Por una nueva coalición

Una masa plural y progresista, que perforó el techo del PJ y
la CGT, se identificó
públicamente con Néstor Kirchner tras su muerte.
Por Ezequiel Nieva
¿Hay una nueva coalición político-social en la Argentina? ¿O se trata
de un colectivo diverso, ecléctico y heterogéneo que se aglutinó en silencio en
los últimos siete años y que necesitó de un disparador –la muerte de Néstor
Kirchner y el ritual del velorio– para irrumpir con nitidez en la esfera
pública? A la luz de lo ocurrido el 27 de octubre y los días posteriores, las
dos preguntas se pueden responder con un sí.
En la primera mitad de su mandato, Néstor Kirchner construyó
alianzas políticas con amplísimos sectores sociales –e incluso con dirigentes
de fuerzas históricamente opositoras al PJ– en una estrategia conocida como la
transversalidad. En 2005 barrió con su principal rival interno –Duhalde– y, de
inmediato, comenzó a destejer aquellas alianzas para refugiarse en el seno de
su partido y construir poder desde allí.
En el triunfo de Cristina, en 2007, confluyeron los dos
elementos: un voto marcadamente “pejotista” –aquel neologismo que puso de moda
Néstor en los días en que minimizaba la importancia de la estructura
partidaria– y un apoyo, claro también, de vastos sectores no justicialistas
que, en muchos casos por primera vez, encontraron eco en las más altas esferas
de la política nacional. (El cóctel tuvo una dosis de radicalismo K, detalle
que merecerá unos pocos renglones en los futuros manuales de historia en
memoria del vicepresidente opositor y sus votos jugando al senador electo).
Los avatares del gobierno de Cristina –crisis internacional,
conflictos con sectores de fuerte capacidad de lobby como el agro o los
oligopolios mediáticos, consolidación de un polo opositor al seno del
peronismo– la obligaron a refugiarse en la estructura que comenzó a construir
su esposo, de la cual la CGT
aparece como una de las columnas más importantes. Se archivó la
transversalidad; no obstante, un puñado de iniciativas de fuerte tinte
reformista –el matrimonio igualitario, la ley de medios, la estatización del
sistema jubilatorio, la asignación universal por hijo– dieron paso a un tibio
resurgimiento de aquella experiencia.
Plural fue la masa que surgió para despedir a Néstor
Kirchner. El aluvión de militantes y simpatizantes fue un signo; por Casa
Rosada no pasaron sólo los justicialistas incondicionales, sino vastísimos
sectores de la sociedad argentina –la marca del interior presente en Buenos
Aires fue un detalle contundente– que eligieron manifestar su apoyo a los
avances registrados desde 2003 a la fecha.
La coalición político-social que saludó el cortejo del ex
presidente excede, en lo formal, el concepto acotado de “kirchnerismo”. Y es
una novedad por cuanto se interpretó como claro sostén a la gestión de la
presidenta. Tres pilares, entonces: el PJ –rápidamente encolumnado por Scioli
detrás de Cristina–, los trabajadores –en forma orgánica la CGT, pero además un sinnúmero
de gremios insertos en la CTA–
y ese nuevo colectivo político-social que marcó la cancha en las distintas
plazas del país.
Signos ineludibles: lo masivo del ritual, la gran
participación de los jóvenes –no pasó siquiera una década de aquella época en
que abarrotaban las embajadas para irse del país, los que podían– y la
multiplicidad de opiniones y testimonios volcados en la esfera pública. Nadie
–salvo Elisa Carrió– se quiso quedar callado. Con mayor o menor pertenencia
desde lo afectivo, con mayor o menor nivel de adhesión a su proyecto –en
términos políticos o ideológicos–, la ciudadanía habló de Néstor Kirchner.
La dirigencia política lo percibió desde el primer minuto;
hubo generalizada corrección y sólo se salieron de caja un puñado de analistas,
Rosendo Fraga a la cabeza. Las hipótesis sobre “la nueva etapa” o incluso otras
más arriesgadas, que daban por hecho el “fin de una era”, no lograron mayores
adhesiones. Es saludable comprobar que los casi 27 años ininterrumpidos de
gimnasia democrática nos mejoraron como sociedad y eso tuvo su correlato en lo
político-institucional.
Militantes de base, dirigentes partidarios y sociales,
intelectuales, artistas, periodistas, deportistas, estrellas de la televisión,
empresarios, gremialistas, formadores de opinión en general: pocas veces en la
historia reciente se advirtió una confluencia tan vasta. Hay precedentes, todos
trágicos: Malvinas, las pascuas del 87, diciembre de 2001. El aluvión, la
aparición de una mayoría que se define como tal no a partir de la pertenencia
sino a partir de una decisión activa –sostener el piso político-social más allá
de la actual gestión–, indica la influencia de Néstor y de Cristina sobre una
época que todavía es, en muchos aspectos, puro interrogante: el siglo XXI.
