El Gitano de Santa Rosa de Lima

Fútbol, cumbia, pintura, magia, boxeo: cualquier actividad
es excusa para que “el Gitano” Juan Carlos Viña siga dedicándole su vida a
salvar a los pibes de “lo peor de la calle”.
Por Gastón Chansard | Fotos: Olivia Gutiérrez
Cruzar la vía sigue siendo en muchas ciudades una clara
división de clases sociales, y en nuestra Santa Fe también lo es. El famoso
cordón oeste de la zona centro-sur de la ciudad históricamente mostró dos caras
urbanas bien definidas, por eso es muy fácil distinguir cómo se vive de la vía
“para acá” (barrio Roma) y de la vía “para allá” (barrio Santa Rosa de Lima).
De la vía “para allá”, donde muchos vecinos santafesinos
asocian la pobreza con la delincuencia, vive un tal Santo Juan Carlos Viña, más
conocido como “El Gitano”. Como dirían los patagónicos a la hora de diferenciar
quién es oriundo del sur y quién no, Gitano es un auténtico “nyc” (nacido y
criado), en este caso un nacido y criado en Santa Rosa de Lima. “Mi viejo era
gitano y llegó acá desde Trelew, se juntó con mi vieja que era una criolla,
pero él murió cuando yo tenía nueve años”, así Juan Carlos comenzó el diálogo
con Pausa. En el recuerdo del barrio, su memoria llegó a la infancia y ahí se
detuvo para evocar aquella barriada con más alegría y con más pibes jugando en
la calle, “hoy cambiaron al deporte por la droga y a la pelota por el
revólver”. Pero a esa parte de la realidad que le toca vivir a Santa Rosa, hoy
El Gitano le pone todas sus fuerzas para comenzar a revertirla y, de esa forma,
“volver a las fuentes con el deporte y la cultura en general”.
El entusiasmo y el optimismo aparecen como características
principales en su vida cotidiana. “Soy así porque desde chiquito la tuve que
pelear solo, éramos siete hermanos sin un papá, si yo quería comprarme unas
zapatillas tenía que vender una bolsa de limones. Y vendiendo limones llegué a
la música, iba adonde se juntan esos viejos borrachos a guitarrear, en los
viejos bodegones del barrio y en un rancho al lado del Salado. Recuerdo que se
tomaba sangría y ahí aprovechaba para venderle los limones”. La pasión por la
música comenzó en aquellos tiempos, “fui aprendiendo de a poco, me prestaban la
guitarra, miraba los movimientos de sus manos y así fue como salí adelante con
la música”. Pero además, Gitano se encargó de subrayar que fue un buen jugador
de fútbol pero, cuando tuvo la oportunidad irse a jugar afuera, la madre no lo
dejó “porque iba a estar muy solo”.
El Gitano, que se enamoró de la cumbia desde sus diez años,
con mucho orgullo en cada una de sus palabras reveló que “mientras otros pibes
empezaban a tomar otro camino, yo me dediqué a la música, al deporte, a la
cultura en general, porque si yo tomaba el mismo camino de esos chicos sentía
que iba a traicionar a mi mamá, que todo el esfuerzo que había hecho por mí
trabajando en casas de familias lo iba a tirar a la mierda”. 
El amor por la cumbia fue tan grande que llegó hasta el
Liceo Municipal para capacitarse, “ahí estuve un tiempo, pero después me fui
capacitando con diferentes maestros y hoy sé tocar varios instrumentos”. Luego
le pudo enseñar a los chicos del barrio en una casa particular y con los años
armó (2007) su propia banda de cumbia (Juan Carlos El Gitano). Al poco tiempo,
mientras sobrevivía de limpiar vidrios de los autos en la esquina de Suipacha y
avenida Freyre, en algunas radios de música tropical comenzó a sonar fuerte
“Amor de madre”, un tema que fue un trampolín en la carrera musical de El
Gitano. La escalada final llegó cuando ganaron el Premio Revelación a la Cumbia Santafesina
2008, otorgado por el programa MP3 de Canal 7 (bajo la conducción de El
Bahiano). “Empezamos a tocar por todo el país, conocimos el mar en San
Bernardo, fuimos a Jujuy, Chaco, Entre Ríos, salimos adelante como banda, como
familia y como personas”.
