Los Odiados (IV)

Con el noble propósito de contrarrestar tanto amor que nos infunde la primavera, no se me ocurrió mejor idea que odiar un poquito. Sólo un poquito.

Los médicos itistas compulsivos
Odiamos hasta la otitis a todos los médicos y estudiantes de medicina que se creen que el mundo es todo un “itis” y nada más que un “itis”, como la otitis. A ustedes, que se creen el “chalet aparte” de la ciencia (porque un rancho es poca cosa), elite de delantales blancos, les avisamos: ¡ni el mundo ni las personas son una infección! ¡Y los pacientes tienen nombre y apellido, no se llaman “el de la inflamación en las amígdalas” o “el de la gonorrea irreversible”! Los odiamos por impuntuales, por llegar al trabajo a la hora que se les canta y contribuir a la discriminación entre los turnos rápidos a los que pagan particular y los turnos para dentro de 15 días para los que van por obra social. Ah: si quieren ser doctores, ¡hagan un doctorado: no son doctores, son médicos!

Los artesánganos
Odiamos con prisa pero sin pausa a todos aquellos vendedores, sí, dijimos bien, vendedores que –porque un día, de aburridos nomás, googlearon “cómo hacer trenzas bahianas” o “armá tu propia tobillera sin ir preso por afanar cables de teléfonos para conseguir alambres de colores”– ponen una toalla en una plaza, se sientan chinito, un cassette de Pablo Milanés o reggae, y se hacen llamar artesanos. ¡No son artesanos, son gente con mucho tiempo libre, que se juntan con sus amigos y, mientras toman mates, aprenden a hacer esas cosas y después se les ocurre venderlas! Artesanos son los que agarran un tronco y te hacen una fuente, o funden vidrios y hacen bandejas, o trabajan el hierro y hacen un Quijote… ¡No los que en navidad agarramos los alambres de los corchos de los champagnes y hacemos caballitos!



Los peluqueros
Los odiamos poderosamente por embusteros. No puede ser que luego de cortarnos el cabello nos peinen de un modo que nos hace creer que el corte nos queda bien y que, por fin, encontramos ese estilo tan buscado. Al otro día, queremos hacerlo nosotros y nos damos cuenta de que nunca jamás nos va a quedar así. ¿O tenemos que resignarnos a creer que el secreto está en todas esas cremas que usan para dejarnos el pelo monono y que, obviamente, pretenden vendernos?

Los reenviadores compulsivos
Odiamos hasta que nos salgan juanetes a todos los ingenuos y supersticiosos que, apenas les llega a su mail un FW amenazante o apocalíptico, gentil o esperanzador, lo reenvían para que su vida no se arruine... arruinándonos la nuestra al hacernos perder tiempo. ¿Por qué en vez de molestar a sus amigos no les mandan un mail a sus jefes para que no los echen y así su vida no se les arruina? Más odiamos a los que comparten en Facebook o en las redes sociales de los celulares los anuncios de cierre. Hotmail, Facebook o Whatsapp no van a colapsar, ni cerrar, y dejen de desearnos mala suerte si no tenemos ganas de molestar a otros como uds. a nosotros... ¡O se les va a aparecer la Llorona de la mano del Viejo de la Bolsa a los pies de la cama todas las noches!

Los colados
Odiamos hasta las ganas de meterlos en el medio de un scrum entre los Wallabies y los All Blacks a todos los que, sin importarles un catzo, se nos meten en la cola, en cualquier negocio, provocándonos una temprana úlcera o colon irritable. Los que nos primerean cuando quien atiende el local pregunta “¿Quién sigue?”, abusando de nuestro ingenuo sentido del respeto y la justicia. Más odiamos a los que disimulan que se van a colar: ante la misma pregunta, con cara de caniche faldero, repreguntan: “¿Estás vos o sigo yo?”, adelantándose hacia el mostrador. No solamente se cuelan, ¡lo hacen con nuestro consentimiento culposo! Sépanlo: no son vivos, son una de las especies más odiadas por la humanidad. ¡Hacemos cola para odiarlos… y nos colamos para odiarlos un poquito antes!

Publicado en Pausa #103, a la venta en los kioscos de Santa Fe y Santo Tomé.

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