El canto de Salta

La música del Cuchi Leguizamón, en uno de sus discos
emblemáticos.
Por Pablo Ayala
¿Quién pondrá los títulos de algunos discos? ¿Los artistas,
las empresas, caen de maduros? Quizás las tres opciones coincidieron en El
Canto de Salta, un disco de 1971 del Dúo Salteño y Cuchi Leguizamón.
Pienso en como se van encadenando situaciones y momentos,
coincidencias o lo que sea para llegar adonde llegamos, en este caso a los
discos o a los autores. Voy rumbo al gran creador salteño Gustavo Leguizamón,
el Cuchi.
En el 92 llegó a casa nuestro primer centro musical.
Escuchaba lo que escuchaba todo el mundo, lo que pasaban en la radio, y todo lo
que podía. Melomanía, que le dicen. Empecé a indagar en los cassettes de mi
viejo el Lito. En uno aparecieron tres temas del Dúo Salteño grabados de la radio,
que me sacaron la peluca. Como un loco, me compré dos discos (todo lo que se
conseguía en el mercado por esos años, aunque ahora no se consigue mucho más).
Ví que el Cuchi Leguizamón era el autor de muchos de los temas que
interpretaban. Esos encadenamientos me llevarían además a MPA (Músicos
Populares Argentinos, grupo antológico del Chango Farías Gomez junto a Peteco
Carabajal, Jacinto Piedra, Veronica Condomí y Mono Izaurralde) a Raúl Carnota,
a Luis Salinas, y también a varios discos feos; no siempre me salían bien los
experimentos.
Fallecido en el 2000, Gustavo Leguizamón es una referencia indiscutida para músicos de todos los estilos.
El Cuchi: pensante, polifacético, dueño de un gran humor,
pícaro, apasionado, amigo del baile, la noche, el vino y el foklore, la fiesta
popular, entusiasta buscador de respuestas a los dilemas existenciales del
hombre, abogado, profesor de historia, enigmático y encantador, llegó incluso a
ser diputado provincial durante el gobierno de Illia.
Su padre, melómano, pasaba las tardes escuchando música y
compartiendo con su hijo. Se dice incluso que pretendía enviarlo a París a
perfeccionarse en el arte músical, cosa que no quiso, y arrancó para La Plata a estudiar Derecho,
profesión que abandonaría “harto de vivir en la discordia humana”.
Vuelvo al concepto enunciado en mi nota para el Pausa
anterior: cuento como quien le cuenta a un amigo. Quizás despierto curiosidades
y hago que alguno se acerque a la música, en ese caso ¡misión cumplida!
Entre los temas de Cuchi se cuenta “La pomeña” una belleza
poético musical que con poco pinta peculiaridades genialmente, por ejemplo: “la
cara se le enharina, la sombra se le enarena…” (pensemos en los carnavales del
norte, donde la harina tapa la cara y con esto las verguenzas), “el trigo que
va cortando madura por su cintura” (resulta que en lugares altos el trigo no es
el que conocemos por estos lares, y madura siendo mas bien petiso, dandole a la
cintura, en este caso a Eulogia).
“Carnavalito del Duende” está entre mis canciones
predilectas. El duende norteño forma parte de mitos y leyendas, tiene una mano
de plomo con la que roba y hace macanas y otra de lana con la que acaricia
cuando se pone romántico.
Entre los que puntean el ranking de temas más conocidos
aparece “Balderrama” tema que homenajea a un lugar. La cuestión es que
Balderrama era una fonda, un bodegón donde cualquiera podía ir a cualquier hora
y comerse un plato de guiso o tomar un vino, reírse o compartir con
guitarreros, obreros, camioneros, bohemios y calaveras de diversas
procedencias. La canción trajo fama y el sitio se convirtió en otra cosa: puso
a un tipo en la puerta con lista de invitados y ahora paran colectivos de
turismo llenos de japoneses que ven un show de boleadoras y artificios
folklóricos. Siguió generando coplas el boliche, ya sin el romanticismo de
estas que le dieron la fama pero no con faltas a la verdad. Ahí va una “yo lo
he visto a balderrama / en las noches a deshora / cantándole al carnaval / con
caja registradora....”
Retratos Sonoros fue una serie de grabaciones lanzadas por la Secretaría de Cultura
de la Nación
en los 90. Son entrevistas a diferentes artistas por Blanca Rébori, en el
programa radial Raíces, editadas con música. 30 discos muy recomendables, que
supuestamente se consiguen en las bibliotecas. Un volumen está dedicado al
Cuchi.
El Cuchi estiró la pata en el 2000, pero desde un tiempo
antes estuvo complicado, en silla de ruedas e imposibilitado de tocar el piano.
Al respecto, Jorge Marziali escribió en su tema-tributo “El Cuchi Musiqueador”:
“Tata dios lo mira fiero y lo tiene castigado, ya ha de condenarlo un día en
cielos desafinados…”. Y Horacio Guarany le dedicó la zamba “Padre del
Carnaval”, cuyo estribillo dice: “Vino hermano, si lo ves al Cuchi Leguizamón
pégale el grito: ¡vamos pal norte! quemando el corazón, alza tus pilchas vamos
pal norte, Cuchi Leguizamón”
En De Ushuaia a la
Quiaca, la mítica obra de León Gieco, aparece interpretando
“Me voy quedando” y cantando una versión espantosa de la zamba “Maturana”. Ya
estaba muy viejo y arruinado, y según ha contado León, el Cuchi iba a tocar y
él cantaría, pero a León no le salía bien, así que ahí decidieron que sería el
mismo Cuchi quien cantara. Había cariño, respeto y reconocimiento de por medio,
y fue una decisión conjunta, por lo tanto no es criticable. Dato de color: el
Maturana del Cuchi es un chileno que vive en Salta. La banda mendocina Karamelo
Santo tiene una canción alusiva llamada “El nieto de Maturana” donde este otro
chileno cruza la frontera trayendo “yerbas malas”.
Entrando en terreno técnico, en su música aparecen
características contemporáneas y un tratamiento particular del sistema tonal,
sobre todo considerando la música popular de la época: utilización del modo
menor dórico (ejemplo: estando en La menor aparece el Re Mayor), en el modo
mayor el cuarto grado menor (en el DoM aparece el Fam) o resoluciones con cambios
de modo (venir menor y resolver mayor y viceversa).
Dos anécdotas que ligan al Cuchi con nuestra ciudad: en casa
de Hugo (no voy a personalizar porque no pedí permiso, pero esto es lo que me
contaron) se armaban grandes tertulias con numerosos artistas que llegaban a la
ciudad. “Contra la pared aquella estaba el piano y ahí tocaba el Cuchi” me
cuenta la viuda de Hugo, mientras me muestra fotos. Parece que un día el hombre
venía medio quemado y le pidió como suplicando “Madrecita, haceme una sopa”.
Quien lo ha escuchado en entrevistas sabrá que el Cuchi
tenía una forma de expresión muy particular, imitando viejas, animales o lo que
hiciera falta. Estando en Santa Fe, Hugo y sus amigos lo llevaron a ver un
partido de Unión. Era el año 79 (recordado por el subcampeonato, luego de
terminar igualado con River) y fueron a ver un partido contra Ferro,
probablemente. Al Cuchi le llamó la atención el porte de Pumpido, con una
camiseta verde y un peinado medio afro y voluminoso. El tema es que comentó que
parecía un duende. En una de las primeras jugadas del partido le patean a Nery
Alberto, pone manitos de manteca y el balón termina en la red, a lo que el
Cuchi gritó un particular ”Duende, pero duende ¡que te hai puesto dos manos de
lana!” lo que despertó una intensa risotada entre los circundantes. El partido
habría terminado 2-1 a favor del Tate.
El enorme humor con que se tomaba la vida era evidente tanto
en entrevistas como en las palabras con que presentaba sus temas al tocar en
vivo. Para muestra basta un botón. Ahí va un parrafo, existencial y filosófico
tanto como humorístico: “Hay que tener la gran regadera para matar los dogmas,
para echarle cianuro a los dogmas, y enseñarle a los cerebros a pensar... Hay
gente que nos quiere detener en la edad media, y quiere que todo esté a
oscuras. Pero acordate cuando te quieran llevar al oscurantismo todo lo que
pagás de luz y aprovechala a la luz, porque no puede ser posible que
pretendamos oscurantismo con una luz tan cara”.
Cuchi es un tipo enorme que cada vez abarca más y está
presente en toda la música argentina actual, como referente, y es muy común
encontrar sus temas no solo en los repertorios de los intérpretes folklóricos,
sino también entre músicos del jazz, el rock y de otros géneros. Ojalá sus
discos se reediten al menos en los nuevos formatos digitales. Hay mucho
disponible en Youtube, como un documental hecho para la televisión salteña. Ahí
estamos, pa´lante y seguiremos, ¡abrazos!
Publicada en Pausa #127, miércoles 4 de diciembre de 2013

