La caída de la Casa de la Cultura

Es un perla del pasado en pleno bulevar, pero se está
desmoronando. Sin definición sobre sus futuras funciones, las obras de
restauración se encuentran paralizadas.
Por Milagros Argenti
Pese a ser Monumento Histórico y Cultural Provincial, la Casa de la Cultura ha chocado, a lo
largo de décadas, con obstáculos varios para su recuperación total: falta de
planificación, de decisión política y de interés, fundamentalmente. Mientras
tanto, el valioso inmueble presenta un inocultable aspecto ruinoso tanto en su
exterior como en su interior, y los trabajos que en él se realizan siguen
siendo escasos y desordenados.
Breve historia de un ícono
El inmueble situado en Bulevar Gálvez 1274 data de 1910 y
fue construido por orden de Luciano Manuel Leiva (1877-1924), hijo de Luciano
–gobernador de la provincia entre 1892 y 1896– y bisnieto de Manuel
–constituyente en 1853–, un integrante del sector social más influyente de
comienzos del siglo XX en Santa Fe. Si bien se desconoce la autoría del
proyecto, se sabe con certeza que Francisco Ferrari estuvo vinculado a su
ejecución. Ferrari fue quien edificó la Casa Gris.
Entre 1916 y 1919, Rodolfo Lehmann ocupó la vivienda junto a
su familia. A partir de entonces, el inmueble empezó a ser conocido como “la
casa de los gobernadores”. Luego de que la provincia lo comprara en 1942, se
dispuso por decreto que el inmueble sería la residencia oficial de los
mandatarios. Pero el 17 de noviembre de 1990 se constituyó a la construcción
como sede de la Casa
de la Cultura
de la ciudad de Santa Fe. En 1998 el edificio fue declarado Monumento Histórico
y Cultural por la ley provincial 11.659.
Salvar la estructura
La
Asociación de Amigos de la Casa de la Cultura fue creada el 14 de abril de 1998 con el
objetivo de “llevar adelante un proyecto de restauración integral y puesta en
valor” del lugar. Ya en ese entonces, el inmueble se estaba hundiendo. Los
caños pluviales y cloacales se fueron rompiendo y su contenido se esparcía
libremente sobre el jardín circundante. Con el tiempo, la construcción terminó
prácticamente asentada sobre barro.
A partir de 1999, la entidad se abocó a solucionar ese grave
problema. Luego de hacer un estudio del suelo, se consolidaron los cimientos
para que la casa recuperara capacidad portante: se inyectó cemento y se recalzó
la estructura mediante micropilotes hasta volverla a su posición original. Esos
trabajos se prolongaron por 10 años.
Paralelamente, se procuró un mantenimiento básico de ventanas,
paredes y techos, se destaparon cañerías, se desmalezó y desratizó y se
apuntalaron vigas y aberturas. En todos los casos, la asociación recibía los
subsidios y tenía a su cargo la contratación de las obras –con la asunción de
responsabilidades que eso implica– y la correspondiente rendición de cuentas
ante el Estado provincial. Según datos de la institución, la inversión total
fue de $ 1.369.729,30 entre enero de 1999 y julio de 2009.
Restaurar sin planificar
Una vez salvada la estructura, llegó el momento de la
restauración propiamente dicha, que es sin dudas lo más costoso. La idea de la
asociación era avanzar por etapas, siguiendo el proyecto integral elaborado por
la arquitecta de la entidad, Silvia Bournissent, a pedido del gobierno de Jorge
Obeid. El 29 de noviembre de 2006 el entonces mandatario provincial prometió
recuperar el inmueble antes de culminada su segunda gestión y anunció una
inversión de cuatro millones de pesos con ese fin. Pero el trabajo de
Bournissent cayó en saco roto y la mecánica continuó siendo la de siempre: la
entrega de subsidios en cuentagotas y la ejecución de tareas sin una
planificación total. Luego, los socialistas se encargaron de prolongar esa
lógica hasta nuestros días. Comenzando por el ex gobernador Hermes Binner, que
dio una clara muestra de esa falta de visión holística.
Espera impaciente por obras el gigante, que hasta tiene habitaciones de madera en los techos. Foto: Olivia Gutiérrez
El 10 de junio de 2009 el ahora diputado nacional electo
anunció una partida de un millón de pesos para la Casa de la Cultura. La asociación
recibió la mitad de ese dinero. Luego, se cortó la sociedad entre ambas partes.
La ruptura nunca se verbalizó, pero hay motivos que se comentan por lo bajo. La
institución destinó parte de ese desembolso a la compra de aires acondicionados
y su colocación y las críticas llovieron: ¿por qué adquirir “lujos” si el lugar
se caía a pedazos? Primeramente, hoy por hoy es impensable un inmueble de uso
público en Santa Fe que no tenga refrigeración. Lejos de ser algo suntuario, se
ha tornado una cuestión de supervivencia para el verano. Y para poder resolver
esa cuestión era imposible poner los splits comunes, porque al ser monumento
histórico, la forma y apariencia del inmueble no pueden ser alteradas: se
requirieron equipos especiales.
