Instinto de zorro

De la dvdteca del Cine Club, Fantastic Mr.Fox (2009): una
peli para todas las edades.
Por Sebastián Pachoud
Sin entrar en preámbulos innecesarios, tengo que decir que
esta película me ha hecho llorar de risa (y digo llorar para no levantar quejas
histéricas por la utilización gratuita de verbos escatológicos por parte de
lectores impresionables), aunque también dudé mucho en verla. Y el prejuicio es
a veces bueno, pero generalmente malo.
Me había fanatizado de una manera saludable con las
películas de Wes Anderson y pensé que a ésta no debía verla. Hasta que el
director periodístico de este hermoso periódico me dijo que no sea tonto, que
la saque de la devedeteca del Cine Club Santa Fe (que hoy ya supera los 1000
títulos, todos de acceso gratuito para sus socios) y que la mire, que me iba a
pasar aquello que digo que me pasó al comienzo de esta nota.
Para pasar rápido a otra cosa, vamos a contar que Fantastic
Mr.Fox
(2009) está hecha en stop-motion (que tienen el tupé de llamar
“animación casera”, eso de filmar cuadro a cuadro cada movimiento de los
muñecos y decorados que tengan movimiento), que fue nominada al Oscar como
mejor película de animación (esos datos que le encantan a las madres, pero
perdió), que las voces las hacen George Clooney, Meryl Streep y la misma
caterva de actores fetiches del director como Bill Murray (por si no lo
entendés, en el wikipedia de Wes Anderson te hacen un cuadro sinóptico muy
ilustrativo), que no está basada en hechos reales, pero si en un libro del
mismo tipo que escribió otras historias así de imaginativas (y cuando digo
“imaginativas” no estoy intentando inducir ningún tipo de pensamiento
segregacionista en usted lector por el supuesto uso de psicotrópicos por parte
del autor) como Charlie y la fábrica de chocolate y algunas más.
Se ha hablado mucho de lo mal que nos ha hecho el congelado
Walt y de lo mucho del bien que han traído estos nuevos “dibujitos para
adultos” (que nada tienen que ver con los pornográficos, aunque sean
interesantes ambos). Como acá tampoco nos vamos a detener en eso, sólo diremos
que entra en tal categoría. Porque lo que las distingue no es la técnica, sino
el cuento (sobre todo el uso de la ironía y el sarcasmo). Historias supuestamente
tontas que regocijan nuestro candor y a la vez nos hacen pensar (por ponerlo de
alguna manera).
No le falta cierta fábula, del heroísmo infantil e
infantilismo adulto siempre podemos aprender alguna simpática lección.
Fantastic Mr.Fox es una historia de divertidas aventuras que
no por eso deja de plantearse (desde un lado nada solemne) cuestiones como la
insatisfacción del hombre moderno y la identidad, si así lo dice el mismo
cánido protagonista: “¿Por qué un zorro? ¿Por qué no un caballo, un escarabajo,
o un águila? Lo pregunto más como algo existencialista. ¿Quién soy? ¿Cómo puede
ser feliz un zorro sin un pollo entre sus dientes?”.
La historia es más o menos sencilla: el fantástico Señor Fox
es un zorro que no puede reprimir su instinto salvaje y (mientras escribe
columnas para un periódico) vuelve a su vieja costumbre de robar gallinas. Sus
víctimas, los granjeros Boggis, Bunce y Bean (“uno gordo, uno petiso, el otro
encorvado, de aspectos tan distintos, igual de malvados”) comandados por éste último,
deciden darle caza, lo que pondrá en peligro al resto de animales que conviven
con él. Aunque el Sr. Fox siempre tiene a garra un plan para zafar (de ahí el
epíteto en su nombre, y de ahí la manipulación de empatar a los tramposos con
los zorros, aunque no a Don Diego de la
Vega).
Con frenético ritmo de comedia, en la puesta en escena está
todo el exagerado universo Anderson: humor de situación (perdón, siempre quise
escribir eso), composiciones de cuadro fijas y armoniosas, paleta de color
conjugado (dorado zorro), sobreimpresos divertidamente al pedo, guiños
cinéfilos, grandes diálogos, canciones conocidas y chistosas, problemas
familiares, deliciosos detalles y numerosos y extravagantes personajes en busca
del sentido en el mismísimo sinsentido. Todas partes subordinadas al todo: un
holístico del carajo.
Anderson utiliza herramientas estéticas ya casi en desuso y
parece evocar su niñez, sumergiendo sus raíces narrativas en aquella infancia e
intentando recuperar así el aspecto de la fantasía como ese lugar mágico que
fuimos perdiendo (aunque en muchos casos no en su totalidad, como el mío) en la
transición al famoso mundo de “la adultez”.
El paraíso que nos hacen perder al morder la manzana de la
responsabilidad es recuperado a través del cuento infantil para inculcar
valores en la infancia, demostrando así el poder curador de todo arte y
promoviendo la imaginación como utensilio fundamental en el montaje de eso que
solemos llamar realidad social.
Publicada en Pausa #99, miércoles 8 de agosto de 2012


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