Guitarras del barrio

Diez años de La
Gran 7: la fuerza sin descanso del rock.
Por Marcelo Przylucki
Nada más que celeste bajaba del techo abierto del Mercado
Progreso, mientras mucha gente con remeras de la banda cruzaba el lugar,
haciendo llamadas por teléfono, trasladando cajas, afinando instrumentos. El
escenario era un gigante, alzado como una fortaleza, con los clásicos telones
ilustrados con el arte del disco (cuyo encargado histórico es el ilustrador
Sebastián Farías). La puesta fue similar a aquella ofrecida en la accidentada
fecha en el Club Ferroviario a fines de 2008, cuando a causa de la lluvia hubo
que desarmar todo rápidamente y tocar sólo con los equipos en el galpón del
lugar: “Hoy temprano cuando cayeron algunas gotas tuvimos miedo”, confesaría
luego el frontman Emiliano Haquín. Fueron pocos los que obedecieron
estrictamente a los anuncios que indicaban el comienzo para las 18.00; hicieron
bien los que se tomaron más tiempo, el calor no suele ser amena condición para
las esperas. Sin embargo, los que ya estaban solucionaron el problema haciendo
mover a la barra.
Foto: Bárbara Favant
La previa se musicalizó con sonidos que han operado como
fecundadores de la banda: Los Piojos, Las Pelotas, Patricio Rey y sus
Redonditos de Ricota, intensas influencias evidentes en los inicios
gransieteros. A las 19.20, Malpaso, oriunda de Córdoba, se encargó de calentar
los oídos con un rock prolijo, renovando a cada canción su pertenencia a la
camada de bandas cuyo estandarte es El Bordo. El ruido colaboró al incremento
del público. De repente, las promotoras no daban abasto reiterando descuentos y
la barra estaba activada a más no poder.
Mientras las luces bajaban, el murmullo hacía el camino
inverso. Luces y humo componían una simulación de una tormenta arenosa, rojiza,
densa, como las Nubes de tierra que titulan el nuevo trabajo de La gran 7. Unas
sombras alzan los instrumentos y de pronto ya está sonando un clásico de la
primera época, del demo Adoradores de Fiyol (2005): “El Final” fue el encargado
de inaugurar la velada de los diez años. Palmas y banderas, el calor ya no era
una excusa, otra vez había ese clima de un grupo de amigos músicos que
calentaron cada escenario de la ciudad y que se embarcaron en caravana a tantos
otros distritos. “Esencia” comenzó a sonar inmediatamente después: “No se puede
vivir sin preguntar, sería muy difícil no entenderte”, comienza y se confirma
como uno de los temas que figuran inmejorablemente al segundo álbum, El alma de
las cosas (2010). “Quiero” y “Llegaría” (Vida descartable, 2007, disco debut)
siguieron como un estallido  cuya mecha
se encendía con cada arreglo de Nicolás Fabre, primera guitarra. Luego llegó la
oportunidad de escuchar algo de lo nuevo, “Lo que fue y será”.
Otros músicos de la ciudad se acercaron a compartir la noche
o simplemente a dejar sus felicitaciones, amigos y ex integrantes de la banda
hicieron lo propio e incluso más, ya que para interpretar uno de los punteos
más pregnantes de aquel primer disco, Nicolás Ribas volvió a oficiar de
guitarrista principal durante lo que duró “Tarde”: “Infinitamente agradecido
con los chicos, que siempre me tienen en cuenta y me ayudan a continuar
sintiéndome parte de esto, por suerte salió todo bien”, se confesó uno de los
miembros emblemáticos de la primera hora de La gran 7. Nicolás Bustamante,
cantante de Malpaso, y Marcelo Cornut, quien fuera reemplazante de Ribas, se
sumaron a los festejos desde arriba del escenario.
A esta altura, ya todos se habían descontracturado: los
seguidores de siempre y los nuevos celebraron a viva voz cada estribillo, los
problemas de sonido ya estaban corregidos, la banda estaba entrada en calor y
animosa de repasar su década, en la que pisó escenarios míticos como Willie
Dixon (Rosario), Captain Blue XL (Córdoba), TheRoxy Live y el Teatro de Flores
(Buenos Aires). La despedida comenzó a hacerse manifiesta al aproximarse a la
veintena de canciones tocadas (fueron 29 en total). “Tuviste abril” y “Mi
ficción”, otros clásicos, daban cuenta de que la recta final estaba cerca. Más
todavía cuando algunos reflectores se oscurecieron para que suenen las
bajoneras “Me hacés” y “Sol (No tenés perdón)”, que logró pintar también la
postal familiar cuando Camila y Julieta D’Agostino saltaron a las tablas a
saludar a todos, especialmente a su papá Marcelo, baterista de la banda: “La
verdad que la cantidad y la intensidad de las emociones de hoy son
indescriptibles. Incluso recibiendo abrazos de gente que no cruzamos hace un
montón y que hoy nos vuelven a acompañar, eso es lo más lindo que nos llevamos
hoy” confesó a Pausa uno de los miembros fundadores tras el show. Micrófono
mirando a los sudados y gritones protagonistas del agite en el campo, para la
introducción de “Vida descartable”, arrancó el que siempre se va último, con el
último soplo de Emanuel Haquín, armonicista y saxofonista.
Desde las primeras recorridas por programas locales y
presentaciones en El Birri o El Club del vino hasta las fechas con Cielo Razzo,
Las Pelotas y The Wailers (los músicos de Bob Marley), La gran 7 se convirtió
en la banda más convocante de la ciudad. Los micros a Esperanza, Rosario y
Buenos Aires van repletos, suerte con la que tantos otros tantos no contaron.
Esta primera década no sólo no encuentra a los muchachos
dormidos, sino que renueva sus ánimos de redoblar esfuerzos por conformar las
grillas más importantes: “Un disco, giras por lugares en los que ya estuvimos y
por nuevos como Vera y Reconquista, y el show de hoy, redondean un año
magnífico para nosotros. Y el año que está por empezar nos va a encontrar
intentando darle más difusión a la banda con fechas en Cosquín y en la Costa Atlántica”,
concluyó D’Agostino.

Publicada en Pausa #127, miércoles 4 de diciembre de 2013

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