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Un solo comentario

  1. Allá por principios -negros, por cierto- de los '80, Juan Carlos Mareco tenía un programa de TV llamado Cordialmente. A las dos de la tarde, si mal no recuerdo, y consistente en unos "invitados" que se sentaban en sillones que asemejaban el living de una casa. Invariablemente, uno era un músico, al que, en algún momento, se le invitaba a tocar alguna de sus canciones.
    Los que vivimos aquello lo recordamos con verdadero cariño: los músicos no eran, precisamente, Sabú o los de moda en la época. El Cuchi fue uno de ésos.
    Cuando le tocó tocar... se sentó a un piano y se mandó una pianada digna de Franz Liszt. Fenomenal.
    Mareco, tan sorprendido -y conmovido- como todos los que estábamos viendo el programa le preguntó, al terminar... "¿cómo se llama éso, Cuchi?"
    El Cuchi, con una sonrisa pícara en su peculiar cara -carota, digamos-, dio a conocer un título insólito:
    -Canción de cuna para el vino.
    Inquirido que fue por semejante título, pasó a explicar el origen de la obra. Más o menos así:
    "Un domingo nos juntamos en mi casa con Jaime Dávalos, Falú y el Gordo (Juan Carlos)Saravia para comer un asado. A la dos de la tarde nos quedamos sin vino... Imaginate... domingo a las dos de la tarde en Salta. ¿Dónde conseguimos vino? Lo mandamos a Saravia, el más chico, a buscarlo. Como dos horas después se apareció con una damajuana, la traía entre los brazos como si fuera un bebé, no fuera cosa que le caiga. Ni bien lo ví entrar me senté al piano y me salió ésto".
    Un genio.

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