Luz, agua, casas y más futuro

Con asistencia desde distintos países, en la zona conocida
como “chaco santafesino” casi 50 familias de trabajadores golondrina se
asentaron para mejorar sus condiciones de vida.
Por Marcela Perticarari
Con sólidos valores asentados en sus bases, desde hace más
de diez años la
Fundación Aldeas Rurales Escolares (Fundare) viene realizando
acciones junto a otras organizaciones comprometidas en el desarrollo de aldeas
rurales, como propuesta frente a la problemática de la pobreza. La ONG se define como “el fruto
del esfuerzo de un grupo de personas que consideran a la solidaridad como una
herramienta capaz de potenciar al ser humano frente a las múltiples
dificultades para lograr el crecimiento y desarrollo de los más desposeídos”.
De esta manera, ejecuta programas destinados a la creación de aldeas rurales
alrededor de las escuelas de campo con el objetivo de radicar pobladores
dispersos.
Tiempo atrás, Fundare se unió a la subcomisión de
Cooperación al Desarrollo Internacional del Centro Balear de Santa Fe para
dotar a familias aldeanas de las instalaciones necesarias para asegurar la
provisión de agua apta para consumo y generar emprendimientos productivos. La
primera zona beneficiada está ubicada al norte de la provincia, en limíte con
Santiago del Estero: allí se encuentra Gregoria Pérez de Denis, conocida como
Estación El Nochero, una región que sufre períodos de sequía que alcanzan los ocho
meses, con altos niveles de arsénico en el agua subterránea, lo que obliga a la
comunidad a tener como objetivo prioritario almacenar agua potable. Los fondos
para concretar las obras provienen de particulares, empresas, subsidios y
entidades internacionales que efectúan aportes mensuales.
De desierto a comunidad
Ángel Pragliola, presidente de Fundare, explicó que debido a
los cambios en los cultivos se agravó la situación de los peones rurales: “El
algodón requiere de mano de obra, pero desapareció porque la zona fue invadida
por la soja. Como muchas personas fueron desalojadas y no tenían a donde ir,
terminaban formando barrios marginales en las grandes ciudades o en los pueblos
de los alrededores. Nuestro objetivo fue radicarlos en un lugar, ayudarlos y
acompañarlos para que construyan su propia vivienda”.
“Instalamos allí la Aldea Ing. Luis Moisés Trod –ubicada a 35
kilómetros de El Nochero– porque logramos comprar 33 hectáreas de tierra
aledañas a la escuela rural, que cuenta con 200 alumnos y los tres ciclos:
preescolar, primaria y secundaria. Era el lugar ideal para que nos aprueben el
proyecto porque peor que eso no existía nada. Las familias vivían a algunos
kilómetros de la escuela y no se conocían entre sí. Los hombres viajaban hacia
las distintas cosechas: la frutilla en Coronda, el limón en Tucumán o la
naranja en Concordia”, precisó.
Niños, a la escuela. El ámbito educativo es el punto de anclaje de las políticas sociales y de infraestructura que se despliegan en el norte.
Mercedes Molinas, miembro de Fundare, explicó que “la
población golondrina vive en las taperas que les ofrecen los dueños de los
campos. En algunos casos la gente se cansa de ser explotada y se mueve con toda
la familia a lo largo de muchos kilómetros para realizar otras cosechas. Los
niños pierden todo vínculo afectivo y su escolaridad. Los padres suelen ser
analfabetos y tampoco tienen seguimiento en salud. La aldea viene a
contrarrestar esta realidad para que los chicos vayan a la escuela, se queden
en un lugar estable y los papás se puedan mover algunos kilómetros hasta sus
trabajos, con una base en el hogar y con las mamás en casa”. Las tierras fueron
compradas por 25 familias a un precio simbólico y en más de una oportunidad el
pago se realizó con trabajos comunitarios, en tanto que otras 16 están
radicadas en Moisés Trod. “Se les ofreció una hectárea a cada uno para que
tengan un cultivo autosustentable. Queremos que empiecen a trabajar de manera
comunitaria, porque han vivido siempre solos y les cuesta mucho trabajar con
los vecinos, es muy difícil agruparlos”, comentó Mercedes. En este sentido,
Fundare, junto al Ministerio de la Producción de la Provincia y la UNL, están proyectando armar
una cooperativa productiva entre los habitantes para que tengan posibilidades
de comercializar los excedentes de sus cosechas.
