La ciudad que se volvió desastre

La tragedia de Rosario abre una herida en la mayor ciudad de
la provincia, cuya magnitud sólo la dará el paso del tiempo. Impresiones desde
el corazón de los hechos.
La magnitud del estallido que derrumbó mucho más que una
torre el martes 6 en Salta 2141, casi bulevar Oroño, en el centro de Rosario,
la dará el paso del tiempo. A una semana es posible arriesgar algunas hipótesis
sobre su incidencia en una clase política que se aprestaba a poner en marcha el
juego de la silla cinco días después y en una sociedad que más que nunca exigió
a los medios de comunicación certezas. En especial los medios electrónicos
jugaron un papel preponderante dentro de la galaxia periodística, que incluye
los canales porteños y las redes sociales (ver recuadro). Lo rosarino se opuso
el resto: el porteño, a los que se acusó de no respetar el duelo. Las preguntas
se sucedieron: ¿Cómo van a hacer el cacerolazo en medio de esta tragedia? ¿Cómo
van a decidir jugar al fútbol en medio de este dolor? ¿Cómo van a votar después
de esta explosión? ¿Por qué los movileros porteños no respetan el dolor y los
locales sí? El hecho se produjo a poco de una elección, lo que abrió múltiples
conjeturas sobre su normal desarrollo. El domingo por la noche quedó claro que
los resultados de los comicios fueron los acostumbrados. El desembarco de la
presidenta Cristina Fernández de Kirchner un día después de la catástrofe hizo que
siguieran las especulaciones con respecto a su presencia, con anuncio de
créditos para los damnificados a cuatro días de la votación. Un día más tarde
el gobernador Antonio Bonfatti subió la apuesta y añadió subsidios para las
víctimas con vida: 20 mil pesos para alquiler y la posibilidad de acceder a un
crédito de hasta 50 mil pesos a devolver en 60 meses y con un interés de 5%. Si
bien el perfil bajo primó entre los actores políticos –incluso se vio a un
sobrio e inaudito secretario de Seguridad de la Nación Sergio Berni–
quedó claro que no hay inocentes.
Sucio gas
Rosario reúne casi medio millón de viviendas hasta el último
censo de 2010 aunque como toda gran urbe crece deforme y sólo el 40% tiene
acceso a la red de gas. Si bien se siente pueblo, aloja millonarias torres de
departamentos que prescinden del servicio de gas y optan por sistemas
eléctricos. Sus privilegiados balcones miran el río Paraná y sus contrafrentes
a un sinnúmero de casas de barrios periféricos que esperan desde hace años que
lleguen las ahora temidas cañerías de Litoral Gas, una empresa de capitales
compartidos entre los holdings Suez-Tractebel SA y el grupo Techint con la que
el Estado privatizó las redes en 1992.
Entre ambos puntos, cientos de usuarios saturaron a fines de
la semana pasada las líneas telefónicas de las decenas de gasistas matriculados
que pueden ser convocados con el visto bueno de la es empresa de gas estatal. A
los pedidos para constatar el buen estado de las conexiones domiciliarias se
añadieron cierres preventivos de los propios vecinos. “Regulador”, “válvula”,
“llave” son palabras que poblaron de repente toda conversación callejera o
diálogo entre consorcistas. Kilómetros enteros de cañería latieron debajo del
piso caminado a diario y se convierten en debate mediático breve pero efectivo:
el miedo se instaló.
La mirada se posó en las oficinas administrativas de Litoral
Gas, ubicada a una quincena de cuadras del epicentro de la explosión. ¿Qué tan
seguido y exhaustivo son los controles? ¿Cómo inspeccionan los edificios más
antiguos? El martes 6 por la tarde, a pocas horas del estallido, la Justicia allanó las
oficinas para verificar si en el sistema informático había reclamos del
edificio de Salta al 2100. El Estado, abocado a la tarea de rescate y
ordenamiento urbano, todavía no instó a la empresa a dar cuenta del resto de la
ciudad cuyo boom de la construcción apañado por la soja del campo exigía
inversiones en obras.
El palacio y la calle
El capítulo judicial se produce en el marco de aceitadas
relaciones entre el Poder Judicial y el Poder Ejecutivo, que se pusieron a
trabajar en conjunto después de mirarse con recelo los primeros años del
socialismo en el poder y empezaron a seducirse con la llamada causa de los
Monos, en el marco de la investigación que se realiza a nivel provincial sobre
las redes de narcotráfico y que tantas controversias generaron entre el
gobierno santafesino y la
Nación, siempre amplificadas por rencillas
político-partidarias.
Así, un primer intento por sacar la investigación de la Justicia correccional y
depositarla en la de Instrucción fue descartado: había pocas probabilidades de
una acusación de mayor gravedad que la de un hecho “culposo”, más allá de algún
“dolo eventual”. En principio, todos apuntaron al gasista que estaba arreglando
un regulador en la entrada del edificio, Carlos García, como el máximo si no el
único responsable de tamaña catástrofe. Pero está claro que la empresa Litoral
Gas, concesionada en los años del reutemenemismo, deberá enfrentar reproches
judiciales. El andamiaje que empiezan a armar en el Ministerio Público con
pedidos de declaraciones informativas para los gerentes va en ese sentido para,
en un futuro, poder lanzar imputaciones contra la firma.
De orines y elefantes
El sábado 10 por la tarde el juez Correccional Carlos Curto,
a cargo de la investigación por el siniestro, se sube a su auto y responde las
