La música y un trance de escritura interesante

Entrevista al escritor Diego Erlán, autor de la novela “El
amor nos destrozará”.
Por Juan Almará
Diego Erlan nació en San Miguel de Tucumán en 1979 y desde
la década del 90 vive en la ciudad de Buenos Aires. Luego de estudiar
periodismo e historia del arte, se desempeñó como profesor universitario,
crítico literario y guionista. Actualmente es editor de la Revista Ñ e integra el
Observatorio de Literatura Argentina Contemporánea (OLAC). En octubre del año
pasado editó “El amor nos destrozará” (Tusquets Editores), su primera novela.
Allí desarrolla la historia de Agustín, un chico de siete  años que se ve sacudido por la inexplicable
muerte de Soledad, su hermana adolescente. Con la música como arma
(representada en tres cassettes pertenecientes a ella) el protagonista emprende
su travesía generacional, con una familia devastada como escenario. En junio,
Erlan participó del 9° Argentino de Literatura, organizado por la Secretaría de Cultura
de la UNL. En
el marco de esa visita, charlamos con él sobre sobre su novela, los desafíos
que implica este paso originario y el presente de la narrativa nacional.
Letras y melodías
—El título de la novela remite a una canción de Joy Division
¿qué lugar ocupa la música y esa banda?
—Es fundamental en cualquier cosa que escribo. Primero
porque trato de capturar ciertas melodías que tengo, y en segundo porque me
ayuda a aislarme. Suelo escribir rodeado de gente gritando y enloquecida. La
música me lleva a un trance de escritura interesante. Cuando puedo escribir en
mi casa, escucho discos. Últimamente no lo estoy haciendo, pero esta novela la
elaboré durante siete años oyendo permanentemente a Joy Division. Fue por una
cuestión de gusto personal, es un grupo que siempre me interesó. Al principio
me parecía conflictivo. Cuando era chico lo notaba sombrío, con mucha
distorsión. Después fui entendiendo el significado de esa oscuridad. Y la
música estructura la novela. Desde el título y también con los cassettes que la
hermana del protagonista grabó y que él encuentra. Agustín cree que a través de
ellos, Soledad le está hablando. Y me parece que tiene sentido. Porque la
música que escuchás, está diciendo lo que pensás.
Crecer de golpe
—El eje de la novela se sitúa en el pasaje de la infancia a
la juventud. ¿Cómo realiza el protagonista esa transición?
—La escritura inicial de la novela tuvo una versión en
primera persona y en pasado. Un narrador que desde su perspectiva hablaba sin
problemas de lo que le había ocurrido a los siete años. Y a partir de ahí
recordaba. El problema surgió cuando la terminé y vi que no funcionaba. No me
creía esa voz, empecé a dudar de ella. Necesitaba que me provocara y no pasaba
nada. Investigué en qué había fallado y entendí que era en lo que a mí me pasa
cuando intento evocar mi pasado. A veces no consigo acordarme de lo que hice
ayer. Y es muy complejo, porque empiezan a sumarse mentiras y construcciones
ficticias. El pasado es una ficción que uno se elabora. A veces por traumas y
otras por ideas que no tenías muy claras. Pero hay que preguntarse si eso
sucedió de esa manera. La reescribí y en la primera página negué la manera en
que comienzo a leer la historia. La novela abre con esta frase: “la historia no
empieza así”. Y ahí arranqué a describir en tercera persona y cometí un error
al final, cuando irrumpió una primera persona. Ese cambio de voz me hizo ver
que había algo interesante para profundizar. Y me dejé guiar. Me planteé esa
idea: las personas vamos cambiando, no somos los mismos a lo largo de nuestras
vidas. Ese pasaje me servía para estructurar el relato, y también para
desordenarlo. Porque me interesaba más mantener el caos. Por eso me dejé llevar
por esa equivocación. Y fue un rasgo que en la novela se conserva, a pesar de
que durante el proceso me despertaba dudas pensar si se iba a entender. A
veces, en una misma oración se habla del “chico” y de un “yo”. Era  un problema a solucionar, pero me parecía que
lo interesante era no resolverlo.
La pieza inaugural
—Es tu primera novela ¿qué recorrido realizaste hasta llegar
al texto final? ¿Qué repercusiones tuviste?
—La edición es rara. Habituado a escribir periodismo, en
donde me lee más gente, me apasiona lo que pasa con la literatura. Me importa
mucho más generar discusiones y problemas dentro de las personas más cercanas.
Y me interesa algo que me pasó cuando de chico escribí un texto y se lo mostré
a una de las tías locas que tengo en Santiago del Estero. Ella se horrorizó con
lo que había escrito. Siempre quiero generar algo en el lector. Y como yo soy
mi primer lector, esa provocación me tiene que afectar de alguna manera. No
puedo terminar una novela y ser el mismo que la empezó. Hay muchas ideas que
aparecieron, se cruzaron y me modificaron ciertas maneras de pensar. A veces
los personajes o el narrador están diciendo algo en lo que no creo. Me gusta
terminar de escribir temblando, por la construcción de una escena, un sentido y
un sentimiento que existen en esas palabras. Por otro lado, la recepción fue
buena. Hay cosas que están buenísimas. Que Piglia me escriba un mail diciéndome
que le gustó. O que Luis Gusmán la lea. Son referentes que tuve al momento de empezar
a leer. Me genera satisfacción, pero ser escritor tiene unas cuestiones con el
ego que me molestan mucho. El ego existe y uno tiene que luchar contra eso.
Ahora estoy tratando de escribir otra obra y me voy olvidando de lo que pasó.
Jóvenes argentinos escritores
—Formas parte del OLAC, participaste de la coorganización
del ciclo de discusión estética Manifesto, y sos editor de la revista Ñ. Desde
tu experiencia como escritor ¿cómo observas a la narrativa joven actual de
nuestro país?
—Hay escritores muy buenos como Carlos Busquets o Federico
Falco, que tienen una novela editada. Y son tremendas en varios sentidos: en lo
estilístico y en el nervio que están trabajando. Y también son universos
literarios sumamente diferentes. Es interesante que eso ocurra. Tengo una
disputa constante con mi generación porque me peleo conmigo mismo. Me tengo que
cagar a trompadas un par de veces para entender lo que quiero. Y la generación
también necesita unos sopapos. No está mal tener alguien que te esté diciendo:
“dale flaco, empezá a escribir en serio, no publiques cualquier cosa”. Eso es
algo que hay que tener en cuenta. En el OLAC nos leemos a nosotros, pero
también a colegas de nuestra generación. Hernán Ronzino tiene otro mundo
literario muy particular, con un ritmo y una voz bastante propia. Mauro
Libertella acaba de sacar Mi libro enterrado, una memoria prematura de la
agonía de su padre, Héctor Libertella, un escritor absolutamente vanguardista.
La crítica deberá hacerse cargo de definir si somos una voz que esté hablando
del presente. Eso no es algo que podamos identificar. Y si lo hacemos, caemos
en una pretenciosidad de la que no tengo ganas de formar parte.
Publicada en Pausa #118, miércoles 31 de julio de 2013

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