Amanecido

La calle, por José Luis Pagés
Apenas alumbró el día dejó la mesa y se acercó al mostrador.
El bolichero dormía con la cabeza entre los 
brazos. Lo despertó y pidió otra botella, pagó, cruzó la fría avenida y
para complacer a la vieja compró un ramito de flores “para el viejo”.
Estuvo entre los primeros que entraron al Cementerio, esa
mañana. Recorrió galerías interminables, pero por más que anduvo no encontró el
nicho.
Dejó ramo y botella junto a una lápida cargada de chupetes,
estampas religiosas y una figurita de Maradona. Cuando buscaba la salida sintió
la presión de una mano sobre el hombro derecho.

Nadie alrededor, se enrolló la bufanda y apuró el paso. A
pocos metros de la calle una mujer le pidió ayuda para abrir una puerta.

Le costaba mantener la vertical, pero no se pudo negar. La
puerta era pesada y estaba cubierta de telarañas.
Se lastimó un dedo con un vidrio roto. Escuchó que la mujer
agradecía la ayuda, pero no quiso escuchar más.
Sintió que escalaba el aire con los pies cuando chocó una
columna.
Trastabilló, pero siguió hasta llegar a la parada de
colectivos.
Extendió el brazo y trepó al primer coche que se detuvo.
Una ráfaga de aire helado le arrebató la bufanda.
Alguien se lo hizo notar pero lo ignoró.
Cayó en un asiento y se durmió.
Despertó recién cuando, terminado el recorrido cuatro
choferes lo bajaban a empujones.
Publicada en Pausa #136, miércoles 25 de junio de 2014

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