apresuradas preguntas de los movileros. No está en Salta al 2100 o en
Tribunales sino en el Parque Independencia, también ubicado sobre el bulevar
Oroño.
—Como rosarino, Curto, ¿puede darnos una reflexión de lo que
está pasando? —pregunta un notero.
—No lo puedo creer —responde Curto y cierra la puerta.
Se trata de otra investigación. Horas atrás uno de los
carros de “La vuelta al mundo” del parque de diversiones que se encuentra en el
lugar se desprendió y dio muerte a dos primas de 12 y 14 años. El impacto hirió
a otras siete personas que hacían cola en el juego durante una celebración
anticipada del Día del Niño realizada por un puñado de gremios, entre ellos, el
de peones de taxis.
El domingo al mediodía otra esquina céntrica suma a la
sensación de que la orina de un dinosaurio fluye sin detenerse por las calles
de Rosario. Un freno se traba, hace fricción con un neumático, el fuego crece y
la humareda vicia los alrededores de un colectivo en pleno recorrido por el
microcentro. No hay heridos y la unidad de transporte volverá, mantenimiento de
por medio, en pocos días a la flota.
Esa noche el fuego vuelve a tomar las pantallas de la
televisión local. Esta vez a pocos kilómetros de Rosario, sobre la ruta 18.
Cerca de la vecina localidad de Acebal un choque frontal entre dos autos
ocasiona siete muertos y tres heridos. Cinco de las víctimas fatales mueren
calcinadas.
Ambos hechos nutren las teorías cósmicas entre periodistas
sobre lo que pasa en Rosario. La gran diferencia entre esos sucesos y lo que
ocurre con el siniestro de Salta al 2100 es precisamente eso: que todavía
ocurre. Los escombros se retiran con delicadeza y esperanza de que la tragedia
–tal como ocurre en la literatura– incluya un milagro. Finalmente no ocurre: el
lunes 12 a la noche, a casi una semana de la explosión, los familiares
reconocieron los restos de los últimos tres ausentes –hallados bajo los
escombros ese mismo día– y terminó así la primera parte de una historia con
final incierto y lejano.
Hubo 21 muertos y más de 60 heridos. Casi 1.100 viviendas se
vieron afectadas, 240 de ellas con gran cantidad de daños materiales, además de
las dos torres que quedaron en pie, que serán demolidas. La explosión provocó
el derrumbe de un edificio de nueve pisos, colapsó los dos linderos, que
conformaban un mismo bloque de 60 departamentos, comprometió a otros dos
ubicados en la misma cuadra, y destrozos en torres, casas de varias manzanas a
la redonda, convirtiendo al siniestro en el peor desastre de la historia de
Rosario.
Profesionalismo y una excepción
La tele rosarina recobró protagonismo a partir de su mayor
cantidad de horas de transmisión en directo a expensas de la radio: la noticia
de una devastadora explosión era (casi) imagen pura. Los portales de noticias
locales siguieron la dinámica que imprimió la pantalla chica, casi como si al
fin hubiesen llegado los canales de cable que emiten noticias desde Buenos
Aires para todo el país, pero especialmente para Buenos Aires. Y en esa
cantidad de minutos por llenar hubo errores, claro, pero primó cierto sentido
profesional para no propagar la infinidad de rumores que esparcen las redes
sociales. Aunque en esa retroalimentación constante hubo de todo y para todos:
dos periodistas se hicieron eco en una radio de la versión de que había treinta
muertos apilados en un estacionamiento cercano al edificio siniestrado y lo
afirmaron. Un funcionario municipal los trató de mentirosos al aire. Y uno de
esos periodistas, que demostraron tener sólo una fuente, no tuvieron mejor idea
que traicionar el off the record… ¡e identificar la fuente!
Una herida en la ciudad
La esquina de Salta y bulevar Oroño, al igual que los demás
puntos del perímetro establecido por las autoridades, lleva un vallado y es
custodiado por personal de la
Guardia Urbana Municipal (GUM), una fuerza de orden
desarmada. El ingreso está restringido a los vecinos afectados en distintos
niveles por el estallido y a los familiares de personas desaparecidas que
esperan novedades de la búsqueda. También permiten el ingreso a los periodistas
arrojados a registrar todas las historias (im)posibles. Esa intersección es el
único punto a nivel de la calle desde donde se puede ver la imagen acostumbrada
a “disfrutar” en películas de guerra o noticias del medio oriente. La empatía
hizo que cientos de rosarinos se llegaran hasta ese punto para entregar bolsos
con donaciones aun cuando los voceros oficiales explican que no hace falta
nada. A tres horas del estallido el centro de salud municipal y base de operaciones
recibió una cantidad de dadores de sangre solamente soñada por un vampiro. El
silencio, peticionado por los rescatistas para no entorpecer con la búsqueda de
vida, se hace fuerte en manzanas donde lo habitual es el bullicio de los after
office o el movimiento de rutinas de ejercicio para muchos citadinos. La
esquina se volvió un balcón para ver la herida de la ciudad sin el recorte de
la cámara televisiva.
Informe: Agustín Aranda, Carlos Retamal y Daniel Schreiner,
desde Rosario especial para Pausa

(Una versión editada de este artículo se publica el miércoles
14 de agosto de 2013 en la edición #119 del periódico Pausa, a la venta en
estos kioscos)

Dejar respuesta

Por favor, ¡ingresa tu comentario!
Por favor, ingresa tu nombre aquí