La cultura le responde a la violencia

El
sociólogo mexicano Héctor Castillo, creador de modelos de intervención
aplicados para integrar a jóvenes en situación marginal, habla sobre la
experiencia de su “Circo Volador”.
Por
Marcela Perticarari
El
bigote típico y el uso frecuente del pinche cabrón en su vocabulario delatan
enseguida la nacionalidad de Héctor Castillo, coordinador de la Unidad de Estudios sobre la Juventud del Instituto de
Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México y creador
de Circo Volador, una experiencia de acercamiento a jóvenes excluidos a la que
definió como “un trabajo desde el subterráneo, que es donde están las
problemáticas juveniles”.
Castillo
llegó a Santa Fe para participar de la Sexta Conferencia
Provincial de Políticas de Juventudes, organizada por el Gabinete Joven de la Provincia el pasado 18
de octubre bajo la consigna “30 años de Democracia, 30 años de elecciones”, y
llevada a cabo en un marco de numeroso público que llegó desde todos los puntos
de la provincia.
Hector Castillo abrió su oreja a los jóvenes de ese mar urbano llamado México DF: comenzó en una radio y hoy es un modelo de intervención.
En
primer lugar, el sociólogo señaló que “cuando hablamos de jóvenes acostumbramos
a decir ‘los jóvenes mexicanos’ o ‘los jóvenes argentinos’, pero los jóvenes no
existen, no son un grupo social único: son muchos grupos sociales con orígenes,
necesidades y capacidades diferentes. Sí tienen una característica, y es que se
están agrupando de muchas formas, cosa que no pudimos hacer las generaciones
anteriores que tuvimos que luchar en contra de las autoridades. La libertad no
se gana gratuitamente, se gana a pulso, con lucha y trabajo. Y ahora, de
grande, mi función es abrir estos espacios, darles el micrófono, abrir el juego
a nuevas formas de educación, de inserción laboral, a las nuevas culturas que
se están generando en las comunidades juveniles para a aprender a socializar
los valores de amistad, solidaridad, futuro, esperanza, sueños, deseos, ganas,
respeto, honestidad. La tarea del sociólogo es dar la palabra, escuchar y
tratar de apoyarlos en su desarrollo”.
Un gran
circo volador
Sobre
la experiencia, Héctor Castillo contó que “en 1987, en el Distrito Federal de
México, había un problema severo provocado por los medios masivos de
comunicación, que habían declarado la guerra a las pandillas juveniles.
Entonces el gobierno de la ciudad fue a la universidad y pidió un sociólogo que
se pueda meter con las pandillas. Como yo había sido barrendero, chofer de
camión de basura, cartonero y comerciante ambulante, me metí en ese mundo y
encontramos que los medios de comunicación tenían una serie de adjetivos
calificativos para los jóvenes en general: drogadictos, asesinos, violadores,
alcohólicos y vagos. Incluso hoy en día la mayor parte de los jóvenes se
detiene por un delito que no está escrito en ningún Código Civil: la portación
de cara. Ser moreno, petiso y pobre es peor, porque la policía detiene y
extorsiona”.
Los
fines de semana llegaba el punto crítico en el DF, donde las detenciones
alcanzaban a miles de jóvenes que empezaron a organizarse, y las muertes entre
los dos bandos no tardaron en llegar. “Tuvo que llegar una política pública
para ver qué estaba pasando”, señaló el sociólogo. Tras ocho meses de
investigación, la universidad entregó un diagnóstico donde aparecieron 1.500
pandillas en la parte central de la ciudad y 2.300 en la zona metropolitana, en
un radio controlado por 200 policías. Y de los 32 millones de jóvenes menores
de 29 años que había, 15 millones eran pobres. “¿Cómo no se iban a volver
soldados, halcones o sicarios si ganaban 200 dólares a la semana? Cuando se
habla de narcotráfico o crimen organizado, es el resultado de un proceso
estructural del país. Me preguntaron qué hacían ante ese panorama y les dije:
soy sociólogo, no mago. Y empecé a pensar cómo entrar en contacto con estos
jóvenes”, añadió.
Y continuó:
“Necesitaba tener un mecanismo de comunicación con todos y volví a los medios
de comunicación. Había una radio oficial que no pasaba la música de esos
jóvenes y reproducía los mensajes del gobierno. Pedí esa estación, cambiamos la
música y empezamos a mandarles saludos a las pandillas, que tenían nombres como
Bastardos, Cerdos y Mierdas. Tenía a dos trabajadoras sociales que atendían sus
llamados y les sacaban información que yo iba poniendo en mi mapa, así empezaba
a conocer los personajes. Los sábados por la noche hacíamos un programa donde
denunciábamos las detenciones ilegales y traíamos a los jóvenes para darles el
micrófono, algunos lo usaban para insultar al presidente. Entonces los sábados
transmitíamos y los lunes por la mañana yo iba a pedir perdón al Ministerio del
Interior, a explicarles que se trataba de un proceso de investigación, que esos
jóvenes buscaban confianza y respeto. En la semana recorríamos los barrios para
conseguir información. Decidimos que no íbamos a trabajar sobre los problemas
de los jóvenes y empezamos a conocer sus habilidades, sus potencialidades, sus
sueños, abordando las cosas reales y las acciones que se pueden hacer”.
Después
de cuatro años de hacer radio, Héctor Castillo y sus colaboradores entraron en
contacto con muchos jóvenes y el proyecto demandó la creación de una asociación
civil que les permitiría trabajar de manera más organizada: “Se llamó Circo