En la actualidad hay tres viviendas en construcción, algunas
con la novedosa tecnología de suelo cemento y otras de manera tradicional, con
ladrillos. Las casas son construidas por ellos mismos, cuentan con el
asesoramiento de especialistas de la
UTN y arquitectos del Politécnico de Turín que cada año
viajan hasta la aldea para dar una mano. Todas tienen un diseño rural y cuentan
con 100 m2 aproximadamente. A la par se está construyendo un salón de usos
múltiples y un espacio destinado a un centro de salud. “No sabemos si alguna
vez habrá un médico permanente, pero es importante tenerlo”, acotó Mercedes.
La mayor preocupación, el acceso al agua potable, va
encontrando soluciones: a través de un concurso internacional, el Centro Balear
colaboró para construir en cada vivienda una cisterna de 35 mil litros
destinada a recolectar el agua de lluvia. También se juntaron fondos para
instalar una bomba de ósmosis potabilizadora. En tanto, una organización
holandesa aportó dinero para construir una cisterna de 100 mil litros cuyo
objetivo es el riego de los emprendimientos familiares. Cuando finalicen las obras,
la aldea contará con un depósito de 500 mil litros de agua. “En un principio
nos esforzamos para que la gente tenga una vivienda y resulta que cuando fueron
a vivir no tenían agua. Muchos cerraban la casa y se iban, por eso son
importantes estas acciones”, remarcó el titular de la ONG.
Uno de los últimos logros de la fundación en Moisés Trod fue
conectar la energía eléctrica. “Vimos a la gente emocionada, algunos nunca en
su vida habían tenido luz y fue un cambio radical. Esto es un trabajo con mucha
proyección a futuro”, definió Mercedes.
El futuro como eje
“Nuestro proyecto se puede aplicar en cualquier escuela
rural. En el paraje lo dividimos en dos etapas: la primera de radicación y la
segunda de sustentabilidad. En estos momentos estamos dando los pasos finales
en la aldea. Calculamos que en tres años nos podemos ir y empezar en otro
lado”, comentaron los miembros de la
ONG.
—¿Cómo es este trabajo para ustedes a nivel personal?
—Por un lado es muy frustrante y por otro muy gratificante
–contestó Mercedes–. Es una balanza permanente, con mucha movilidad emocional,
no sólo para nosotros porque no podríamos hacer este trabajo sin las familias
acompañándonos. Esto se hace durante los fines de semana, fuera del horario de
nuestros trabajos habituales. Cuando podemos, viajamos 500 kilómetros de ida y
500 de vuelta para estar unas horas y volver enseguida. Al principio la gente
no nos miraba ni nos hablaba, las mujeres eran muy sumisas; hoy podemos
sentarnos en una reunión con 30 personas y reconocen nuestra ayuda. Flaqueamos
cuando no tenemos apoyo y sabemos que si las políticas públicas fueran buenas
nosotros no tendríamos que estar haciendo esto, pero nos acordamos de las caras
de la gente y seguimos adelante.
“Cuando llegamos, hace diez años, eso era un desierto.
Solamente estaba la escuela, que era primaria, con 100 alumnos. Los habitantes
vivían de los planes sociales o de changas, estaban totalmente afuera del
sistema. Ahora los incentivamos a pensar qué quieren hacer y a diseñar su
futuro. Mucha gente se entusiasma con este proyecto porque ven un potencial.
Decimos que a veces es frustrante porque querríamos otro ritmo para las
decisiones y las obras, pero nos convencimos de que al ritmo lo ponen ellos.
Nosotros tenemos que desafiar nuestra imaginación y nuestro esfuerzo para que
las cosas avancen. Ellos tienen motivación y también quieren ver los
resultados. Dentro de cinco años veremos más cosas. Lo fundamental es que las
familias recuperaron la dignidad”, finalizó Ángel.
Publicada en Pausa #106, miércoles 21 de noviembre de 2012

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