José Pepe Serra: "El problema es dónde se pone el poder, no los zapatos"

La mirada de José Pepe Serra sobre el Papa Francisco.
Por Juan Pascual
Su trabajo como sacerdote fue tan profundo que todavía hay
creyentes que le piden algunos segundos de su escucha, como si aún llevara los
hábitos que  alguna vez dejó por amor y
por política. Ejerció durante 23 años, se especializó en Sociología y Ciencias
Políticas en Roma, fue vicerrector del Seminario, miembro fundador de la Universidad Católica
de Santa Fe. Desde que se conformara en 1968, integró el Movimiento de
Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTC) y fue parte de su secretariado general
en 1972. A fines de 1974 se hizo laico y se casó con su actual esposa, Mabel
Busaniche, con quien compartiera el exilio de la dictadura y la militancia. Una
mujer y la opción por los pobres era demasiado para una Iglesia que iba
enterrando la Teología
de la Liberación
y el Concilio Vaticano II.
Tras 10 años en el exterior, sobre todo en Perú, donde
nacieron sus hijos, José María Serra volvió a Santa Fe con su familia, a la
casa que todavía habita en Guadalupe. Fundó Acción Educativa y comenzó su
caminata por los barrios de la ciudad, siempre ligado a la educación en amplio
sentido: desde los derechos de las mujeres a la alfabetización. También inició
su actividad partidaria, cuyo punto máximo fue su participación en la Convención Constituyente
de 1994. Hoy es asesor del diputado nacional Antonio Riestra, de Participación
Ética y Solidaridad.
Respetado ampliamente por sus convicciones y su trayectoria,
Pepe Serra es una voz autorizada para entender la noticia que sacudió al mundo:
el Papa argentino.
—¿Qué implica la elección de un Papa de Latinoamérica?
—Se desplaza un papado que siempre estuvo en Europa, y en
Roma como cabeza de un Imperio y de un formato de sociedad. Es un cambio
estratégico. Europa está en una seria crisis, con decrecimiento y problemas
insalvables, porque son problemas del capitalismo. Nuestro continente va a ser
parte de una nueva fuerza, donde está la mayoría de los 1.200 millones de
católicos del mundo. Es un desafío para la institución haber salido de Europa,
donde está el Vaticano y su desgaste, e ir hacia un continente que hace tiempo
que está requiriendo nuevos posicionamientos, los que ya alguna vez se tomaron:
en el Concilio Vaticano II, en las Conferencias de Medellín y de Puebla
aparecían nuevas posiciones, que no llevaron a un cambio institucional de la Iglesia.
—¿Cómo evalúa la elección?
—Había otros candidatos más progresistas, como el
canadiense. No el brasileño, más conservador. Angelo Scola, el Arzobispo de
Milán, representaba a la curia romana, con todo su escándalo. Hay razones para
la elección de Bergoglio. En primer lugar, sus condiciones propias: sabe
gobernar y tiene detrás a los jesuitas, puede recomponer la organización del
Vaticano. Tiene una edad (76 años) por la que no va prolongar tanto el papado;
Wojtyla asumió con 58. Puede hacer un recambio interesante, vamos a ver.
Bergoglio arrastró los votos del anterior Cónclave, cerca de 40, los de los
latinoamericanos y los de los jesuitas. De todos modos, los cardenales que hay,
casi todos, han sido elegidos durante los 30 años de papado de Juan Pablo II y
de Ratzinger, una Iglesia y una ideología determinadas. La elección está dentro
de ese marco. Creer que Bergoglio es diferente...
—¿Cómo caracteriza esa Iglesia y esa ideología?
—Juan XXIII convocó al Concilio Vaticano II, que luego Pablo
VI clausuró. El Vaticano II no comienza pensando a la Iglesia como institución.
Cambia la lógica. El primer tema es la Iglesia como pueblo de Dios. A ese debate lo
instalaron los latinoamericanos, como Helder Cámara y Evaristo Arns. Se
discutió si la Iglesia
católica era, es, la única Iglesia de Jesucristo. Por un lado, las otras
Iglesias cristianas no lo son, y por amor, caridad, solidaridad, comunión
fraterna se las acepta. Por el otro, el texto canónico del Vaticano II, que
trabaja el tema del “es”: en la
Iglesia católica subsiste la Iglesia de Jesucristo...
como en otras Iglesias también puede subsistir. Subsiste si es fiel al mensaje
de Jesús. Dios no es un debate de propiedad privada. El Vaticano II resguarda
que la construcción de Dios sea fiel a un pensamiento no sólo de ortodoxia,
sino de ortopraxia: quien dice que ama a Dios y no ama a su hermano, no ama a
Dios. Porque es Dios de todos, de los que creen y de los que no creen. Otro
aspecto es la instalación de “Bienaventurados los pobres”. La Iglesia tomó la doctrina
de “Bienaventurados los pobres” como si la caridad fuera la mejor virtud; Jesús
no quería la pobreza. Hemos machacado con la caridad y no tenemos el coraje de
buscar la igualdad, en donde los pobres no terminen siendo el gran negocio de
quienes se han apropiado de casi toda la riqueza, en una brecha que se
profundiza. Se ha mimetizando la Doctrina Social con una aceptación pasiva:
trabajar con los pobres sería ayudar a que salgan de la pobreza, pero dándoles