Todo por los pibes
Ante tanta falta de contención social en la zona, Juan
Carlos creó la
Asociación Civil Jehová Gire (Dios proveerá): “empezamos a
capacitar a los pibes del barrio, algunos enseñan magia, otros a hacer globos,
las pibas pintan las caras y hasta mi nena de ocho años inventó un taller de
pintura para los más chiquitos, y ahí los chiquitos se sientan a pintar con sus
témperas”. Y como si eso fuese poco, el hijo más grande (que entrena en Colón)
les enseña boxeo a los más chicos.
Debido al éxito de la mano de la cumbia, Juan Carlos quiso
darle a los pibes del barrio lo que a él le faltó de chico: tener, entre otras
cosas, una canchita de fútbol a pocas cuadras de la casa. “Por eso con un amigo
empezamos a trabajar con todo al lado de la vía (por el cruce de Primera Junta)
para hacer dos canchitas para los chicos. Desmalezamos todo y creamos un espacio
donde hoy los chicos pueden jugar tranquilos y los fines de semana las madres
van con sus pibes a tomar mate a ese lugar”. Además del armado de ese espacio
recreativo en Santa Rosa de Lima, el Gitano armó otra cancha (de once) en el
barrio Loyola, “donde había un basural al lado de la vía, con mi gente y los
pibes del lugar creamos una canchita. Después los mismos vecinos se encargan de
que la cancha se mantenga. Lo bueno es que los pibes y los vecinos se
apropiaron del lugar”.
De local
En el pasado mes de agosto se creó la última cancha, y el
lugar apuntado fue Villa Oculta. “Eso fue algo groso, porque ahí sí que no hay
nada, pero nada, ni una plaza tiene. La canchita estaba al lado de un chiquero
de chanchos y ahora, después de hablar con todos los vecinos, corrieron el
chiquero”. Pero la historia del porqué Villa Oculta ahora tiene dos arcos de
fútbol tiene un nombre: Horacio. Un pibe de 11 años que siempre se iba
caminando por la vía para jugar en la cancha de Santa Rosa un día reclamó:
“Gitano, hacé una canchita en Villa Oculta porque a veces tenemos miedo de
venir hasta acá por los tiros” (muchas veces se tirotean en la zona cercana a
la única entrada que tiene el barrio). Ante el pedido, se pusieron manos a la
obra los vecinos y los mismos pibes: sacaron ruedas de adentro del zanjón
Suipacha, luego las pintaron y ahora sirven para delimitar un costado del
pequeño reducto. Le pusieron dos arquitos, consiguieron redes, pelotas, y a
jugar. Hoy Villa Oculta sigue siendo tan pobre y oculta como siempre, pero
ahora los pibes pueden jugar de local en el Potrerito de Horacio, como se lee
en el cartel que plantaron a un metro de la canchita.
Antes de volver a la realidad de asfalto (del otro lado de
la vía), y a segundos de apretar el botón de stop que cortaría la grabación,
Juan Carlos El Gitano Viña lanzó sus palabras llenas de compromiso: “Yo sé que
no vamos a cambiar a todos, pero estoy seguro de que varios van a cambiar, van
a tener su oportunidad en el fútbol, en el arte, y van a salir adelante. Cuando
puedo los agarro y les digo que tienen que estudiar, porque sino le quedan dos
caminos: la cárcel o el cementerio. Ojala que existan diez mil Gitanos para
sacar a todos estos pibitos adelante. No vayamos solamente por la copa de leche
y el pancito, estos chicos necesitan afecto, cariño y educación y se los saca
adelante”.
El festival más esperado
El Gitano está al frente de la organización del Primer
Festival Nacional por la
Cumbia Santafesina, que se llevará a cabo el 4 de noviembre y
tiene como objetivo reunir a la mayor cantidad de bandas de cumbia de la
ciudad, pero con la particularidad de homenajear en vida a los grandes músicos
y cantantes del género. El festival se llevará a cabo en la esquina de Mendoza
y Aguado bajo el lema: “No a la violencia, sí a la cultura y a la educación”.
Publicada en Pausa #103, miércoles 10 de octubre de 2012

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