Pues bien: ese “ajuste” implica modificaciones internas que
deben ser previas a la restauración final. No tiene sentido erradicar
humedades, reparar aberturas, reemplazar cubiertas, arreglar pisos, yesería y
molduras, y finalmente pintar, para luego romper nuevamente e instalar los
aires. Con ese mismo criterio, la asociación se ocupó del sistema antiincendios
y de las perforaciones para un ascensor para discapacitados. Pero claro, nadie
iba a cuestionar estas acciones.
Las obras, hoy
Actualmente, los trabajos en la Casa de la Cultura están a cargo de la Dirección Provincial
de Arquitectura e Ingeniería (Dipai). Pausa procuró insistentemente una
entrevista con su titular, Oscar Mallía. La intención era conocer, entre otras
cosas, adónde reposa el proyecto que planificó Bournissent y dónde agonizan los
equipos de aire acondicionado comprados hace cuatro años por la Asociación de la Casa de la Cultura, que nunca fueron
colocados. La negativa a ese encuentro fue sistemática y la escueta respuesta
del Ministerio de Obras y Servicios Públicos, recibida vía e-mail, fue la que
sigue:
“Las dos primeras intervenciones para la recuperación del
edificio están en marcha. La primera corresponde a la reparación de aberturas
exteriores y fachada sur del edificio, y está pronta a terminar. El monto de
esta intervención es de $248.198,49. La segunda, correspondiente a la
reparación de aberturas exteriores y fachadas este y oeste, se encuentra en
estado de inicio de obra. En este caso el monto por el cual fue adjudicada es
de $337.760”. El texto promete también que “luego de finalizadas estas acciones
se prevé la continuación de las intervenciones tendientes a la preservación de
mansardas y cubiertas en general, restando una intervención interior; la que
luego de definidos aspectos funcionales y de destino, permitirá la recuperación
integral del edificio y la liberación al uso público”.
Entender el patrimonio
Para la
Asociación de Amigos de la Casa de la Cultura, el valor del inmueble radica no sólo en
su calidad constructiva, sino “en lo que representa como testimonio de los
sentimientos y gustos de la clase alta santafesina de principios del siglo XX”.
Además, es la única vivienda original que conserva en su totalidad la tipología
típica de las moradas que poblaron el bulevar cuando éste se abrió, con claras
influencias de la Belle
Epoque que llegaban a estas tierras.  Lo curioso es que esto, que la entidad
considera un activo, se le ha vuelto en contra en forma de prejuicio. “Lo que
siempre tuvimos como obstáculo para la restauración”, cuentan, “es esa idea de
‘vos querés gastar dinero en algo que pertenecía a una clase acomodada, y los
chicos se mueren de hambre’. Cualquiera que trabaje en preservación de
patrimonio sabe que esa concepción parte de una base equivocada”. Y no es la
única falacia. Es un secreto a voces en los sucesivos ministerios de Obras
Públicas y de Cultura que no se le encuentra utilidad al  inmueble. Su estructura no resiste un uso
popular, y eso frena su recuperación. El propio mail antes transcripto, lo
sugiere: “resta una intervención interior; la que luego de definidos aspectos
funcionales y de destino, permitirá la recuperación integral del edificio”.
Léase: hasta que no se “definan” esos “aspectos funcionales y de destino”, no
se realizará la “intervención interior” que permita “la recuperación integral
del edificio”. Nuevamente, esa visión se da de frente con la noción de
Patrimonio. “El patrimonio es memoria”, indican desde la Asociación. “Y se
preserva el objeto pretendiendo preservar la memoria. Uno opta por rescatar
valor. No medido en términos de ‘cuánto’, sino de ‘qué’”.
La discusión con la provincia no termina allí. “El Molino
Fábrica Cultural o La Redonda,
en el fondo, no comparten esta idea que queremos recuperar, que es la de
casa-habitación para mostrar, no la de edificio público o comercial. Nuestra
gran discusión es que para ellos eso fue recuperación patrimonial y para
nosotros fue recuperación de espacios, indiscutiblemente muy bien hecha, pero
no con un criterio de protección del patrimonio arquitectónico. Son espacios
fantásticos pero ¿qué te quedó de lo que eran? Vos vas a La Redonda y por el entorno
podés inferir, pero adentro no se conserva nada de lo ferroviario. Entonces,
nosotros creemos que tiene que haber una política de protección del patrimonio
por el propio concepto de tal”.
La
Asociación no se arroga el derecho de decidir qué destino
darle a la Casa
de la Cultura. Lo
que pretende es que su restauración no dependa del uso específico que pueda
dársele. “Al espacio hay que recuperarlo, pero también el concepto de lo
patrimonial tiene sentido si hay apropiación a través del uso, cuando la
memoria se transfiere al uso y viceversa. Después cada espacio, a su vez,
define hasta dónde puede ser usado. Los usos vienen definidos por el propio
espacio, y a la vez el espacio también genera el uso. Creado el espacio se
genera la necesidad. No es al revés. Eso se construye al andar, pero al espacio
hay que tenerlo”.
Publicada en Pausa #126, miércoles 20 de noviembre de 2013

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