Selva Almada: el contorno de lo real

Foto: Pablo Cruz
La escritora del momento estuvo en el Festival de Literatura
de Santa Fe: una visión sobre su narrativa y su próxima novela.
Por Pablo Cruz
Selva Almada (Entre Ríos, 1973) publicó este año Chicas
muertas
, un relato de no-ficción que rescata las historias de tres muchachas
asesinadas en la década del 80. En marzo fue parte de la delegación de
escritores argentinos invitados al Salón del Libro de París, y el pasado fin de
semana estuvo en la ciudad invitada al 1º Festival de Literatura Santa Fe (Felisa). Leyó sus textos, y participó de la mesa “Ficción /No ficción:
territorios en conflicto”.
UNO/Día
A pocas cuadras de la laguna Setúbal se encuentra el
edificio de la Belgrano,
la vieja estación de ferrocarriles devenida en salón de eventos, que fuera
conocida también como La
Francesa. Es invierno, y cuando las nubes dejan paso al sol,
una suave brisa llega desde la laguna recordando el sabor del verano. Pero hace
frío. En el interior del edificio todo está dispuesto para que inicie el
festival. Tímidamente el público se acerca y va ocupando las sillas. De
espaldas a un gran ventanal hay una pantalla donde se proyecta un video de
apertura, delante de la pantalla una mesa, dos veladores y tres vasos con agua.
Iosi Havilio, Julián López y Selva Almada leerán sus textos. Con cierta
incomodidad comienza Julián,  los asistentes
no terminan de encontrar su sitio, las puertas se abren y se cierran, hay que
ajustar el volumen del sonido. Luego se impone Iosi. Su voz avanza sobre las
primeras filas como un uppercut  de
derecha a cualquier nueva distracción que amenace a la mesa. Cuando le toca el
turno a Selva la atención ya está ganada. Con calma, dando un respiro a cada
palabra, lee un adelanto de su próxima novela. El texto está ambientado en el
litoral, un grupo de amigos sale de pesca. Uno de los personajes lleva un
nombre cargado de sonidos, que sabe también a verano: Enero Rey. Lee Selva: “A
veces, Enero Rey sueña con el Ahogado. Él está nadando en el río, cuando siente
que un remolino lo chupa hacia el fondo de barro y arena. Lucha contra esa
fuerza centrífuga. Lucha tanto en sueños que al otro día, en la vigilia, le
duele todo el cuerpo. Entonces, en el sueño, resulta que el remolino, lo que él
cree es un remolino, es, en realidad, el Ahogado que lo tira de las patas”.
Hace muchos años que Selva escribe, pero su reconocimiento masivo llegó con la
publicación del El viento que arrasa (2012). La vuelta sobre lo que Selva llama
“el interior salvaje”, ofrecía una nueva frontera para el asombro. ¿De dónde
salió este libro sorprendente? se preguntaba Beatriz Sarlo en una reseña
elogiosa. A partir de entonces la crítica literaria no le perdería el rastro.
Los primeros comentarios laudatorios, sin embargo, se reservaban el derecho
a  suponer que  El viento… era un golpe afortunado pero
aislado. La aparición de Ladrilleros en 2013 y Chicas Muertas echaron por
tierra esa hipótesis. A partir de allí también suelen reconocérsele a Almada
sus publicaciones anteriores: Una chica de provincia (2007),  Niños (2005) y Mal de Muñecas (2003)*.  Selva escribía sobre todo cuentos y relatos,
pero es en las novelas donde se percibe la maduración de un lenguaje y un tono
propio. “Lo que veo puntualmente como una bisagra hacia las dos novelas es un
relato largo que se llama “Intemec”. Niños y Una chica de provincia fueron como
relatos autobiográficos, estuve trabajando mucho tiempo sobre eso, hasta que me
harté un poco. “Intemec” fue como volver a escribir ficción. Es el primer
relato largo y quizá podría haber sido una novela, pero entonces no me animé”.
DOS/Noche
La convocatoria es una esquina del barrio Roma. El programa
anuncia recitales literarios. Tomo por Rioja hasta doblar en Santiago de  Chile. Hace mucho tiempo que no camino por
estas calles. La cuadra me resulta familiar. 
A veces, con la ciudad pasa eso, hay lugares que dejamos de frecuentar,
y cuando volvemos, más que un lugar caminamos por otro tiempo. En las novelas
de Selva pasa algo parecido, tanto en El viento que arrasa como en Ladrilleros
los hechos transcurren hace veinte años o más, en la asfixia provocada por los
90. Veo gente en la vereda, tomando porrón frente a un portón de chapa. Entro.
Más gente, algunos de pie y otros sentados. Un entrepiso ocupa la mitad del
local. Al fondo un reflector blanco pega de plano sobre la cara de un hombre
que lee encorvado para hacerse sombra. La barra está a la izquierda. Más allá
está la escalera caracol que lleva al entrepiso y apoyada en el marco de una
puerta que da a un patio, fumando, la veo a Selva, rodeada de amigos. Nos
saludamos. Miro las caras, el lugar, y me acuerdo de Skorpio, un bar que estaba
sobre 25 de mayo, donde todo lo consumible valía un peso. Ahora estamos en el
patio, un espacio minúsculo que antecede al baño, apoyados en la pared o
sentados sobre los cajones de cerveza. El cielo es gris, húmedo. Adentro
alguien canta acompañado de una guitarra. Selva dice que le gustó escribir
Chicas Muertas porque eso la hizo transitar un desafío nuevo, no quedarse en lo
mismo. “Todavía siento que el universo de la provincia me interesa más que el