resignación, no combatiendo la pobreza como un mal del egoísmo. Juan Pablo II
es elegido como sucesor de un Papa cuya muerte no está esclarecida. Y tiene una
primera entrevista con el presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, en
Alaska. Después, comienza un barrido de todo el Episcopado mundial donde estaba
la Teología
de la Liberación. La
Iglesia entra en la línea del Consenso de Washington, instalando un Episcopado
conservador, los que resistían al Vaticano II.
—Sos contemporáneo del Papa.
—Yo lo he conocido: tenía jesuitas compañeros en el MSTC,
del cual Bergoglio no formó parte. El MSTC es un movimiento intraeclesial, nace
después del Vaticano II: queríamos que se implemente. Era una Iglesia que se
pensaba que iba a distribuir el poder, nosotros queríamos que se hiciera, que
se pusiera en práctica. Que pusiera su mirada en los pobres. Había toda una
sensibilidad por los movimientos del mundo en ese momento. Había cerca de 500
sacerdotes al principio; era un movimiento sólo de sacerdotes, puramente
eclesial. Bergoglio resistió, pero no porque no se metiera política.
—¿Cómo considera la relación de Bergoglio con la dictadura?
—Horacio Verbitsky denuncia una cosa que yo padecí. Yo me
salvé porque ví que un cura me iba a señalar y me escapé a la tarde; allanaron
el lugar a la noche. La
Iglesia tenía gente que decía que estaba bien lo que hacían
los militares, que ayudaban a las personas para que tengan una muerte tranquila
y luego vayan al cielo. No se puede negar esto. Al caso Bergoglio hay que
analizarlo en relación con lo que era el Episcopado argentino. Un sector se
había jugado, por eso mataron varios obispos. Y otro se silenció. La Iglesia en general fue
cómplice. Y Bergoglio en ese momento era poder: era Superior Provincial de los
Jesuitas. Si vos me preguntás si denunció a Orlando Yorio y Francisco Jalics o
no, yo te puedo decir que nosotros, los sacerdotes del Tercer Mundo, pedimos
para que a ellos les encuentren una diócesis que los reciba. Y no los recibían.
Bergoglio se movió como la mayoría de los obispos argentinos. Y los milicos,
cuando sabían que un sacerdote no tenía respaldo, decían “este es nuestro”,
porque ahí estaba para ellos el germen de la maldad.
—¿Qué pasará con la Iglesia argentina?
—Los nuevos obispos que nombre van a ser de su hechura: los
elige él. Lo cual no quiere decir que no vayamos a tener un Episcopado más
progre que el que ahora tenemos. Lo segundo: Bergoglio sale de la escena
argentina, aunque sea un Papa argentino. Él es jefe de Estado. Se tiene que
entender con Irán, con los judíos, con el mundo. Puede ser que la Iglesia local se vea
fortalecida en algunas financiaciones y algún nombramiento.
—¿Qué opina sobre el viraje que hicieron los oficialistas?
—Está de por medio el poder. La puesta en escena que hubo
para esto demostró que hay muchas fuerzas interesadas en su usufructo. Ahora
todos son cristianos... Se traslada a la gente, para que diga “Mirá qué bien,
tenemos un Papa”. Tenemos a Maradona, a Messi... Nos falta tener una astronauta
y Argentina está realizada. No debemos mistificar. Yo admiro que Bergoglio
siempre haya ido en ómnibus, que se pague el hotel, lo que sea, pero eso no
hace a la cuestión. El problema es dónde se pone el poder, no los zapatos. La Iglesia que apareció es el
poder: es la alineación de más de cien delegaciones que tienen la misma
relación. Y yo no sé si eso es el reino de Dios.
Textuales
= A veces escucho a los cristianos y tienen un discurso de
sometimiento. Eso no nos hace bien. Si la Iglesia es una comunidad, lo que hay que decir es
que es una comunidad de poder, excesivamente clerical, machista.
= Hemos de preguntarnos, nosotros los católicos, por qué la
mayoría de los pobres son hoy evangélicos. Por qué las comunidades de pueblos
originarios, cuyos abuelos fueron católicos, hoy son evangélicas. Yo trabajo en
Las Lomas y Santo Domingo: está lleno de Iglesias evangélicas, pero sólo un curita
va de vez en cuando, no hay uno instalado.
= Lo mejor que podría hacer la Iglesia, en Argentina, es
separarse del Estado. Y trabajar con las comunidades. Yo me alegraría si la Iglesia regalara el Estado
Vaticano. Porque es el gran problema: el poder del dinero. Y no es que la Iglesia deje de ser la Iglesia, al contrario: que
sea la Iglesia
de Jesucristo, como comunidad, como pueblo de Dios, con organización, pero que
deje de tener semejante marca clerical con base en el poder económico.
= La
Iglesia forma parte de una crisis mucho más profunda,
civilizatoria. No nos hacemos cargo de un mundo que tiene fecha fija de
autodestrucción. La presencia de la técnica, el avance de las ganancias: hay
una ignorancia de los verdaderos problemas, que pasan por el medio ambiente y
el hambre. La elección de un Papa en una época como ésta sería muy importante
si marcara una ruptura civilizatoria.

Publicado en Pausa #110, disponible en los kioscos de Santa Fe y Santo Tomé.

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