Avatares del artista

Pálidas, dificultades y azares de los músicos y su
industria.
Por Pablo Ayala
En la edición anterior escribí sobre Cosquín, pero lo que
entregué se trató del recorte de un tema más amplio, tanto que no hubo forma de
hacerlo entrar en una nota. Mi intención era hablar de los festivales, de
ciertas relaciones de poder que surgen del formato, de la profesión de músico,
del público. Me quedé con la sangre en el ojo, y no quisiera saltear algunas de
esas cuestiones relacionadas que me parecen importantes.
Porque la música se hace y es más que la combinación de sonidos,
y porque en la música entran más cosas que la sola  voluntad, propia y privada del sujeto que se
pone a crear en libertad. ¿A qué voy? Si le preguntas a la mayoría de los
músicos (pensemos en los que se dedican a la profesión exclusivamente, y la sostienen
como modo de vida) si están haciendo la música que desean, lo más probable es
que contesten que algunas veces sí, pero que en muchas otras hay que ajustarse
a lo que te da de comer, que hay que parar la olla... Entonces no pocas veces
(me incluyo) tocamos música que no nos gusta tanto, o en lugares donde no
estamos a gusto, o por un dinero que no es justo, o viajando en condiciones que
no son óptimas.
Es compleja la profesión de músico, al punto de no estar
incluso socialmente resuelta. Cuando me toca llenar alguna planilla donde dice
“Profesión” pongo Músico y casi todas las veces el ocasional receptor te mira
como buscando corroborar si uno entendió lo solicitado o se equivocó. En el
monotributo (porque señoras y señores, aunque no lo crean, ¡pagamos impuestos!)
no existe “músico” como actividad y hay que inscribirse en una categoría
bastante amplia y ambigua que refiere más o menos a la producción de bienes y
servicios artísticos y culturales.
Si bien es cierto que existen convenios colectivos de
trabajo y también numerosas instituciones que intentan o deberían ordenar la
actividad, da la impresión de que fracasaron, o al menos les queda corto el
poncho, y cuando se tapan la cabeza se les destapan las patas (para decirlo en
criollo). Entonces por un lado están los músicos que trabajan en los organismos
“tradicionales”, como las orquestas sinfónicas o bandas municipales (cuentan
con sindicatos y todo un ordenamiento de cuánto se cobra por cada concepto de
actividad, etc.) y por otro lado los grupos, bandas, solistas (del área de la
música popular particularmente)  que más
bien a la deriva hacen lo que se puede, y trabajan como se puede. También hay
una distancia grande entre lo que ocurre en Capital Federal y en el interior
del país, mientras algunas instituciones, que al ser nacionales deberían regir
al país completo, allá funcionan bien (o eso parece) y por acá directamente
brillan por la ausencia.
Los programadores de los festivales meten la pata y exponen al abucheo a maestros como Dino Saluzzi.
¿A qué conduce el hecho de que la actividad del músico
popular esté librada a su suerte y no haya un organismo regulador ni un
consenso generalizado entre los propios artistas? Inevitablemente conduce a que
(por la propia necesidad de dar a conocer su obra) se acepten malas
condiciones, se cobre poco por el trabajo o incluso se llegue a no cobrar, y se
baja el piso de la actividad para todos. Pensemos por ejemplo en un empresario,
dueño de un bar al que se le ocurre llevar a un grupo, ¿para qué le va a pagar
a uno que le pide un dinero (cualquiera sea la suma) si consigue gratis a otro?
Esta gente inclina la balanza para su propio beneficio,
utilizando la pasión que los músicos le imprimen a los proyectos y la necesidad
de ser escuchados, de tener espacios, de tener canales para que la obra llegue
a su destino, que es ciertamente el público.
Pero hay más: en Capital Federal y algunas de las grandes
ciudades argentinas estos sujetos han ido más lejos y llegaron a cobrar a los
músicos para tocar, solicitando montos fijos. Actualmente esta es una consigna
de lucha: “No pagues por tocar”. Este “modelito” de hacer que los músicos
paguen tiene adeptos en nuestra ciudad. Sabemos que el dinero está de su lado y
es un aliado fuerte. Organizarse es la única opción que tenemos de
contrarrestar todo esto y de avanzar en la mejora de las condiciones de algo
que es ni más ni menos que un trabajo, el trabajo de músico.
Es posible que cuando estas situaciones sean menos
frecuentes tengamos músicos más felices y con eso música más hermosa.
Un hecho no menor, propio de este tiempo y de los logros del
momento histórico en el país, es la fundación del Instituto Nacional de la Música (Inamu) en 2013 a
través de la ley 26.801 (también conocida como Ley de la Música), el cual está en
etapa de gestación pero que llegado el caso será equiparable al Instituto
Nacional del Teatro o el de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa). Del
acompañamiento y el trabajo de todos depende que este instituto crezca.
Hablé de los festivales, de la profesión, le toca ahora un
párrafo al público. No me extenderé demasiado en temas que nos podrían llevar
muy lejos, tales como la función social de la música (¿Divertirnos, alegrarnos,
despertar ideas, hacernos pensar, acompañarnos? ¿Qué lugar ocupa: es
superficial o fundamental para cada persona?), sólo mencionaré que un público
que exija más de los artistas puede conducir a que exista una mejor música.
Elevar los estándares de la música consumida, sin por ello modificar sus
atributos: que se pueda bailar, que se pueda disfrutar, o cualquier otro.
Mayor tolerancia a lo que es diferente también sería
beneficioso. Vuelvo un poco sobre los festivales para enunciar otro caso de
este verano. La presentación del gran bandoneonista salteño Dino Saluzzi en el
Festival de Cafayate se vio opacada por los gritos del público que pedía por
Los Huayra. Error de los organizadores o un problema de parte del público que
se muestra intolerante. Bueno sería analizar por qué ocurren estas cosas.
Volviendo a Cosquín, (entre tanta pálida) no quiero dejar de
señalar que en la última edición los santafesinos Mauro Spinosi y Javier
Leveratto resultaron ganadores del certamen Pre-Cosquín en la categoría
Conjunto instrumental y tuvieron una destacada participación en el Festival
¡dejándonos muy bien parados! Vayan felicitaciones para ellos.
Exigir mejores condiciones para el trabajo será la única
manera de ir elevando el piso y de ganar derechos. Estamos al habla.
Publicada en Pausa #130, miércoles 26 de marzo de 2014

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