Volador porque andábamos en una combi de un barrio a otro con otras siete
personas que usaban su mismo lenguaje, los conocían y todos teníamos apodo de
animal”. Con parte del material clasificado, Circo Volador presentó un nuevo
proyecto cuyo objetivo era apoyar la profesionalización de los jóvenes a través
de la realización de actividades que consistían en producir una serie
radiofónica, organizar ciclos de videos, ofrecer clases de música y talleres de
serigrafía para jóvenes no profesionales. Tras la consolidación de esa
propuesta, se creó el primer observatorio de la juventud que permitió la
detección, profesionalización y presentación de las distintas manifestaciones
culturales juveniles con un mismo lenguaje, lo que redundó en conseguir un
mayor grado de integración social de los grupos juveniles con el resto de la
sociedad.
“Necesitábamos
un espacio donde aterrizar ese circo. Conseguimos un lugar abandonado para
recuperarlo y así empezaron a llegar las segundas generaciones de jóvenes”,
recordó Castillo. El sitio elegido fue un cine abandonado que en 1997 comenzó a
operar como Centro de Arte y Cultura Circo Volador, con un equipo de trabajo
conformado por 25 jóvenes. En principio se plantearon tres conceptos de
operación: la promoción de participación popular, la organización autogestiva
de las actividades culturales y el desarrollo plural de los grupos sociales en
relación con sus propias necesidades. Allí se dictaron cursos de capacitación
en áreas como electricidad, plomería, albañilería, pintura, iluminación,
sonorización, grabación y producción radiofónica. Además se realizaban charlas
y conciertos masivos de bandas nacionales. En el año 2000, el centro cultural
fue clausurado con un argumento ridículo: no contaba con estacionamiento para
240 autos. Al año siguiente, con el espacio cerrado, se inició la transmisión
radiofónica de Jóvenes en Monitor y en 2002 se logró la reapertura con
numerosos eventos culturales que buscaban promover el debate sobre la juventud
en el gigante DF.
Hasta
2010 se realizaron cerca de 230 talleres artísticos y productivos. Una gran
cantidad de jóvenes se fueron integrando a proyectos periféricos del Circo
Volador y uno de ellos, relacionado al graffitti como movimiento urbano, logró
el respaldo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Actualmente, numerosos
convenios con entidades locales e internacionales consolidan y colaboran con la
reorganización de la labor iniciada en los 90.
“Un
hombre maduro”
En su
visita al programa Caídos del Catre (Radio Nacional Santa Fe), Héctor Castillo
también habló de Circo Volador, que “ya se convirtió en un hombre maduro de 25
años”. Desde su punto de vista, “hay cosas que en América Latina siguen estando
vigentes: la escuela no le interesa a los jóvenes y hay deserción, la familia
está desarticulada y gran parte del empleo es informal. La alta cultura tampoco
les dice nada y empiezan a generar sus propias identidades. Algo no estamos
haciendo bien, entonces hay que abrir espacios de participación y crear nuevos
agrupamientos de contención social. Me interesa desarrollar modelos de
intervención con jóvenes en situación de violencia porque ése es el problema
central de América Latina. Cuando cambiamos el paradigma, ellos se convierten
en actores estratégicos, les damos peso en la sociedad como capital social de
cambio. Lo que tenemos que hacer es formar ciudadanos, no clientes políticos
para los partidos”.
“En
estos 25 años encontramos que se podía sistematizar la experiencia en un modelo
de intervención llamado Jóvenes y violencia: qué hacer con ellos, una guía
metodológica para acercarse al problema y construir un modelo en cada comunidad
que permita conocer la realidad y entender el capital social para poder
desarrollarlo con los propios músicos, graffiteros, grupos de estudiantes, cómo
enfrentar con eso el asunto de la violencia y cómo ligarlo con los aparatos
estatales que tienen esos espacios para lograr visiones de mediano y largo
plazo. Lo interesante es la memoria y que haya un registro de esa actividad.
Desde el punto de vista de la sociología, construimos un modelo de intervención
que nos llevó a trabajar en distintos estados de México como Tijuana, Ciudad
Juárez, Nogales y Tamaulipas; intervenimos en Brasil y esta idea se convirtió
allí en política pública. También nos cruzamos con cárteles como Los Zetas y
aprendimos que nuestro nivel de investigación, el papel de los medios, el
compromiso estatal y nuestra propia acción tienen limitaciones”, repasó
Castillo.
Consultado
por la fórmula para mantener la atención de los jóvenes a largo plazo, el
sociólogo analizó que “ya le dimos el micrófono a cuatro generaciones de
jóvenes. Los primeros decían ‘ya no quiero más policía’ y hoy dicen
‘necesitamos más apoyo para crear espacios culturales’. Hubo una transformación
en los mensajes, que siguen siendo de rebeldía y demanda social, pero hay
colectivos agrupados alrededor de actividades culturales, artísticas,
educativas y de empleo”. Y cerró la entrevista señalando que “Circo Volador es
una especie de utopía hecha realidad, la única forma que le dio un sentido
importante a mi vida”.
Publicada
en Pausa #125, miércoles 6 de noviembre de 2013

Disponible
en estos kioscos

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