda, pagan los impuestos, pagan todo! Pero no tienen terminación de obra”.
En sendas declaraciones a El Litoral y Uno, la directora provincial de Vivienda y Urbanismo Alicia Pino y el intendente José Corral se refirieron a una ocupación originaria de Acería. Corral afirmó que “ninguna de estas familias es propietaria, porque nunca se finalizó ese complejo. Fue ocupado en gestiones anteriores, cuando hubo problemas entre la empresa constructora y la provincia” y Pino aseveró que “debido al abandono de la obra por parte de la empresa constructora” fueron usurpadas las viviendas. [información agregada después de la edición en papel: en 2003, Acería sufrió la inundación del Salado, como otros  Fonavi de la ciudad. En ese entonces, se cancelaron los saldos deudores para todos los habitantes de los complejos afectados mediante el decreto 971/03]
En vano, durante años los vecinos reclamaron por mantenimiento u otro tipo de solución. Por las quejas, en noviembre de 2010 la Defensoría del Pueblo solicitó formalmente la intervención de la provincia. Y en marzo de 2011, desde Vivienda y Urbanismo se prometió derribar y reconstruir todo el complejo. En agosto del mismo año, notificaron que había un nuevo plan, en igual sentido.
En ese tiempo las torres más deterioradas eran la 20, 21 y 22. Demolición mediante y mientras se desarrollara la reconstrucción, a sus residentes les prometieron un lugar temporario donde vivir: un plan de viviendas en Santa Rita II, donde hoy hay un complejo inconcluso y ocupado desde hace más de tres meses por 180 familias.

Desconcierto
“Poquitos quedan desde el principio. La mayoría compramos y gastamos de nuestro bolsillo. A todos nos cuesta. Y si ahora nos sacan de acá... ¿adónde vamos a ir? Te dicen que van a dar una casa pero ¿y si no te la dan?”, pregunta Juan José.
—¿Qué sabés de la historia del lugar?
—Dicen que a estos monoblocks nunca los tendrían que haber dado. Faltan muchas cosas. Y tenía que pasar esto porque si no, como es Acería, nunca hacían nada. Y acá la gente trabaja. La gente fue educada, nunca le faltó respeto a nadie de los que vinieron. Parece que para que el gobierno haga algo, quieren que uno queme ruedas. Parece que están esperando que pase algo, que se mate un chico. Parece que esperan que uno vaya y les haga un piquete. Parece que eso les gusta. Si les hablás bien, no te dan bola. Y si después uno hace quilombo, dicen “no, esa gente es quilombera, con esa gente no se puede hablar”. Todo al revés.

Publicado en Pausa #97, a la venta en los kioscos de Santa fe y Santo Tomé

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