La música que surge del oeste

La Escuela
de Música Barrial funciona los sábados en Villa del Parque y brinda a niños la
posibilidad de aprender flauta dulce, teclado y guitarra.
Por Marcela Perticarari
Cada sábado por la mañana, la guardería Cristo Obrero de
Villa del Parque se llena de niños y niñas que ya no están en edad preescolar
pero que tienen muchas ganas de aprender. En este caso es el amor por la música
quien los convoca y las dependencias de la institución se llenan de acordes y
sonrisas durante tres horas.
El docente en Educación Musical y coordinador de la
iniciativa, Sergio Marchi, contó a Pausa que “estamos funcionando desde hace
cinco años, tres de ellos lo hicimos como Proyecto de Extensión de Cátedra de la Universidad Nacional
del Litoral. El año pasado eso se cortó y en 2013 empezamos de manera
independiente, con el aval de la Fundación Padre Osvaldo Catena que nos gestionó
el local de la guardería para dar las clases. Y, gracias a un convenio firmado
con la Municipalidad
a través del Instituto Superior de Música, contamos con el préstamo de los
instrumentos”.
El proyecto está pensado para trabajar con chicos entre 9 y
12 años que viven en la zona oeste de la ciudad. “Tratamos que no sean más de
diez por grupo –que se dividen en dos turnos de una hora y media cada uno–
aunque actualmente tenemos 13 o 14, ya que la idea es brindar una enseñanza
personalizada. Al comienzo hacemos una práctica grupal vocal e instrumental con
pequeñas incursiones en lectoescritura musical, y luego una práctica
instrumental a cargo de los profesores voluntarios, en su mayoría provenientes
del Instituto Superior de Música, del Liceo Municipal y del CREI”, explicó
Marchi.
—¿Cómo son los procesos de aprendizaje?
—Muchos vienen a probar porque salimos un par de veces en
televisión y, si bien nos sirvió para promocionarnos, se nos llenó de chicos
que vinieron para ver de qué se trataba, otros querían saber si acá se
regalaban instrumentos. Con el tiempo se va decantando y se quedan los que
realmente tienen interés en progresar, que no son muy rápidos porque vienen una
vez por semana y porque son pocos los que tienen el instrumento en su casa.
Actualmente, cuando conseguimos donaciones, se las entregamos a los veteranos
que vienen hace más de dos años. En general, proponemos repertorios de diversos
géneros y los chicos van eligiendo y descartando de acuerdo a su interés. Al
final de cada clase charlamos sobre las dificultades que tuvieron y las
atendemos. El aprendizaje cotidiano es necesario, pero uno como artista se
siente pleno cuando lo puede mostrar, así que programamos una muestra a fin de
año para que las familias vean los progresos.
Con el objetivo de llegar a conseguir los elementos
necesarios para continuar sus tareas, la Escuela de Música Barrial trabaja en tres
frentes: en primer lugar se está formando una cooperativa de padres destinada a
gestionar la compra de instrumentos mediante rifas y diversos beneficios. “Esta
faceta es complicada porque cuando vivía el Padre Catena el trabajo comunitario
estaba mucho más arraigado en la idiosincrasia del barrio: a veces convoco a
los padres que viven a tres cuadras de distancia, llevan a sus chicos a la
misma escuela pero no se conocen entre ellos. Y realmente queremos que se
difunda esta modalidad para no caer en esta cuestión de recibir todo regalado
por ser pobre. Si bien la comunidad debe atender esta parte de la sociedad, la
cuestión pasa por reconocer el esfuerzo que costó conseguir estos logros y
cuidar lo que se consiguió con tanto trabajo”, expresó Sergio Marchi. Por otra
parte, los voluntarios ofrecen a la ciudadanía la posibilidad de asociarse a la
escuela pagando una cuota mínima. Políticos, músicos reconocidos, instituciones
y vecinos: todos escuchan los pedidos de la escuela que necesita sus propios
instrumentos para seguir en pie.
La música que nunca para
Gabriel, Iván y Elio tienen 11 años y son parte de la Escuela de Música Barrial
desde hace tres años. Eligieron la guitarra como instrumento para expresarse y
comentan entre risas que sacan “La bamba” de taquito, pero que quieren aprender
otras canciones más complejas porque practican todos los días en sus hogares ya
que cuentan con instrumento propio. “Paso a buscar a mis compañeros en bici y
venimos todos los sábados”, contó Iván.
Erica y Brisa, de 12 años, se sientan enfrentadas.
Concentradísimas en las guitarras, empiezan una y otra vez un tema con total
prolijidad. Ni una nota parece desafinada. Al finalizar la clase, destacaron la
metodología que aplican “los profes”: “Hay mucho compañerismo y nos explican
todo lo que no nos sale. Dentro de poco nos van a enseñar temas de León Gieco,
a quien conocimos personalmente y nos encantó la experiencia”. Finalmente,
dijeron que su deseo es contar con guitarra propia y para ello están dispuestas
a seguir organizando rifas a fin de recaudar el dinero necesario.
A Matías Allende, uno de los voluntarios que enseña teclado
y estudia profesorado de música, le gusta “el acercamiento que se da con los
chicos porque en lo afectivo es muy fuerte. Y al no tener una estructura
formal, los chicos pueden explorar más el instrumento. El teclado es algo que
no llega a todos y cuando tienen uno adelante se enloquecen porque tiene muchos
botones y gran variedad de sonidos. Acá en la escuela tenemos cuatro, lo que
nos ayuda a hacer juegos grupales ya que en cada grupo hay un promedio de seis
alumnos. El voluntariado se maneja de boca en boca, buscando gente con ganas
que se anime a empezar ya que no hace falta un estudio formal para arrancar.
Queremos que los interesados se acerquen y vean lo que hacemos porque tenemos
las puertas abiertas”, agregó Matías.
“Siempre me planteo la cuestión de devolver lo que me dio la
comunidad, porque me formé relativamente gratis en la universidad. Y esa
devolución debía estar en algún lado, aunque a veces es difícil que los alumnos
universitarios entiendan eso porque viven diciendo lo mucho que cuestan las
fotocopias y el transporte, pero en otros lados se cobra un arancel y acá no.
Además, hace 20 años que trabajo en Villa del Parque y tengo una ligazón
afectiva con el barrio. Intentamos equiparar la desigualdad en la que viven en
los chicos, que por vivir en un barrio marginal no tienen acceso a una
educación musical convencional. Acá cerca, en la Escuela Falucho,
funciona el Programa SOS Música pero para estos chicos que no pertenecen a ese
establecimiento, cruzar la
Avenida Perón es prácticamente irse a otro mundo. Algunos de
los que vienen a la Escuela
de Música Barrial asistieron un tiempo al Coro Provincial, pero se les
dificultaba por los gastos de transporte y vestimenta adecuada para ir a un
lugar ubicado en el centro de la ciudad, que son limitaciones que frustran la
iniciativa de poder estudiar. Esto empezó a conocerse de a poco y ya tenemos
propuestas para ir a trabajar a otros barrios”, concluyó Sergio Marchi.
Mientras el grupo que asiste más temprano empieza a vaciar
las aulas de la guardería para dejar lugar a los próximos, un pibe se acerca
sonriente al teclado y le dice al fotógrafo de Pausa: “vení y escuchá lo que sé
tocar”. Acto seguido suenan los primeros acordes de “La suavecita” y no hace
falta más para adivinar que el intérprete es un santafesino de pura cepa que
aprecia los talentos locales.
Publicada en Pausa #119, miércoles 14 de agosto de 2013

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