El heterogéneo colectivo que despidió al ex presidente se
aglutinó en torno a esos avances y, al mismo tiempo, se ensanchó en virtud de
los antagonismos. El socialista K Jorge Rivas, expulsado de su partido por
haber sido funcionario del gobierno de Néstor, lo explicó simple. Cuando le
preguntaron qué era lo que más le gustaba del kirchnerismo: “sus enemigos”,
respondió Rivas.
El filósofo José Pablo Feinmann también lo remarcó:
“Kirchner soportó durante muchos años una oposición de una agresividad única y
nunca vista en la Argentina,
salvo en el gobierno de Perón”. Con la asunción de Cristina –la primera
presidenta mujer electa en las urnas– a esa oposición cerrada y agresiva se le
añadió un condimento bien argento: la misoginia, el desprecio no ya de clase
sino de género.
El fenómeno tuvo también aristas que demuestran la inmadurez
de la sociedad: 27 años de democracia no fueron suficientes para pulverizar las
posturas surgidas del odio. Ninguna política, ninguna posición ideológica que
cristalice desde el odio es saludable. Allí una de las mayores asignaturas
pendientes: la tolerancia que nos merecemos, como sociedad, para convivir en la
pluralidad. Los bocinazos, las manifestaciones de alegría ante la muerte de una
persona, no pasaron menos desapercibidos que la rotunda manifestación popular.
De las muchas virtudes que los más diversos actores
destacaron de la gestión de Kirchner, una asoma por peso propio: la
reivindicación de la política como instrumento de transformación y como
herramienta de interpelación hacia los poderes reales. Apenas conocida la
noticia, lo señaló el diputado Martín Sabatella, ex intendente de Morón y  aliado crítico del kirchnerismo. (No es
casual que haya sido el mismo Sabatella uno de los voceros del “enojo” de los
transversales ante la decisión del ex presidente de refugiarse al interior del
PJ).
Aquello que fue una virtud de Néstor –devolver la política
al centro de la discusión pública– tiene su continuidad, acaso con más
profundidad, en el gobierno de Cristina. No es un dato menor que tanto sus
aliados como sus enemigos hayan coincidido en señalar su liderazgo, su
capacidad de trabajo y su coraje político.
Ese elemento tan inasible, tan difícil de definir con
precisión –el coraje– influyó sin dudas en la movilización popular. Si la
muerte de Alfonsín derivó en muestras de respeto y de civismo, la de Kirchner
tocó ese nervio de la sociedad que opera sobre las emociones: el mensaje
mayoritario –gracias Néstor, fuerza Cristina– tuvo ese registro.
El politólogo Edgardo Mocca escribió en Página/12: “La plaza
mostró la política grande, la que no se deja encerrar en frases hechas y suele
no respetar las reglas de la corrección. En medio del profundo dolor, se puso
en acto una nueva coalición político-social, con el valioso sello del
pluralismo ideológico y cultural”.
La variadísima convocatoria –que en Santa Fe tuvo su
réplica, idéntica pero a escala, de lo que ocurrió en Buenos Aires– dispara la
asociación inmediata con el viejo postulado de la transversalidad, que en los
primeros años de Néstor se visibilizó en una parte no menor de la sociedad.
Cristina afronta el desafío de contener a los dirigentes de su partido y, al
mismo tiempo, ensanchar su base de sustentabilidad.
La profundización de las políticas más progresistas
iniciadas en 2003 –los juicios a los represores, la reforma de la Corte, el alejamiento de
Estados Unidos y del FMI y las subsiguientes alianzas con los países de la Unasur; y, en lo doméstico,
la instauración de las paritarias, la decisión de no reprimir las protestas
sociales, la inclusión de jubilados al sistema de reparto– definirá las
posibles alianzas de cara a un año en que se ponen en juego no sólo esos
avances sino toda una concepción del Estado y de la política.
La muerte de Néstor Kirchner fue, también, la muerte del
candidato oficialista a la sucesión de Cristina. Su entorno, rápido, avisó que
ella tendrá esa responsabilidad ahora. No deja de ser un problema, puesto que
revela que el kirchnerismo es un espacio que no genera otros cuadros para
ocupar los espacios más importantes. ¿Será el regreso a la transversalidad la
vía que le permitirá a la presidenta solucionar ese dilema? La experiencia de
2003 a 2005 –período en que Néstor supo acercarse a dirigentes como Hermes Binner
y Luis Juez– indica que sí. La tendencia posterior –el regreso al PJ y a las
viejas prácticas, como el manejo de los recursos según el color político–
también fueron una lección para los Kirchner, que perdieron aquellos primeros
apoyos extra-partido. La apertura hacia el resto de las expresiones
progresistas es un paso que deberá dar la presidenta si aspira a lograr mayor
sustento.
Publicada en Pausa #66, viernes 5 de Noviembre de 2010

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