universo urbano, pero eso no quiere decir que alguna vez escriba alguna cosa distinta,
más urbana; ojalá, porque la idea es escribir cosas distintas, no siempre lo
mismo”. Quedamos en vernos al día siguiente. Salgo.
TRES/Día
Selva se aloja en la casa de unos amigos, en Colastiné. A
eso de las once la paso a buscar. Es un día delicioso donde da gusto estar al
sol. Salimos a la ruta y nos dirigimos al pueblo. Nos metemos por la calle
principal y seguimos hasta la plaza. Doblamos en la esquina del cajero
automático para buscar la playita de Rincón. Cuando trepamos al terraplén
podemos ver el Ubajay, y más allá toda la isla, teñida de gris y marrón, los
colores del invierno.  Hablamos de  Chicas Muertas.
—Me llevó mucho tiempo decidirme a escribirlo, porque
pensaba que tenía que ponerme una especie de traje de cronista o periodista, y
que ese traje no me quedaba. Finalmente lo resolví escribiendo como si se
tratase de literatura. Había reglas que tenía que respetar que tienen que ver
con la objetividad, con respetar ciertos datos. Pero después fue como escribir
una ficción. Cuando entendí eso el libro se me armó en la cabeza.
—De hecho, hay un personaje, el de “la señora” que brinda
datos desde lo metafísico. ¿Cómo surgió eso?
—Lo tomé de una crónica buenísima que se llama “El empampado
Riquelme”. Aparece un esqueleto en el desierto de Atacama, con sus documentos,
sus ropas. Y ese esqueleto era de un tipo que se había perdido cuando viajaba
en tren al bautismo de su nieto. Atravesó Chile y nunca llegó al bautismo. Y lo
buscaron bastante tibiamente.
—¿Lo dieron por perdido?
—Y se ve que pensaron que había aprovechado la excusa del
bautismo para escaparse. Pero resulta que estaba muerto. Francisco Mouat, el
cronista, tiene obsesión con la gente que se pierde voluntariamente. Empezó a
investigar. Deduce que en un momento se bajó del tren y se perdió en el
desierto. Mouat entrevistó a los parientes y consultó a un grafólogo. Y el
grafólogo sacó sus conclusiones. Luego consulta a una psicóloga que reconstruye
el perfil psicológico de este personaje, y el libro cierra con una entrevista a
una vidente, una médium que termina de revelar lo que pasó. Cuando leí eso me
encantó y me pareció fascinante y atrevido, porque justamente es
antiperiodístico.
—¿Y consultaste una vidente?
—No es vidente. Silvia tira las cartas y tiene como otras
percepciones, no sé cómo definirla. Yo soy muy escéptica con esas cosas, pero
estuvo muy bueno, porque además de algunas devoluciones que me hacía, que no
incluí, hablar con ella me ayudó a relacionar los casos. Había algunos patrones
familiares, el rol de las madres, de los hermanos, devoluciones que me ayudaron
a pensar las relaciones.
—Y en lo narrativo, ¿cómo funcionaba?
—No pensaba incluirla como personaje, pensaba usar esas
devoluciones como parte de un archivo más amplio, pero para mi sorpresa mi
editora me alentó a incluirla como personaje.
—¿Le pediste permiso a la Señora?
—Sí, le conté y hasta me permitió usar su nombre verdadero,
pero coincidía con el de otro personaje, y eso generaba confusión, entonces
estuvimos dándole vuelta a la cosa, y fuimos pensando otros nombres. El que más
le gustó fue “la Señora”
y así quedó. Le daba un halo esotérico pero de respeto.
—Eso me recuerda un cuento tuyo, donde el personaje sale a
correr  y muere en la playa pero vuelve
etéreo a la casa. Venís trabajando mucho desde el plano de lo real, pero tanto
en Ladrilleros, como en Chicas muertas, le incorporás un aire metafísico a
relatos con fuerte asidero en el realismo, como si te atravesara un halo
místico.
—En mí, particularmente no me atraviesa, pero me parece que
esas cosas están en el plano de lo real, que son una marca muy nuestra. No es
lo fantástico, es lo desconocido. Es esto de cortar las tormentas con sal como
hace mi vieja, o curar las eccemas haciendo con el rocío que cae en una hoja
una cruz con el cuchillo; cosas que eran muy cotidianas en mi infancia. Yo no
lo veo como fantástico, lo veo como si la realidad tuviese doble fondo y eso a
veces sube a la superficie y aparece y después se vuelve a guardar. Lo veo como
parte de lo real, como una mística muy naturalizada que está ahí, pequeñas
hechicerías, con las que la gente convive, se va al curandero a que te cure lo
que el médico no alcanza. Eso es parte del realismo con el que trabajo.
Un caballo trepa el terraplén, lo siguen otros, van a pastar
a la orilla, comen las hojas tiernas de los camalotes. “En la novela que estoy
escribiendo quiero que haya mayor extrañamiento. Hay una parte, cuando están
yendo al baile, donde Enero Rey está en pedo y los otros se esconden y le hacen
una broma pero a Enero se le aparece personificada la isla”. Se escuchan ruidos
debajo del terraplén. Selva me pregunta que son. Tucu tucus –le respondo–, un
ratón silvestre que hace túneles en la arena. Me gusta, dice Selva.
* En 2005 Analía Gerbaudo (UNL) rescató el carácter
provocativo de Mal de Muñecas en su ponencia “Sobre el poder, el cuerpo, la
muerte y la literatura: reflexiones sobre un género desde textos del género”.
Publicada en Pausa #135, miércoles 11 de junio de 2014

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Un solo comentario

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